Mujeres, madres y luchadoras
Maldito País
mayo 30, 2023
Es bastante probable que Tamara y Grethel no se hubieran conocido en condiciones normales, cuando hablo de “circunstancias normales” me refiero a una vida en que ninguna de las dos se hubiera preocupado por llevar comida y conseguir abogados para sus hijos que fueron arrestados -como tantos- por protestar contra el gobierno de Ortega. La historia de ambas fue la misma de cientos de madres que se movilizaron para cuidar de sus seres queridos encarcelados, por desgracia, al día de hoy esa sigue siendo la realidad de decenas de familias. Cuando hablamos de presos políticos pensamos también en las mujeres que expusieron sus casos de forma pública, recordamos sus rostros en los medios, rodeadas de micrófonos y periodistas mientras sostenían alguna foto reciente de su hija o hijo, algunas hablaban con la voz entrecortada, otras con mucha rabía y seguridad, todas pedían la liberación de hijos. También hay otras mujeres, las que no fueron públicas pero que religiosamente llegaban los días de visita, algunas viajaban varios kilómetros, otras se despertaban desde muy temprano para cocinar algo que a su hijo pudiera gustarle y hacerlo feliz por al menos un instante, algo que le asegurara que su madre estaba ahí, que no lo dejaría solo y que mientras tuviera fuerza -o “la vida se lo permitiera” como suelen decir las señoras- lucharía por su libertad. El día de visita todas rogaban para que no sucediera nada que les impidiera verlos y hablar con ellos.
Desde que inició la crisis sociopolítica en Nicaragua en abril del 2018 han pasado más de 5 años, en ese período más de 1000 personas han sido víctimas de algún proceso de judicialización o han sido detenidas por horas, días, meses e incluso años. El Chipote pasó a ser una referencia del pasado de Somoza a convertirse en una imagen actual gracias a un nuevo régimen que se obstina en revivir el fantasma de una tiranía familiar que suponíamos erradicada. Hemos visto las imágenes de quienes han pasado por las cárceles de Ortega, sus rostros inundan las redes sociales y existen campañas permanentes que nos recuerdan a quienes aún están en prisión injustamente, se trata de hombres y mujeres vistos como héroes, personas valientes que han sufrido en carne propia la ira de un régimen. Lo que a veces perdemos de vida es que detrás de esas figuras existe una red igualmente heroica de personas que se dedican incansablemente no solo a buscar la libertad de sus familiares, sino que también están a cargo de asegurar la subsistencia de presos custodiados por un sistema que no les garantiza insumos básicos, verdadera atención médica o acceso a justicia real.
Pese a que por mucho tiempo la historia trató de invisibilizar la participación de las mujeres en las luchas sociales, no se necesita hacer una exhaustiva investigación para comprender el papel fundamental que ellas han jugado en la historia de la humanidad. Desde las mujeres alemanas que después de la Segunda Guerra Mundial debieron reconstruir ciudades como Berlín que fueron completamente destruidas, ellas tuvieron la tarea de levantar un país donde 15 millones de hombres murieron en el conflicto o fueron capturados por ejércitos enemigos. No olvidemos a las madres de cientos de detenidos y desaparecidos argentinos que desde 1977 se reunieron cada jueves a las 3:30 frente a la casa presidencial, en la Plaza de Mayo, para exigir la aparición con vida de sus hijos o nietos. Fue gracias a la voluntad de esas mujeres que el día de hoy cientos de nietos raptados por la dictadura han podido regresar a sus familias y conocer su verdadera historia. En México, madres de diferentes estados se organizan y llevan palas, guantes y picos con el propósito de escarbar la tierra y revisar metro a metro los campos y los predios baldíos, hasta encontrar los restos de los hijos víctimas del terror que el narcotráfico ha establecido en el país. Muchas de esas madres han sido víctimas de intimidación de parte de gobiernos corruptos y grupos criminales que les dicen que no busquen más, otras incluso han sido asesinadas sin haber podido encontrar a sus hijos. Y esta larga lista de mujeres se suman las madres de los presos políticos durante la dictadura de Somoza que no dejaron de protestar por la liberación de sus familiares, como también las madres que se organizaron en abril del 2018 y que hasta el día de hoy siguen buscando justicia para sus hijos asesinados por la dictadura.
Muchas de las mujeres que fueron decisivas para el desarrollo de la humanidad y las luchas sociales también fueron mujeres poco visibles e incluso anónimas, no conocemos mayores detalles de sus vidas, en parte porque no buscaban reconocimiento, sino luchar contra lo que en ese momento consideraron injusto. Al igual que todas ellas, Tamara y Grethel son parte de ese grupo de mujeres que desde acciones que podrán parecer pequeñas para algunos, trazan una enorme red de soporte y resistencia entre quienes intentan construir un futuro más justo y en libertad. Ambas crecieron en familias vinculadas al Frente Sandinista, desde muy pequeñas presenciaron la esperanza colectiva de quienes soñaban transformar una sociedad después de 40 años de dictadura, ellas también participaron en ese sueño y como tantos, ellas también se enfrentaron a la decepción de un proyecto que fue raptado por un grupo de mafiosos, que ataviados con la jerga y la indumentaria de un pasado fingían estar del lado del pueblo, cuando en realidad se parecían más a los corruptos y despiadados neoliberales a los que decían aborrecer. Pero no todo fue en vano, piensan cuando les pregunto sobre esos años, creen que pudieron transmitirle a sus hijos e hijas los valores que para ellas fueron tan importantes: la organización, la lucha por la comunidad y el interés por los otros, cosas tan necesarias en un mundo cada vez más asfixiado por el individualismo y la desesperanza. Y la herencia rindió frutos aunque frutos dolorosos, no en vano presentaron a los hijos de ambas como criminales, finalmente, esa era la muestra de que habían logrado incomodar al poder. Cuando Tamara y Grethel recuerdan esos momentos se consuelan pensando que al menos podían sentirse orgullosas de sus hijos, eran valientes y también eran inocentes, aunque si hubieran podido elegir, ellas hubieran preferido jamás pasar por una situación así y esperan que más pronto que tarde, nadie más tenga que hacerlo.
“Las visitas eran un doble golpe emocional porque uno se alegraba, preparabas lo que podías, llegabamos super temprano y estábamos felices haciendo la gran fila pero cuando salimos era una tristeza profunda, salir y voltear a ver, dejarlos atrás, en la cárcel”, me decía Tamara con la voz entrecortada. La hija de Tamara fue encarcelada dos veces, la primera vez fue en el 2018 y estuvo en el Sistema Penitenciario La Esperanza por casi 10 meses, así que su madre tuvo que movilizarse desde su ciudad de origen a más de 150 kilómetros para poder visitarla. Aquella situación se transformó en un trabajo que consumía mucho del tiempo de Tamara, ella debía estar pendiente de cuanto necesitara su hija, debían buscar abogados, hacer vocería sobre su caso porque además del injusto encarcelamiento debían denunciar que la salud de muchas de las presas se deterioraba y el acceso a atención médica era precario. Durante esos largos meses Tamara fue acogida por personas que le garantizaron una cama, comida, transporte o el tan importante apoyo emocional. Cuando recuerda esos días Tamara no deja de hacer énfasis en lo crucial que fueron las redes de mujeres en esos momentos tan duros, finalmente la mayoría de quienes estaban ahí cada mes o cada dos semanas haciendo una larga fila para visitar a sus familiares, eran hermanas y madres. Muchas de ellas apenas contaban con el dinero para movilizarse hasta La Esperanza, alguna ni siquiera eso, pero fue gracias a las redes de solidaridad que esas mujeres podían visitar a sus presos al igual que las demás. Esas redes no eran públicas ni se anunciaban en redes sociales, funcionaban de boca en boca, sigilosas, en grupos de chats donde alguien preguntaba quién necesitaba un almuerzo, agua, dinero para los boletos de bus o un espacio para descansar. La hija de Tamara saldría a causa de una amnistía del gobierno para más de 50 presos políticos, Tamara sabía que era una decisión injusta porque su hija no había cometido ningún crimen que tuviera que ser absuelto pero respiró aliviada al saber que después de tantos meses de angustia, al fin la vería fuera de la cárcel y sin el uniforme azul.
Grethel recuerda que eran las 3 de la mañana cuando recibió la llamada donde le decían que hijo fue detenido, estaba sola en su casa y apenas escuchó el sonido del teléfono supo que algo malo había pasado porque ninguna buena noticia puede llegar a esa hora de la noche. Quien habló con ella le pidió que no se alterara, pero nada podía perturbarla más que esa frase. Desde ese momento sus noches ya no serían las mismas porque no podría dejar de pensar en su hijo, ni dejar de recordar que mientras ella dormía en una cama limpia y acolchada, su primogénito debía recostarse en un delgado colchón sobre una plancha de concreto en alguna celda de El Nuevo Chipote. La policía no se lo había llevado solo a él, lo habían arrestado junto a varios jóvenes que intentaron solidarizarse con la huelga de hambre que otras madres de presos políticos sostenían en una iglesia de Masaya. Por más de 40 días Grethel y los familiares de otros detenidos tendrían que organizarse para dar seguimiento a la situación, para protestar y para denunciar públicamente lo que estaba sucediendo, mientras hacían todo eso también tendrían que llevar comida todos los días, era lo mejor según les habían dicho porque de no hacerlo, se arriesgaban a que sus hijos comieran lo que fuera la voluntad de los carceleros.
En medio de aquella tragedia Grethel conoció a Tamara, su hija había sido encarcelada de nuevo y esta era la segunda vez que su madre tendría que enfrentarse a la incertidumbre, el miedo y la impotencia que había sufrido apenas un año atrás. La principal diferencia entre el primer y el segundo arresto, es que durante el último Tamara pudo orientar a los demás familiares, que desconcertados no sabían cómo proceder ante una situación así ¿Cómo se puede estar preparado para el arresto de un familiar? O más bien ¿Cómo se puede estar preparado para verlos en televisión nacional, vestidos con uniformes azules y presentados como criminales? Nadie está listo, Tamara tampoco lo estaba pero pudo compartir con otras madres -incluída Grethel- lo que recordaba de aquellos días: hay que llevar chinelas, ropa interior, cepillo de dientes. Cosas que podrían parecer banales pero que harían una enorme diferencia para la nueva realidad que debían enfrentar sus hijos, donde no había forma de tener certeza sobre cuánto podría extenderse.
La policía les dijo a las familias de los detenidos que si protestaban quienes pagarían las consecuencias de su rebeldía serían sus hijos, aunque todos estaban aterrorizados decidieron hacer caso omiso a la amenaza, muchos salieron a las calles y dieron la cara a los medios, era importante que el mundo supiera la injusticia que se estaba cometiendo y la situación inhumana que significa estar en las celdas de El Chipote. De nuevo, como había pasado con la primera detención de la hija de Tamara, las redes de solidaridad estuvieron ahí, porque sabían que juntos eran más fuertes que por separado y que solo así podrían también ser un apoyo para las familias que luchaban por trasladarse hasta Managua, o incluso, ser un soporte para presos que no tenían quien se ocupara de ellos. Comida hecha en casa, una visita, ropa interior, palabras de aliento, todo podría hacer la diferencia en aquellas celdas donde no había ventanas ni horas de sol y donde las luces artificiales siempre estaban encendidas para hacerles perder la dimensión del tiempo. Los presos calculaban las horas del día en función de las tandas de comida y gracias a una tenue luz que se filtraba por el pasillo y que al caer la tarde comenzaba a extinguirse, solo así comprendían que había pasado un día más. En esas condiciones, los detenidos y sus familias pasarían la navidad de 2o19 hasta que la ansiada libertad llegó en vísperas de año nuevo y con ello, el fin de una pesadilla. 47 días es poco menos de dos meses, decirlo suena a poco tiempo, pero cada noche fue una eternidad para quienes estaban dentro e incluso fuera de las celdas.
Tamara y Grethel tienen memorias confusas de esa época, no recuerdan bien qué sucedió en qué día específico, confunden momentos, horas, lugares y es normal, pero lo que sí recuerdan es todo lo que sintieron durante esos largos días, recuerdan el miedo, la angustia, pero también la esperanza, y se sorprenden de la fuerza que no imaginaron que tendrían para soportar aquella situación tan dramática. Les pregunto cómo se sienten y qué piensan de sí mismas al recordar todo, ambas admiten que el encarcelamiento de sus hijos significó un antes y un después en sus vidas y que contrario a lo que el régimen quería lograr al intentar amedrentarlas y disminuirlas hasta que se hicieran pequeñitas, tan pequeñitas que no pudieran ser un problema para nadie, ahora se sienten más seguras de la vida y la sociedad que sueñan para sí, para sus hijos y para las generaciones futuras. Piensan en las mujeres que son ahora, y si han cambiado no solo fue gracias a sus hijas e hijos, se debe también gracias a las mujeres y las familias que les tendieron la mano, les dieron palabras de aliento y consuelo para no desfallecer.