De la celebración al luto: las madres que perdieron a sus hijos un 30 de mayo

mayo 31, 2022

Yubelka Mendoza

12 min

El 30 de mayo de 2018 debió ser celebración para Guillermina, Yadira, Aura, Sara y Alejandra. Pero, en cambio, la vida se les detuvo. Ellas son madres de cinco jóvenes asesinados por la represión estatal en la marcha  del Día de las Madres. Hoy, a cuatro años de la masacre, las mujeres recuerdan con dolor a sus hijos pero con la fortaleza de seguir alzando sus voces para un día tener un proceso de verdad y justicia

“¡No tenemos miedo, no tenemos miedo!”, corea Guillermina. Ya pasan las 5 de la tarde de aquel miércoles 30 de mayo y la mujer marcha en solidaridad con las madres cuyos hijos fueron asesinados por la represión estatal. Escucha balazos, mira a la gente corriendo y ve pasar ambulancias pero no para de caminar. De pronto se detiene y empieza a llamar por teléfono a su hijo, quien por su lado participa de la manifestación. No le contesta. Una, otra y otra llamada sin respuesta. La mujer se desespera, se sube a una ruta y le entra la que sería la llamada más triste de su vida: Francisco Javier, su hijo, está muerto.

Se baja de la ruta y como puede le pide a un taxi que la lleve al hospital Bautista, donde le dijeron que está su hijo. Llega y reconoce el cuerpo, ese mismo cuerpo que hace apenas 12 horas vio al salir del baño de su casa. “Felicidades, mamá”, le dijo a eso de las 6:30 de la mañana de aquel miércoles. Fue lo último que escuchó de su voz.

Ella asistió a la “madre de todas las marchas”, la manifestación convocada en solidaridad por el Día de las Madres con las mujeres que lloraban a sus hijos asesinados hasta ese momento. Guillermina sentía empatía con el dolor de esas mujeres que lloraban desconsoladamente. “Me muero si me le llegara a pasar a uno de mis hijos”, se decía. Nunca pudo imaginar que ella, un día cercano, sería una de esas mujeres que lloraban desconsoladamente.

La causa de muerte de Francisco Javier: un disparo en el cráneo. Llegó muerto al hospital.

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A Yadira, el tiempo se le detuvo ese mismo miércoles 30 de mayo. Orlando se llamaba su hijo, pero de cariño su mamá y amigos le añadían el diminutivo. Orlandito. Él le pidió permiso a su mamá para ir a la marcha. “Vamos a apoyar a las Madres de Abril, pobrecitas esas madres que les asesinaron a sus hijos”, le dijo. Ese fue el único permiso que le pidió, porque en las marchas y manifestaciones anteriores se había ido escondido.

“Pobres, qué haría yo si me hubieran matado a uno de ustedes”, le respondió Yadira a su tierno. Horas después, se vio en la necesidad de empezar a buscarle respuesta a su pregunta. 

Orlando tenía 15 años y fue asesinado por una bala cobarde de un francotirador que le dio en el tórax, según la versión más sustentada hasta ahora.

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Previo a 2018, el Día de las Madres solía ser una fecha de celebración en Nicaragua. Las familias se reunían a celebrar a las mamás, se compraba pastel, se bailaba. Pese a que no era un feriado, el Estado daba el día libre a los empleados y varias empresas privadas trabajaban solo medio día. Los mercados y centros comerciales se abarrotaban y las calles se congestionaban. Flores, adornos, chocolates y corazones con los tradicionales “te quiero” adornaban las calles.

El 30 de mayo de 2018 no fue así. La represión estatal a las protestas antigubernamentales dejaba ya un saldo de 90 personas asesinadas, el luto era nacional. Ante ello, en varios departamentos del país se convocó a marchar en solidaridad con las madres que habían perdido a sus hijos. 

La manifestación en Managua, la más grande, fue masiva. Participaron incluso personas que no tenían involucramiento directo con las protestas por la empatía con las madres que ese día no estarían con sus hijos. La celebración del Día de las Madres fue una marcha solidaria. 

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Aura lloraba por cada hijo que moría en las protestas, sentía como si fueran suyos. Hasta que le llegó el día de llorar a uno que nació de ella. Se llamaba Dodanim y era papá de dos hijos. Ella se encontraba a un océano de distancia desde hacía casi un año y nunca pensó que el abrazo que le dio a su hijo al irse de Nicaragua iba a ser el último.

La noticia le llegó por un audio. “Sentí una cosa tan espantosa”, cuenta Aura. Era su hijo menor y el más apegado a ella. Desde ese momento, el Día de las Madres para esta mujer representa luto, dolor y un sentimiento de desprotección. “Cómo puede haber alegría un 30 de mayo, eso terminó para mí”.

Dodanim tenía 26 años y recibió un disparo de arma de fuego en el tórax por parte de paramilitares que atacaron a los participantes de la marcha de las madres que se realizó en Estelí.

En ese mismo ataque también murió Cruz Alberto, de 23 años, a quien su mamá abrazó por última vez en enero de 2018. “Nos despedimos con la esperanza de que nos íbamos a volver a encontrar”, dice entre lágrimas Sara. Nunca pensó que su vida iba a ser tan corta.

Sara no estaba en el lugar de las mamás con hijos asesinados, pero podía imaginar el dolor. Habló por última vez con él a eso de las 5 de la tarde y cuatro horas después le avisaron que estaba muerto.

Cruz Alberto fue asesinado de cinco disparos y una parte de Sara murió con él. Cuatro años han pasado y ella llora desconsoladamente lo que no lloró la noche del asesinato por la rabia que sentía. Las lágrimas ahora salen al pensar que ya no podrá acumular más recuerdos con su niño, ya no podrá seguir viendo el gran corazón que tenía. Llora porque ya su hijo no se le acerca mientras ella cocina para pedirle que le “adelante algo” de la comida. “Esos momentos deseara que se repitan”.

Le duele recordar, pero decidió que hasta que no tenga un proceso de justicia y verdad no va a callar su voz ni va a dejar de hablar de lo que pasó ese día. Para mientras su consuelo es encontrarlo de vez en cuando en sus sueños y sentir que su memoria sigue viva y acompañándola.

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La masacre de ese día dejó 19 muertos: ocho en Managua, siete en Estelí, tres en Chinandega y uno en Masaya. La coordinación entre paramilitares y policías para atacar quedó documentada: camionetas con grupos de choque saliendo de instituciones estatales, francotiradores disparando certeramente, el Estadio Nacional de Beisbol como sede de la represión.

El Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) creado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), dedicó un capítulo especial a la marcha de las madres en su informe sobre la represión a las protestas de 2018. 

Previo a la marcha, el régimen creó un ambiente de tensión. El sindicato Frente Nacional de los Trabajadores, dirigido por Gustavo Porras, convocó a una contramarcha ese día para “tomarse las calles” y “defender la revolución”. La caminata finalizó con discursos de Daniel Ortega y Rosario Murillo, quienes llegaron al lugar con una escolta de más de 10 vehículos. “Aquí nos quedamos todos”, dijo Ortega en la tarima ubicada en la Avenida Bolívar, a poca distancia de donde los grupos paramilitares atacaron a los manifestantes en Managua. Mientras él hablaba, la masacre empezaba.

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Cuando Alejandra empezó a ver las noticias del ataque a la marcha se desesperó. Su hijo Daniel, de 25 años, andaba ahí. Lo llamó pero su teléfono estaba apagado. A las horas le avisaron que estaba muerto y sintió que ella murió con él.

Recibió un disparo en el abdomen, lo llevaron en motocicleta a un hospital y ahí falleció por hemorragia interna. “Yo pensaba que estaba en una pesadilla”, cuenta Alejandra. No sabía qué hacer con la noticia. “Casi me vuelvo loca ese día. Para mí, fue el día más triste y doloroso de mi vida”.

Estos cuatro años para ella han sido de luto y dolor. Se perdió la magia en su hogar, dice, y para ella los abrazos y los besos se acabaron ese 30 de mayo que lo vio salir de su casa y lo escuchó decir: “Ahí vengo, mamá”. No llegó más y con él se fueron sus sueños y el deseo de convertirse en veterinario.

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Guillermina, Yadira, Aura, Sara y Alejandra iniciaron el 30 de mayo de 2018 con empatía hacia las madres que habían perdido a sus hijos sin saber que ese día ellas serían parte de  la lista. No sentían el sufrimiento pero lograban ponerse en sus lugares y, como madres, comprendían que la muerte de un hijo es de las más grandes tristezas en la vida.

Todas comparten el común de que una parte de ellas murió el día que asesinaron a sus hijos. Y que para ellas el Día de las Madres dejó de ser celebración y pasó a ser luto eterno. Les duele recordar y lloran cuando cuentan los detalles de ese día, pero están claras que por ahora es la única forma de seguir exigiendo un proceso de justicia. 

“A ellos los mataron pero las voces de las madres quedaron vivas para reclamar justicia”, resume Guillermina, pese a que el mundo se le detuvo esa tarde de 30 de mayo.