Falsas promesas de cambio y neoliberalismo en Costa Rica

abril 13, 2022

11 min

Eduardo Mora plantea que hace rato Costa Rica se jacta de tener un «sistema democrático» pero que vienen varias elecciones seguidas donde votan en contra y no a favor.

El pasado 3 de abril la mayoría de periodistas costarricenses no ocultaron su decepción y desconcierto al reportar sobre el triunfo de Rodrigo Chaves, para después consolarse en la excelente labor del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) que administra uno de los mejores sistemas electorales del continente. Dos días después Chaves y su ex-rival José María Figueres se reunieron, se abrazaron y prometieron colaborar después de una campaña absolutamente nauseabunda y viperina. De nuevo la prensa lo celebró como una escena representativa de la vía costarricense, pacífica y de diálogo. 

Las aprehensiones iniciales de la prensa no eran de gratis: Chaves efectivamente la emprendió una y otra vez en contra de los medios de comunicación, asegurando que “vamos a causar la destrucción de las estructuras corruptas de La Nación y de Canal 7”. También levantó suspicacias sobre la posibilidad de fraude electoral en contra suya, llegando a insinuar que podría matar a alguien en defensa del voto. Pero el consuelo en la imperfectibilidad de la democracia costarricense es cuando menos ingenuo, ya que los cambios en la cultura política demuestran que el electorado cree cada vez menos en la democracia y cada vez más en el autoritarismo, lo cual se refleja tanto en las altas cifras históricas de abstencionismo y en el coqueteo con personajes como Chaves, Juan Diego Castro o Fabricio Alvarado, quienes han logrado atraer votantes con propuestas autoritarias, xenofóbicas, homofóbicas y punitivistas, pero también con promesas de enfrentar a las élites económicas y volver su mirada hacia la periferia. 

Si bien es positivo que en apariencia Chaves haya calmado un poco la retórica confrontativa, también es pronto para bajar la guardia. Lo que puede parecer un “espíritu costarricense de diálogo” puede en realidad ser un acuerdo subrepticio para darle continuidad a las políticas neoliberales que el Partido Acción Ciudadana (PAC) heredó del bipartidismo (PLN y PUSC, que gobernaron por décadas de forma intermitente) y a las que, con seguridad, Chaves se seguirá alineando. Después de todo el presidente electo trabajó por más de 30 años en el Banco Mundial, donde ayudó a imponer en decenas de países esa misma agenda neoliberal con la que las oligarquías, que él tanto atacó en campaña, se sienten muy a gusto. 

Los investigadores Francisco Robles y Julián Cárdenas demuestran que en Costa Rica existe un sistema de puertas giratorias donde ciertos grupos empresariales tienen el control de la política económica independientemente del partido de gobierno. Por eso no es casualidad que Costa Rica sea uno de los países del continente donde más crece la desigualdad, a la vez que tenemos el desempleo más alto de Centroamérica. Además, casi la mitad de quienes trabajan no tienen empleo formal y una de cada cinco personas vive bajo el umbral de pobreza. Después del abrazo de Figueres y Chaves, es posible que esto no cambie. Es decir, la promesa de que vivimos en una democracia, donde el destino de la nación está en manos del pueblo, es mentira. El neoliberalismo y el anti-estatismo es el sentido común de la administración pública, y desde las urnas parece casi imposible revertirlo, a pesar de que un 71% de la población opina que quienes tienen más deberían pagar más impuestos y que solo un un 29% cree que el país estaría mejor si las decisiones de gobierno las tomaran grupos empresariales.

Es decir, el electorado rompió el bipartidismo porque creyó que el PAC era la respuesta para detener el austericidio neoliberal y la corrupción, pero el saldo fue la aprobación de una reforma fiscal regresiva, de una ley de empleo público con grandes concesiones a sectores conservadores, una ley anti-huelgas que debilita la movilización social y el debilitamiento de conquistas básicas como la jornada laboral de 8 horas, y para llegar a esto, el PAC recurrió a usar como moneda de cambio los derechos humanos de las mujeres y la población LGBTIQ para obtener votos conservadores. Lo anterior, sumado a escándalos de corrupción como el CementazoCochinilla y Diamante terminan por romper la promesa democrática para una gran parte del electorado, que acumula confusión, impotencia y descontento, y empieza a buscar respuestas en las retóricas autoritarias, xenofóbicas y conspiranoicas de la extrema derecha. 

Por todo esto, la primera amenaza a la democracia electoral no es que tipos como Rodrigo Chaves lleguen al poder, sino que, aún cuando el electorado vote por castigar la corrupción y por distribuir de forma justa el peso de la crisis, se les mienta en la cara y se continúe gobernando en favor de las élites, erosionando la confianza en el sistema democrático. Es decir, la condición de posibilidad del populismo de derecha es la decepción de las grandes mayorías ante la incapacidad del sistema de hacer que sus vidas mejoren. Como nota al pie, es importante mencionar que fue el mismo PAC quien importó a Rodrigo Chaves para que asumiera como Ministro de Hacienda, como un guiño a los grupos empresariales que se sentirían apadrinados por un tecnócrata neoliberal que difícilmente tocaría sus intereses, aunque su retórica hoy diga lo contrario. 

Pero hay otra amenaza: la de caer en reduccionismos bipolares. Si bien Rodrigo Chaves representa a nivel simbólico un refugio para las peores prácticas machistas, que ahora se verán envalentonadas y legitimadas desde la oficina más alta del país, no hay una sola causa ni dos ni tres por las cuales un millón de personas votaron por él en segunda ronda. Observando el mapa electoral es claro que las regiones costeras y fronterizas se inclinaron decididamente por Chaves, quien les dirigió un programa supuestamente anti-oligárquico, a sabiendas que el largo abandono institucional en estas zonas es un caldo de cultivo ideal para candidatos que se venden como outsiders, de esos que ven en la miseria un botín electoral. 

Seguir creyendo que las provincias periféricas únicamente votan por populistas de derecha por su conciencia conservadora es ignorar o justificar las políticas empobrecedoras de los últimos gobiernos, a la vez que se infantiliza al votante rural asumiendo que no tiene la capacidad de sacar conclusiones sobre su deteriorada realidad económica. Podríamos decir que el populismo de derecha tiende una trampa a estos sectores e intenta canalizar de forma distorsionada su descontento, pero lo mismo podemos decir del votante metropolitano de clase media, que creyó no una, sino dos veces en que el PAC era realmente un partido progresista. Ese electorado privilegiado que hoy dice “hay que volver a las calles” pero durante el último gobierno no pestañeó ni una vez cuando se aprobó toda la legislación regresiva, incluyendo la ley anti-huelgas que imposibilita movilizarse a sectores importantes de los movimientos sociales, ¿a qué calles quieren volver, a las que siempre estuvieron ocupadas por movimientos campesinos, sindicatos, y estudiantes que fueron reprimidos y judicializados durante los gobiernos del PAC?

Que sea virtualmente imposible robar una elección en Costa Rica no es sinónimo de que seamos una democracia funcional. Reflejo de eso es lo poco que cambian las cosas a pesar de la extrema volatilidad en el voto. Lo del 3 de abril fue un ejercicio traumático y masoquista, donde la mayoría del electorado fue a votar con disgusto, con miedo, con asco, preguntándose cómo dos de los candidatos más cuestionables llegaron a segunda ronda. Ya hace varias elecciones en Costa Rica se vota en contra y no a favor, como si no tuviéramos derecho a soñar porque nuestros sueños no son “presidenciables” o son ilógicos para el sentido común neoliberal. ¿De qué sirve una “democracia ejemplar” si nos producen náuseas sus resultados? 

En síntesis, a Costa Rica ya no le alcanza con vivir de las palabras, de decirse pacifista, ambientalista, igualitaria y democrática, porque la realidad cada vez más dista de esa ilusión. Las élites y las transnacionales siguen acumulando riquezas a costas de la precarización de la mayoría, y siguen capturando los espacios institucionales y clausurando la protesta social. Esto, sumado a un presidente que inevitablemente va a decepcionar a la mayoría del país, nos podemos preguntar ¿qué sigue? ¿Hasta dónde vamos a llegar si seguimos erosionando la confianza en la democracia?