Escribir otra vez

Maldito País

septiembre 11, 2022

Fátima Villalta

7 min

Decidí inaugurar esta columna con el tema que me taladra la cabeza días tras día durante los últimos meses: escribir otra vez. ¿Por qué digo “otra vez” en lugar de decir “escribir” a secas? Porque el “otra vez” hace referencia al duro camino que transité al haber publicado una novela a los 17 años después de ganar un premio de literatura. Durante más de diez años opté por el silencio literario, y en mis peores momentos dije que ya no volvería a escribir ficción. Decir que pasó una década desde mi única publicación suena a una eternidad pero a la vez siento que todo eso fue hace un parpadeo. Diez años sin publicar es mucho tiempo bajo los estándares de productividad de cualquiera que se precie de ser escritor.

Las razones por las que no volví a publicar son muchas y no podría ni quiero enumerarlas todas en esta columna aunque si quiero nombrar algunas, también porque creo que es catártico poder admitir que todo eso que me hizo daño hace diez años ya no me afecta más, o al menos ya no me afecta de la misma manera. Tardé más de diez años en convertirme en la adulta que quería ser, y también tardé todo ese tiempo en reconciliarme con la adolescente que fuí. 

La primera razón tiene que ver con un miedo muy básico y muy real: el temor al qué dirán. En mi caso, mi primera obra de ficción había sido premiada, publicada y era leída en la clase de español para estudiantes de primer ingreso en las universidades. A los 18 años comencé a ir a conversatorios con estudiantes que me decían que mi novela era el primer libro completo que habían leído en sus vidas o que lo habían devorado en dos noches. Cada mes me sentaba en un salón con muchachos de mi edad que me preguntaban cuándo publicaría mi próximo libro o qué podían hacer ellos para convertirse en escritores. Sobre lo primero respondía con evasivas, decía que estaba escribiendo algo aunque no fuera cierto, sobre lo segundo intentaba dar algún consejo sin mucha convicción porque yo tampoco sabía cómo me había convertido en escritora y de hecho ni siquiera me consideraba una. La “facilidad” con la que había sucedido todo me hizo dudar durante mucho tiempo sobre mi propio trabajo, creí que lo mío era más un golpe de suerte que una habilidad y por muchos años tuve miedo de que la suerte no golpeara otra vez a mi puerta. En medio de todo eso me olvidé de lo que había sido el motor inicial de mi vida literaria y ese era el placer de escribir, no el amor al éxito. 

La segunda razón está relacionada con la famosa pregunta ¿qué significa ser escritor? Por años intenté tener una respuesta, todavía al día de hoy no he tenido éxito en esa tarea, la diferencia es que ahora esa pregunta ya no me inquieta. Al publicar tan joven recibí incontables sugerencias sobre qué debía hacer con mi futuro, cuál sería la mejor carrera que un escritor debía estudiar, cómo un escritor debe ver el mundo, qué libros debería leer un escritor para convertirse en un escritor de verdad, cuántas horas al día debe escribir un escritor, qué opinión debe tener un escritor de otros escritores, esas son solo algunas de las bienintencionadas sugerencias de quienes procuraban que me convirtiera en una escritora hecha y derecha. Entonces como buena adolescente de 17 años decidida a ir en contra de los mandatos de los adultos decidí decir no a todo aquello, incluída la idea de ser escritora.

Entré a la universidad a estudiar Comunicación, luego migré a Psicología y pronto me di cuenta que no era lo mío, hice examen de admisión para Antropología en la UNAN-Managua y estudié ahí por unos meses, llevé varias clases en Sociología, trabajé en un archivo histórico, escribí crónicas, ensayos y leí mucho durante todo ese tiempo, pero no los libros que deben leer los escritores para ser escritores de verdad. Ahora que narro todo eso parece que todo hubiera sido planeado por mí desde el principio, pero todos esos procesos de aprendizajes y cambios los viví con mucha angustia, con culpa y con miedo de fracasar por alejarme del camino que otros habían trazado para mí. Cuando dejó de preocuparme el ser o no una verdadera escritora, me di cuenta que durante todos esos años siempre escribí y que eso era lo más valioso para mi. 

Y finalmente debo mencionar una tercera razón y quizás la más dolorosa y de la que más me ha costado recuperarme: el acoso tan normalizado en los espacios literarios. Siendo una adolescente entré por la “puerta grande” a los espacios de la literatura nacional, mismos espacios dominados por hombres donde yo era una excepcionalidad: mujer, muy joven y no capitalina. Durante esos primeros años recibí mensajes e invitaciones de tipos mayores (los más jóvenes me llevaban 10 años) que decían el ya conocido “sos muy madura para tu edad”. Por mucho tiempo creí que debía aceptar esas invitaciones porque era lo que se esperaba de mí. En las fiestas, las reuniones y los eventos veías como profesores se paseaban con sus estudiantes por los bares de la ciudad, o como las promesas de la literatura nacional hacían uso del alcohol como forma de seducción. 

Dejé de ir a los festivales, eventos, conversatorios, me dediqué a intentar desaparecer del mapa. Recuerdo una edición del festival Centroamérica Cuenta donde un escritor comenzó a perseguirme por todos los espacios hasta que una amiga y poeta salvadoreña me dijo angustiada “¿Quién es ese hombre que te ve tan feo y te persigue a todas partes?” Ese año yo era cronista del festival, y me emocionaba regresar a los lugares que evité por temor pero ahí estaba de nuevo el miedo persiguiéndome en cada espacio. Intenté pedir ayuda y le comenté a un grupo de hombres escritores que había un tipo que me perseguía y que tenía tanto miedo de él que iba al baño con el gas pimienta en la mano, la respuesta fue silencio absoluto hasta que uno de ellos se río y me dijo que no debía ser tan exagerada. 

Escribo esto desde la residencia de escritores en Iowa, un programa de 10 semanas en los que no tenés que preocuparte por pagar el alquiler ni preparar la comida, porque el único objetivo de tu estancia es que podás trabajar en tus proyectos literarios. Después de rumiar un libro de cuentos por más de cuatro años, de trabajar borradores sin poder terminarlos, estoy aquí haciendo realidad esa idea que me ha acompañado desde que salí de Nicaragua en 2018. Si decidí escribir otra vez es también gracias a todas las mujeres que me han alentado, escuchado, comprendido y acompañado durante todos estos años. Gracias a ellas por creer que valía la pena intentarlo y gracias por supuesto , a la joven de 17 años que escribió una novela solo porque quería hacerlo.