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La muerte de Violeta Barrios de Chamorro, el fin de una era y los anhelos pendientes de un país

Maldito País

junio 16, 2025

Hoy y después de tres décadas, una nueva generación, la nacida en democracia, atraviesa la misma encrucijada que la UNO, enfrentando al mismo partido político con Daniel Ortega a la cabeza como eterno candidato del FSLN.

El sábado 14 de junio falleció Violeta Barrios de Chamorro, la figura más reconocible de la transición política en Nicaragua, cuyo arribo al poder puso fin a un conflicto armado financiado por Estados Unidos. Más que detenernos a hablar sobre su figura maternal que logró conciliar sectores antagónicos en uno de los momentos más tensos de la historia nacional, nos gustaría hacer hincapié en la idea de cómo su muerte es el reflejo de una era que termina pero donde los sueños de paz, libertad y democracia siguen significando una deuda con el pueblo nicaragüense. 

Pensar en el proceso del fin de la guerra y el posterior desarme e integración a la vida civil de miles de combatientes, nos hace evocar de forma inevitable las fotografías de Violeta Barrios junto a los comandantes de la Contra depositando cientos de fusiles que serían la base del simbólico “Faro de la paz”, el único monumento de memoria de la posguerra que existió en el país y que fue demolido por mandato de los actuales dictadores de Nicaragua, en su intento de borrar cualquier vestigio de un gobierno anterior al suyo, peor aún si ese gobierno despierta alguna clase de simpatía entre la población. Otra herencia del gobierno de doña Violeta (como le gustaba ser llamada) fueron los Programas de Ajuste Estructural (PAE) una serie de medidas económicas drásticas que avaladas por organismos financieros internacionales, fueron las responsables del despido masivo de trabajadores públicos, la venta de empresas estatales y la reducción de programas sociales para así subsanar las finanzas públicas de un país con una de las tasas de inflación más altas del mundo para la época.

La democracia trajo consigo el sinsabor del desempleo y la pobreza extrema. Los índices de desarrollo humano descendieron de forma abrupta y aumentaron los indicadores de hambre, mortalidad infantil y materna. El sociólogo guatemalteco, Edelberto Torres Rivas, llama “democracias malas” a los gobiernos que se instalaron en Centroamérica después de los Acuerdos de Paz. Usa este adjetivo que puede sonar un poco ingenuo, para ejemplificar cómo el regreso a la democracia defraudó las esperanzas de países que soñaban con cambios sustanciales más allá de simulaciones electorales y de división de poderes. Estas democracias malas degeneraron en Estados ineficientes, débiles, cooptados por intereses corporativos y con poca credibilidad, bajo esta situación la palabra “democracia” no fue más que un sustantivo accesorio. No es casualidad, entonces, que 35 años después nos encontremos con una región anclada en los esquemas autoritarios de los que parecía haber escapado.

La Unión Nacional Opositora (UNO) se formó en 1987 y fue una coalición variopinta de 14 partidos políticos cuyo objetivo era articularse alrededor de un enemigo común: el sandinismo, más allá de cualquier ambición ideológica o consenso político. Dicha alianza comenzó a resquebrajarse apenas doña Violeta tomó el poder. Una vez que el enemigo se consideró derrotado las distintas facciones tuvieron muchos problemas para lograr un consenso y algunos acusan a Violeta y su grupo cercano (donde se encontraba su jefe de campaña y yerno, Antonio Lacayo) de violar los acuerdos previos. Irónicamente, hoy y después de tres décadas, una nueva generación, la nacida en democracia, atraviesa la misma encrucijada que la UNO, enfrentando al mismo partido político con Daniel Ortega a la cabeza como eterno candidato del FSLN. La diferencia, esta vez, es que muchas de las figuras políticas de ese periodo están más cerca de la muerte que de una vida política influyente. 

El historiador Antonio Monte reflexiona cómo la política nicaragüense se encuentra enfrascada desde hace décadas en el debate del sandinismo y el anti sandinismo.  Al igual que la UNO, la oposición nicaragüense parece empantanada en esta discusión, haciendo del fin del sandinismo su principal bandera y proyecto ideológico. La pregunta que queda de fondo es cómo esperamos que al seguir el esquema de antagonismos no presenciemos los mismos resultados que hace 30 años: ser gobernados por una coalición sin más aspiraciones que la derrota del enemigo. Bajo ese esquema, el bienestar del pueblo nicaragüense termina siempre fuera de la ecuación.