“Los militares usaron la violencia sexual como arma de guerra”: Avanza caso Mujeres Achí

Maldito País

marzo 3, 2025

Al igual que en el caso de las mujeres de Sepur Sarco y otros procesos históricos, este juicio revela la utilización de la violencia sexual como mecanismo de sometimiento opresión hacia las mujeres y sus comunidades por parte de las fuerzas armadas Guatemaltecas. Se prevé que el juicio termine a finales de marzo.

A Paulina, una mujer del pueblo indígena Maya Achí, la capturaron el 25 de septiembre de 1983, mientras estaba en el mercado de Rabinal, Baja Verapaz, con su mamá, para vender sus productos. “Me acusaron de ser guerrillera y me llevaron al destacamento. Ahí me tuvieron 25 días. En la noche llegaban varios soldados y ahí se aprovecharon. Luego llevaron a otras mujeres, no les importaba nada”.

Esto fue lo que Paulina declaró como uno de los tres testimonios presentados en el juicio histórico de las mujeres del pueblo Achí, víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado interno de Guatemala. 

Cuartos pequeños, oscuridad, baños bajo un chorro, violencia sexual a todas las mujeres, interrogatorios bajo torturas, sin acceso a alimentos, fueron parte de las descripciones en el testimonio de Paulina y de otras tres testigos que declararon el pasado 19 de febrero.  

Durante la audiencia, ellas fueron identificando uno a uno a los perpetradores de estos hechos, entre ellos los tres acusados en este juicio:  Pedro Sánchez Cortéz, Simeón Enrique Gómez y Félix Tum Ramírez, ex patrulleros de autodefensa civil (PAC) acusados de violación sexual y delitos contra los deberes de la humanidad, en el caso de las Mujeres Achí.

Fotografía de Angela Cuc
Fotografía de Angela Cuc
Fotografía de Angela Cuc

Este caso, que fue impulsado desde 2011 por la Asociación Bufete Jurídico de Rabinal, tuvo sus primeros resultados en 2018, tras la captura de los tres ex patrulleros de autodefensa civil (PAC). Sin embargo, la jueza Claudette Domínguez decretó el sobreseimiento de los acusados en 2019, por lo que quedaron en libertad. 

Las abogadas de las víctimas apelaron la decisión y en 2022, la Sala Primera de Mayor Riesgo resolvió que los acusados debían enfrentar juicio. En 2023, el Juzgado de Mayor Riesgo B ordenó que tres ex PAC fueran juzgados por delitos contra los deberes de la humanidad.

En los años 80, el Ejército de Guatemala utilizó la violencia sexual como arma de guerra en contra de mujeres indígenas. La estrategia se basaba en acusar a las mujeres de ser parte de la guerrilla, para capturarlas y mantenerlas en cautiverio, bajo una gran cantidad de violaciones a sus derechos, torturas y malos tratos.

“Para mi, después de eso, la vida ya no es igual, no estoy bien. Me casé años después, mi familia supo todo lo que viví, fue difícil para mí contarlo, pero como fue verdad, tenía que decirlo”, expresó Paulina en su declaración. 

“Pido justicia, que se castigue a los responsables de la violación sexual”.

Paulina, sobreviviente del pueblo Maya Achí

Durante el primer día de la audiencia, se hizo presente Pedro Sánchez. Las tres testigos lo señalaron como uno de los ejecutores de las agresiones sexuales durante su captura en el destacamento militar. Cuando la jueza le solicitó que brindara su declaración dijo: “No, no quiero hablar”. 

Fotografía de Angela Cuc

“Cada una reconoció a sus victimarios”

Este segundo juicio está a cargo del Tribunal de Mayor Riesgo B, presidido por la jueza María Eugenia Castellanos Cruz e integrado por las juezas vocales Marling Mayela González Arrivillaga y Missulla Eunice Solís Rodas. La Asociación Bufete Jurídico Popular de Rabinal (ABJP) y las sobrevivientes participan como querellantes adhesivas y serán representadas por las tres abogadas indígenas que participaron en el primer juicio: Lucía Xiloj, Gloria Reyes y Haydeé Valey.

HoraCero conversó con Haydeé Valey, abogada y coordinadora del programa de participación de víctimas de Impunity Watch, quien destacó que este es uno de los casos de violencia sexual más emblemáticos del conflicto armado interno porque ilustra la brutalidad con que el Ejército y los grupos paramilitares utilizaron la violación sexual como arma de guerra, para atacar a las mujeres y someter a las comunidades indígenas bajo su control.

Valey explicó que la última audiencia del 19 de febrero, fue uno de los momentos cruciales de este juicio histórico, ya que también se presentaron los testimonios de dos peritas que ratificaron sus peritajes. Uno de estos procesos clave fue el peritaje linguistico, que ayuda a comprender la manera en que las víctimas expresan sus experiencias y la terminología utilizada en idioma Achí para hablar de violencia sexual. 

Dos de los testimonios de las sobrevivientes se presentaron en la audiencia pública, entre ellos el de Paulina. Mientras que el tercero se realizó a puerta cerrada, atendiendo a la legislación guatemalteca y estándares internacionales sobre los derechos de las mujeres, ya que la sobreviviente solicitó que se hiciera en privado por medidas de seguridad en su comunidad. 

“Las sobrevivientes reconocieron a sus agresores, nombraron a sus victimarios y describieron la forma brutal en que fueron tratadas. Las tres fueron trasladadas al destacamento militar de Rabinal en 1983, donde fueron sometidas a violencia sexual continua por grupos, frente a otras detenidas”, explica Valey. 

Pero esta no es la primera vez que las víctimas señalan con nombre y apellido a sus agresores. Ya lo habían hecho desde 2011, en el que el Bufete de Abogados de Rabinal inició el proceso de recolección de pruebas para llegar a las órdenes de captura de los ex patrulleros en 2018. Sin embargo, sus testimonios no tuvieron valor para las instancias judiciales, según lo expresa la abogada. 

“Por distintas situaciones, tres de esas personas que habían sido señaladas por el Ministerio Público y vinculadas al proceso legal quedaron con un sobreseimiento en el 2019. bajo esa figura estas tres personas quedaron libres, a pesar de que las sobrevivientes los señalaron, los reconocieron, dijeron que ellos habían sido los autores materiales de la violencia sexual, pero en ese momento los testimonios de las señoras quedaron como que si no valieran”.

Los hechos del caso ocurrieron entre 1981 y 1985. En estos años las mujeres Achí fueron sometidas a las formas más brutales de violencia sexual por parte del Ejército, comisionados militares y patrulleros civiles, en sus casas, en los alrededores de sus hogares, en el destacamento militar de la localidad y en un campamento de patrulleros localizado en la comunidad de Xococ, Rabinal.

Los tres acusados fueron parte de las Patrullas de Autodefensa Civil, las cuales fueron creadas en 1981 durante la dictadura militar de Romeo Lucas García, con el propósito de involucrar a la población civil en la lucha contrainsurgente, y para vigilar y controlar a las comunidades rurales. En 1983 el gobierno de facto de Efraín Ríos Montt las reconoció legalmente y en 1986 se convirtieron en Comités Voluntarios de Defensa Civil (CVDC). En muchos lugares, el Ejército les entregó armas de fuego y se convirtieron en grupos paramilitares que cometieron abusos en sus propias comunidades.

No solamente cumplieron tareas de vigilancia, sino que también participaron en operaciones de combate de la guerrilla y cometieron crímenes graves contra la población civil. Respecto de la violencia sexual, la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) señaló que los PAC cometieron numerosas violaciones sexuales como parte de la estrategia general de terror; “muchas de ellas formaban parte de las operaciones de tierra arrasada o se realizaban antes de masacres y de modo público y masivo. En algunos casos se ejecutaban conjuntamente

La violencia sexual como arma de guerra

En 1999, la CEH documentó 1,465 casos de violación sexual durante el conflicto armado; el 89% de estos hechos fueron contra mujeres mayas y el 35% de las víctimas fueron niñas. La Comisión determinó que “los casos de violaciones masivas o indiscriminadas y públicas se registraron en áreas de gran concentración indígena, como una práctica común luego de la instalación de destacamentos militares y PAC, de modo previo a masacres o como parte de operaciones de tierra arrasada”.

Esto ha sido confirmado en varios casos del conflicto armado en Guatemala, por tribunales de este país. Por ejemplo, en 2013, el Tribunal de Mayor Riesgo A determinó que la violencia sexual de mujeres y niñas fue parte del genocidio contra el Pueblo Maya Ixil. En 2016, el mismo tribunal determinó que un grupo de mujeres Maya Q’eqchi’ fueron sometidas a esclavitud sexual y doméstica en el destacamento militar de la comunidad de Sepur Zarco. Además, en la primera sentencia del Caso Mujeres Achi. en 2022, el Tribunal de Mayor Riesgo A concluyó que el Ejército utilizó la violencia sexual como arma de guerra para someter a las mujeres Achi y a sus comunidades a control militar, con la participación de PAC.

La antropóloga feminista, Rita Segato, en su peritaje antropológico de género para el juicio del caso Sepur Zarco, señala que estos hechos constituyen una agresión a la comunidad, en la mujer, como persona, y a través de ella, por su posición, a todos los lazos de confianza que estabilizan una relación comunitaria, de vecindad y de familia extendida. Es decir, la violación sexual vista como una nueva forma de guerra no convencional irregular, que busca romper, desde el cuerpo de las mujeres, con el tejido comunitario. 

“Y ¿por qué en las mujeres y por qué por medio de formas sexualizadas de agresión? Porque es en la violencia ejecutada por medios sexuales donde se afirma la destrucción moral del enemigo, cuando no puede ser escenificada mediante la firma pública de un documento formal de rendición. En este contexto, el cuerpo de la mujer es el bastidor o soporte en que se escribe la derrota moral del enemigo”, afirma Segato. 

Las mujeres víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado, tanto en el caso de las mujeres Achí, como en Sepur Zarco y otros, han afirmado que sufren desde entonces de malestares físicos, debilidad, sufrimientos psicológicos, depresión, grandes zozobras, entre otros. Muchas de ellas, no lograron continuar con sus planes de vida.

“Estos hechos las hirieron profundamente, dejaron daños emocionales, psicológicos, familiares, comunitarios. Ellas eran población civil, estaban en sus comunidades, llevaban una vida normal comunitaria. Tenían planes, proyectos de vida, varias lo que anhelaban era casarse, tener hijos y hay mujeres que ya no pudieron hacerlo porque quedaron marcadas, estigmatizadas a nivel comunitario, y fueron repudiadas por sus familias y la comunidad. Cuando tenían maridos, las rechazaban porque se llegaban a enterar de lo que les ocurrió En muchos casos, la comunidad le dio la espalda”, explicó Haydeé.

La abogada también valora que, pese a estas dificultades, las sobrevivientes continúan firmes en su exigencia de justicia, rompiendo el silencio y manteniendo la esperanza de que estos crímenes no vuelvan a repetirse. Valey espera que exista una resolución favorable.

Febrero es un mes dedicado a la memoria histórica en Guatemala. El 25 es el Día Nacional de la Dignidad de las Víctimas del Conflicto Armado Interno. El día 26 se cumplieron 9 años de la sentencia del caso Sepur Zarco, que marcó un precedente histórico en el reconocimiento de la violencia sexual como crimen de guerra durante el conflicto armado en este país. Para los pueblos de Guatemala, las abuelas de Sepur Zarco abrieron el camino para que otros casos de violencia sexual contra mujeres indígenas no queden en la impunidad.