Construir Poder para conseguir la Paz

Maldito País

enero 16, 2023

El 16 de enero de 1992, después de años de interrumpir y reanudar negociaciones, representantes de los movimientos guerrilleros y del gobierno salvadoreño acordaron el fin de una sangrienta guerra civil que dejó un saldo de más de 75 mil personas muertas, y afectaciones psicosociales en generaciones enteras.

Negociaciones. En las luchas de poder se negocia con iguales, casi que cuando las posibilidades de dominación se han extinguido. Esto ocurrió en los últimos años del conflicto armado. Una base social-política sostenía la lucha rebelde, que al mismo tiempo ganaba legitimidad internacional. Por otro lado, un ejército tan atroz que hacía dudar hasta a los más conservadores en Washington de seguir otorgando el millón de dólares diario para derrotar militarmente a la guerrilla. Negociaciones. Qué terrible tener que negociar la paz. La paz. La condición humana de sentirse en ausencia de amenazas y agresiones, en plenitud, sin hambre y sin miedo. La paz. Una carta de negociación.

El año pasado, disfrazando sus intenciones de militarización con un discurso crítico a las causas de la guerra civil salvadoreña, el presidente calificó a los Acuerdos de Paz como una farsa y paso seguido la Asamblea Legislativa controlada por el oficialismo aprobó un decreto que anula su conmemoración. Ocultaron que fueron los Acuerdos de Paz los que pusieron fin a las dictaduras y dieron nacimiento a un sistema electoral que les permitió llegar al poder. Sin los Acuerdos de Paz el actual presidente no sería presidente. Si los acuerdos son una farsa, él es una farsa.

Desde el comienzo lo tuvo muy claro, a tan solo 8 meses de haber asumido la presidencia, irrumpió en la Asamblea Legislativa con un contingente de cientos de militares fuertemente armados para presionar a los diputados de ese momento a que le aprobaran un préstamo millonario. Y desde el año pasado vivimos en un régimen de excepción donde los derechos a la defensa legal y la libre asociación están suspendidos, los militares patrullan las calles y pueden capturar a cualquiera sin presentar pruebas, 50 mil personas  ya están en las cárceles. Al menos cien de ellas han muerto en custodia del Estado, reportes de DDHH e informes filtrados de la policía demuestran que en estos casos ha habido negación de atención médica, tortura y homicidio. Por supuesto que para este presidente salvaje, la paz es una farsa.

En vez de ocupar su enorme caudal político en fortalecer el sistema de justicia, saldar la deuda de reparación con las víctimas más directas de la guerra, y fortalecer la independencia de las instituciones del Estado, se dedicó a hacer lo contrario, a desmantelar la incipiente institucionalidad democrática para controlarlo todo. Así tergiversó la añoranza de una paz social sostenible por una paz moribunda que se mide contando muertos. Negoció secretamente beneficios carcelarios con las pandillas para que no asesinaran, cuando el pacto se rompió, sacó al Ejército a las calles para contener una ola de violencia provocada por las pandillas en marzo pasado. Y así creó las condiciones perfectas para no volver a encuartelar a los soldados, si los mete, las pandillas vuelven, ya que la marginación social que las alimentan sigue intacta, igual de dramáticas que hace diez años. El presupuesto nacional de 2023 refleja preocupantes recortes en educación y salud y un aumento alarmante para el Ejército.

En estas condiciones lograr la paz, que los militares vuelvan a los cuarteles, y que no se lleven a cualquiera por ser incómodo al régimen es casi imposible, porque se negocia con iguales, y el régimen las tiene todas para dominar la narrativa y amedrentar cualquier surgimiento de conciencia y rebeldía social.

La debacle política del partido de izquierda dañó fuertemente al movimiento social. Estaban tan compenetrados que el movimiento se volvió partido, y renunció a su rebeldía cuando se trataba de denunciar a sus representantes cuando llegaron al gobierno, todo por “no hacerle el juego a la derecha”.  La corrupción se lo comió por dentro y su legitimidad cayó por los suelos. Las prolongadas Marchas Blancas que hicieron retroceder el proceso de privatización de la salud a finales de los noventa en El Salvador se reconocen como uno de los esfuerzos de acciones no violentas más potentes y masivos de Latinoamérica en la década postdictaduras. Ahora se sienten más lejanas que nunca.

Lastimosamente en el pasado hemos estado peor, pero salimos adelante. Al menos queda esa esperanza, o quizá solo nuestro deseo. Por ahora, otra vez, lo que toca hacer, a construir conciencia, poder, para luego negociar la paz, esta vez, sin violencia.