No nos damos chance, a veces, de sentir esperanza. Estamos acostumbrados a denunciar los abusos, la criminalización, las mentiras. Pero hay una verdad incontestable: Guatemala está a punto de convertirse en la luz democrática de Centroamérica. Parece imposible que algo así se dé justo después de cinco años de persecución espuria contra los que combatieron la corrupción. Conocer de cerca las historias de los exilios -haberlas vivido-, ver a los amigos irse a la cárcel, ser difamados, y por el otro lado observar erguirse a los corruptos en las instituciones de justicia no solo ha provocado una náusea permanente sino que nos ha dejado con cierto sentido de desesperanza.
Pero como dice Borges que los lugares comunes conviene repetirlos por ser verdades evidentes, recuerdo esa frase que dice que cuando estaba la noche en su punto más oscuro, empezó a amanecer. Y lo que Guatemala vive en estos momentos no podría compararse ni con las prospecciones más optimistas. Bernardo Arévalo, el hijo del mejor presidente de la historia, ganó la presidencia de la república. Atípicamente, las calles se derramaron de gente de celebración, tal como ha sucedido en los últimos años cuando ha habido crisis y luchas férreas frente al régimen corrupto.
Debemos felicitarnos como guatemaltecos y guatemaltecas porque no hemos dejado de colocar el dedo en la llaga y la plaza pública -que nosotros le decimos el parque central- se convirtió en un lugar de disputa de hegemonía; nos apropiamos de ella. El lejano 25 de abril de 2015, cuando salimos por primera vez en estas modalidades de protestas anticorrupción fue recordado con vehemencia por Bernardo Arévalo en su discurso en esa misma plaza abarrotada el 16 de agosto cuando fue el cierre de campaña del partido Movimiento Semilla, y cuando salió al balcón para agradecer el triunfo en la noche del 20 de agosto, dijo que necesitaría del acompañamiento de la población.
Siempre pensé que la crisis de 2015 con sus subidas y bajadas no se había terminado de zanjar porque no se había dado una reforma sustantiva del Estado, y porque los dos gobiernos que sucedieron fueron una refuncionalización de la misma red criminal y solamente le colocaron en estos ocho años más leños a la hoguera de la indignación. El trabajo -silencioso a veces y vocal otras- de Semilla fue labrando un camino que no se vio venir, pero que no carece de sentido. Realmente se fueron colocando semillas que están germinando, robustas, que serán árboles centenarios y primaverales. Una verdadera resolución a esta crisis revelada supone un gobierno íntegro conformado por personas auténticas, sin nexos criminales, con capacidad y objetivos concretos.
No terminamos de salir de la sorpresa y por momentos nos pellizcamos para saber si es verdad. Resulta que sí, que Arévalo liderará al país para comenzar a salir del agujero fétido al cual nos han refundido. Es alegre ver a tantos amigos y amigas acompañando este barco: porque aglutina a académicos que se cansaron solamente de analizar, a líderes estudiantiles del 2015, a empresarios medianos, profesionales, trabajadores, gente normal. Han aprendido las reglas electorales y han trabajado arduamente para sacar adelante un proyecto de nación. Han quedado heridas y vendrán otra más: también hay exiliados ya a quienes les han inventado procesos penales. El Ministerio Público sigue su labor de bulldozer queriendo arrancar cualquier mata que no sea afín al statu quo delincuencial.
Pero el relato cambió: la gente está vibrando, está creyendo, no se traga las mentiras del presidente ni de ningún otro político tradicional. Arévalo encarna el disidente y outsider pero la particularidad es que él tiene un músculo interno, histórico y que lo acompaña para emprender esta notable cruzada. Solamente de la mano del pueblo, como lo hizo su padre, podrá caminar entre el fango sin mancharse.
Los riesgos están y seguirán. El trecho de agosto a enero, cuando toca el cambio de mando, es largo. Los ojos internacionales serán clave para contener las arremetidas del Ministerio Público, aupado por los extremistas criminales, y la ciudadanía deberá salir a las calles las veces que se necesiten para defender este halo de esperanza que se ha abierto y que es fruto de miles de acciones: fiscales de mesa, pequeños donantes, decenas de voluntarios, quienes planifican, los diputados que demostraron su consistencia en el congreso, toda la gente que ha ido a las marchas, quienes redactaron mantas con sus manos, quienes publicaron sus actas de votos el día que el gobierno trató de alegar fraude, los abogados que han planteado amparos, los periodistas que no se callan; es una cuestión enorme compuesta por una colectividad dinámica que como una ola del océano busca derribar los diques de impunidad.