Para las ideas no hay derrota posible, a menos que ya nadie las recuerde, pero esas cosas no suceden con balas ni con cárcel. Las ironías de la vida y de la historia nos han enseñado que las balas y la cárcel no hacen más que avivar las ideas, reclutar nuevos adeptos, germinar en nuevas mentes, crear nuevos lazos, viajar, mutar, lo que sea menos morir. Aunque todo parezca perdido lo cierto es que la verdad está de nuestro lado, junto a los que migran, los que luchan, los que buscan justicia o los que esperan un milagro.
Ahora el dictador y su familia se empeñan en destruir las pocas organizaciones independientes que aún quedaban en pie. Para gobernar desde el horror es necesario acabar con el tejido social y con el trabajo colectivo, eso es lo que ha hecho Ortega desde que llegó al poder, una estrategia que ha agudizado desde el 2018. El Estado, convertido a su imagen y semejanza, solo sabe operar desde la violencia y el despojo, no protege, cuida, apoya ni vela por el bienestar de quienes lo necesitan. Mientras cientos de miles esperan por una vacuna, el Consejo Supremo Electoral gasta millones de córdobas en chocolates, la vida se precariza cada día más y el territorio se vuelve un festín para unos pocos.
¿A quién beneficia el cierre del Colectivo de Mujeres de Matagalpa? ¿O el fin de organizaciones que trabajan por la salud y la educación sexual? Si para Rosario Murillo el feminismo es una “guerra de baja intensidad” a nadie sorprende que las mujeres sean las principales víctimas de esta batalla ficticia. Muy poco tiene de revolucionario y progresista acabar con las comisarías de la mujer, enviar a las víctimas de violencia a negociar con sus agresores, liberar a los feminicidas de la cárcel y acabar con el trabajo que por años realizaron estas organizaciones que apoyaban a mujeres de zonas rurales y empobrecidas. No es un secreto para nadie la relación entre crisis y aumento de la violencia machista, por ello, sumada a la situación global, la crisis provocada por la propia dictadura no augura buenos pronósticos para la vida y la integridad de las mujeres y las niñas. Gobernar desde la muerte y el miedo es la única política pública que ha quedado en pie en Nicaragua.
Frente a la política del terror, la lucha por la vida no puede morir y no morirá mientras miles nos resistamos a dejar de soñar, construir y creer que las cosas deben ser diferentes. “Es el tiempo de la dignidad rebelde” dice el Congreso Nacional Indígena en México; en Nicaragua, en Centroamérica y en toda América Latina es también nuestro tiempo. Sobreviviremos más allá de las fronteras y los barrotes porque nuestra consciencia no se anula con decretos.