Muchas cosas no han cambiado desde el 12 octubre de 1492, cuando América fue “descubierta”. El colonialismo y el racismo aún permean en nuestros países como estructuras de opresión. Esto lo viven de manera directa nuestros pueblos indígenas y afrodescendientes, y aunque este no es un escrito de opinión acerca de esta fecha, es un buen momento para repensar que el continente está convulsionando, con éxodos masivos de migrantes que huyen de sus países de origen porque sus Estados no están garantizando las condiciones necesarios para que se queden, por ello particularmente hoy esa mirada es hacia el pueblo de Haití.
La población haitiana tiene una larga historia de empobrecimiento e inestabilidad política desde que logró independizarse de Francia en 1804 a través de una rebelión de esclavos. Esta es la historia de una migración extracontinental demasiado vulnerada en su tránsito por el continente, donde las vivencias de racismo y vulneración a sus derechos humanos, han hecho que su tránsito por el continente sea quizás uno de los más difíciles.
Haití forma parte del continente americano, se ubica en las islas del Caribe, y aunque su lengua oficial no es el español, hay una historia particular de conexión con América Latina, y detrás de ello momentos dolorosos, desencadenados por crisis de derechos humanos, la intervención de los cascos azules de la ONU en 2004 donde se demostró la violencia ejercida por estos agentes y las violaciones sexuales a hombres y mujeres, el terremoto de 2010, la epidemia del cólera, huracanes y eventos de orden político más recientes que tienen al país sumido en un crisis generalizada.
El terremoto del 12 de enero: punto de partida
La primera ruta que se estableció para la población haitiana, fue sudamérica, se vieron obligados a salir de la isla en búsqueda de mejores opciones a raíz del terremoto de 2010 que dejó pérdidas humanas de 200 000 personas.
Chile y Brasil fueron los primeros países de refugio. Para el caso del Brasil detrás de este recibimiento se encontraba la necesidad de mano de obra para construir la infraestructura del Mundial de 2014 y posterior los Juegos Olímpicos de 2016. La mayoría obtuvo residencia permanente por razones humanitarias y la población haitiana se convirtió en una de las mayores comunidades de inmigrantes y refugiados hasta que fueron sobrepasados por los venezolanos en 2018.
Posterior a este periodo, la situación económica y política de Sudamérica cambió. En Brasil las visas humanitarias de cinco años finalizaron y el gobierno entrante decidió no renovarlas, Perú y Ecuador decidieron implementar otras medidas como la solicitud de visado y endurecimiento de su política para frenar los flujos migratorios e impedir el ingreso de haitianos a sus países. Mucha de esta población se ve obligada a pensar en otra ruta -de Sudamérica a Centroamérica- para llegar a Estados Unidos y aprovechar el programa humanitario conocido como Estatuto de Protección Temporal para población haitiana -TPS por su siglas en inglés- vigente desde 2010 hasta 2017.
De Sudamérica a Centroamérica
Pasar del Sur a Centroamérica obliga a las personas migrantes sin recursos y sin visados a transitar por la temida y violenta selva del Tapón del Darién, ubicada entre Colombia y Panamá. Según las autoridades panameñas a raíz de la crisis provocada por la pandemia en los primeros nueve meses de 2021 unos 95 000 migrantes, la gran mayoría de ellos haitianos, intentaron atravesarlo en su camino hacia Estados Unidos.
Lo preocupante de esta situación es que en esta selva no hay garantías, ni Estados que intervengan para proteger, es decir, es un camino incierto del cual las personas migrantes saben que ingresan, pero no tienen la seguridad de su salida. Esta es otra de las grandes barreras a las que la población haitiana se enfrenta y vive con mayor intensidad.
En algunos países de Centroamérica, las personas migrantes haitianas quedaron varadas en su trayecto, como en Costa Rica y Nicaragua, donde enfrentaron tratos inhumanos, expuestos a la indolencia de las mismas autoridades de ambos países. La situación se volvió más visible con el trágico episodio donde unas 12 personas murieron ahogadas intentando cruzar de manera clandestina el río Sapoá, en territorio nicaragüense. La respuesta de la población haitiana en 2016 era clara, decían: no somos terroristas, buscamos una mejor vida y solo queremos que nos permitan pasar y seguir nuestro camino hacia el Norte.
La respuesta de los otros países del norte de Centroamérica tampoco fue tan diferente, no es desconocida las altas coimas que las personas migrantes pagan para transitar por estos países de manera irregular, los elevados costos en el transporte, sumado el maltrato, actos de xenofobia y racismo a los que se enfrentan.
De Centroamérica a México
De las imágenes más dolorosas que circularon en 2021, es la saña con la que agentes de migración mexicana violentaron a hombres y mujeres de nacionalidad haitiana, primero en la frontera sur con Guatemala en el estado de Chiapas, pero un poco más atrás entre 2016-2017 la respuesta xenófoba y racista a la cual fueron expuestos en ciudades como Mexicali al norte de México, donde el éxodo de migrantes haitianos se hizo muy notorio, cuando intentaban ingresar a Estados Unidos, antes de que finalizara el TPS.
México es un país ya de recepción de población migrante, también es racista y clasista en su abordaje con la migración, pese a ser un país expulsor de migrantes principalmente hacia Estados Unidos. Pero también es un país de contención que hace el trabajo sucio de la agenda anti-inmigrante de Estados Unidos, en 2021 hubo récord histórico de solicitudes de refugio, la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (COMAR), reportó números de 131 448 solicitudes de refugio de las cuales 51 827 fueron de población haitiana, eso sin incluir datos de brasileños y chilenos que son hijos de migrantes haitianos nacidos en estos países en el período de su tránsito por Sudamérica.
Estas cifras demuestran dos cosas, la primera es que el sistema de protección en México colapsó, a eso se le suma la pandemia, los albergues rebasaron su capacidad de atención, y la segunda más importante es que esta población ha indicado en reiteradas ocasiones que quieren llegar a Estados Unidos, y no permanecer en México. Pese a esto la agenda anti-inmigrante está dirigida a contener más que proteger y garantizar condiciones.
En Tapachula la población haitiana está varada en espera de respuesta a sus procedimientos de refugio, la cantidad de población ha hecho que el sistema se demore más, y en 2021 cuando intentaron salir de Chiapas porque no querían seguir esperando en estas condiciones, se vieron expuestos a la respuesta violenta de oficiales de la Guardia Nacional y en el norte las personas migrantes haitianas que sí lograron subir hasta la frontera con Estados Unidos fueron golpeadas por agentes de migración montados en caballos y con riendas a modo de látigo. Estas imágenes y videos se difundieron rápidamente, mucha solidaridad y llamados de atención hubieron, pero las cosas tampoco han cambiado mucho para esta población, que sigue en el olvido.
Nos toca reconocer que mucho no ha mejorado, somos un continente desigual, racista, clasista, xenófobo y la lista es interminable. Gran parte de esta responsabilidad se la llevan los Estados que mantienen políticas anti inmigrantes más duras con unas poblaciones y más abiertas con otras. La población haitiana es una de las más vulneradas y en su tránsito migratorio por todo el continente han encontrado más barreras que actos de protección y solidaridad, y más que un sueño es una pesadilla que viene de punta a punta en todo el continente.