Guatemala: recuperar la esperanza

Maldito País

junio 29, 2023

Si debemos hablar de un ganador de la primera vuelta electoral en Guatemala, será sin duda el voto nulo. Cientos de ciudadanos se movilizaron el domingo 25 de junio para mostrar su descontento frente a un sistema corrupto. Pero en este proceso hay un segundo e inesperado ganador: Bernardo Arévalo, que a través de un pequeño partido político le ha regresado la esperanza a quienes creían que las elecciones eran un callejón sin salida.

El lunes 26 de junio Guatemala se despertó con una gran sorpresa, un partido que ni siquiera figuraba en las encuestas había sido la segunda propuesta más votada de la elección presidencial. En un panorama donde los candidatos favoritos se perfilaron como títeres de los grupos de poder, asombra que alguien ajeno a las grandes campañas y a los millonarios financiamientos, tuviera alguna oportunidad. ¿Cómo llegaron los sondeos a equivocarse tanto? Quizás la respuesta está en que omitieron el enorme descontento del pueblo guatemalteco frente al proceso. El voto nulo fue el gran ganador de la jornada con casi un 17%, un número mayor a la cantidad de votos que consiguió Sandra Torres o de Bernardo Arévalo. No podemos obviar el poder movilizador del voto nulo, no es una acción banal decidir acudir a las urnas para mostrar descontento, en medio de la apatía y decepción generalizada. 

Hace años veíamos a Guatemala como el ejemplo de lucha contra la impunidad en una región cooptada por el autoritarismo y la corrupción. La búsqueda de una sociedad más justa fue vista como una amenaza a los intereses de las viejas élites del poder político y económico, que no tuvieron reparos en aliarse para crear una ofensiva contra fiscales, activistas, defensores de derechos humanos e incluso periodistas. El país atraviesa una de sus épocas más difíciles donde decenas de personas enfrentan juicios absurdos mientras otras han decidido partir al exilio. El exilio, esa vieja palabra que pensamos había quedado en el pasado y que imaginamos había sido enterrada en la década de los noventa, después de la firma de los acuerdos de paz. 

Por eso, en medio de un desolador panorama, sorprende aún más que el segundo vencedor de la contienda no fuera uno de los candidatos de los grupos de poder, esos que encabezaban las encuestas. El nombre de Bernardo Arévalo no resonaba entre los favoritos. Semilla, un pequeño partido que nació a raíz de las protestas de Guatemala en 2015, no recibió dinero de los grandes grupos económicos para publicitarse. Se dedicaron a recorrer las calles y mostrar su plan de gobierno. Un plan de gobierno era algo que a los demás candidatos parecía no importarles demasiado, lo que tuvieran para ofrecer al pueblo de Guatemala no era relevante, porque al pueblo no debían rendirle cuentas, sino a los grupos de poder a los que habían jurado lealtad.

Ahora frente a una segunda vuelta que será el 20 de agosto, se avivan los fantasmas del anticomunismo como el viejo chivo expiatorio de muchos de los discursos de la ultraderecha, en un afán de desprestigiar e incluso deshumanizar a sus enemigos. No en vano, Sandra Torres habló de su oponente como un hombre extranjero, que pretendía acabar con los valores y la familia tradicional para convertir el país en una “nueva Venezuela”. Esas palabras no resultarían tan irónicas si no las hubiera dicho alguien que ha sido señalada por sus enemigos de ser parte del virus comunista y que ahora se convierte en la mayor defensora del discurso de sus adversarios. Puede que en un par de semanas veamos como la Fundación Contra el Terrorismo, esa terrible organización que ha sido la responsable de llevar a juicio a operadores de justicia y que ha lavado la cara de los criminales responsables del genocidio del pueblo ixil, este dispuesta a darle la mano a Sandra Torres antes que permitir el avance de una propuesta que fastidie el pacto de corruptos del que forman parte. La única certidumbre ideológica que existe en estos momentos para estos grupos, es la necesidad de mantener su poder e influencia. 

Lo que Guatemala nos enseñó el domingo, fue que los valores que imaginamos muertos en la política electoral no estaban muertos del todo. En un mundo donde parecía ser que las campañas no son más que máquinas de lavar dinero, donde gana quien paga la suma más alta, donde el voto es únicamente una prebenda, un trámite que parece no significar gran cosa ni tener la capacidad de generar un cambio, estamos frente a algo que creíamos olvidado: la capacidad del pueblo para aterrorizar a las élites. Si Guatemala está sorprendida por lo que pasó el domingo 25 de junio, los poderosos lo están aún más, porque son ellos quienes tienen mucho que perder. En cambio, para Guatemala e incluso para los demás países de la región que observamos igualmente impresionados lo que pasa en el país, también tenemos mucho que ganar: recobrar la esperanza en la voluntad popular.