¿Por qué encarcelaron al periodista más emblemático de Guatemala?

Maldito País

octubre 11, 2022

Gonzalo Montepeque

4 min

El periodista José Rubén Zamora continúa en prisión. Se acerca a cumplir tres meses y parecería que no hay forma de que salga pronto. Por eso era importante endilgarle el lavado de dinero, porque una vez que se vincule a alguien a un proceso penal por este delito, no hay forma, por mandato legal, de que un juez le otorgue medida sustitutiva (“casa por cárcel”, como se dice). Que haya quedado así la norma -que obliga a que el lavado no tenga arresto domiciliar- es una cuestión en debate dentro del mundo penal pues los supuestos para justificar la prisión preventiva, por ley, son dos: obstaculizar la investigación y peligro de fuga. Zamora no cumple ninguno. 

Por tanto, el “lavado” era esencial para mantener a Zamora en prisión. Y para “sustentar” el lavado debía existir un delito previo del cual asirse para decir que el dinero que había recibido -que es la “gran” prueba- provenía de un origen ilícito. Este hecho supuestamente ilegal fue el presunto “chantaje” que Zamora habría cometido contra Ronald García Navarijo, el banquero que lo grabó y quien en una declaración ambigua medio dijo algo del chantaje pero no aportó prueba alguna, ni dijo para qué era el chantaje, ni cómo, ni qué había a cambio. Lo que sí es verdad es que García Navarijo recuperó bienes que el Estado le tenía embargados por poco menos de $5 millones a cambio de entregar a Zamora. 

Trazar las enemistades de Zamora no es fácil. Más allá de todos los presidentes, están los poderes ocultos, como se les llamó a estos grupos “detrás del trono”, quienes en realidad gobiernan. El sistema judicial y electoral en Guatemala ha estado cooptado -en mayor o menor medida- y ha tratado de guardar apariencias poniendo al frente, a veces, a abogados “de la casa” del poderoso sector privado, quienes suelen tener renombre (“vacas sagradas”) y que si bien podrían sostener principios jurídicos, raramente enfrentaron a estas estructuras delincuenciales organizadas que fueron en ascenso hasta llegar al gobierno de Otto Pérez, cuando, por poco tiempo, implosionaron debido al trabajo de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) que investigó y encarceló a piezas clave de estas enormes estructuras de criminalidad. Estas apariencias se cayeron y ahora todos los líderes de las instituciones son corruptos con pedigrí.

Zamora nombró a gente que nadie más hizo. Por ejemplo, al general Francisco Ortega Menaldo, quien ha sido clave para hacer la transición de un Estado en guerra a un Estado criminal. Participó de la mano de altos funcionarios de Estados Unidos en el operativo de la trama de los Contras e Irán, al punto de que logró quedarse con herramientas usadas para el espionaje, que luego utilizó para agenciarse de un poder extraordinario conociendo los detalles de amigos y enemigos. “La información es poder”, dicen y Ortega lo sabe bien. Elaboró la estrategia de unir al sector privado a la guerra interna “pasando el sombrero” para que aportaran económicamente y prestaran sus aviones y luego, ya en paz, dirigió la inteligencia en tiempos del presidente Serrano Elías -prófugo en Panamá- y mantuvo influencia en los nombramientos más relevantes de casi todos los gobiernos. Su hijo fue candidato a diputado con el partido del presidente Giammattei y actualmente es subregistrador de la propiedad, una de las instituciones más apetecidas para robar propiedades. Se dice que por esta histórica cercanía con influyentes norteamericanos, goza de protección por parte de ese país. 

Este es un ejemplo de la clase de enemigos de Zamora, quien aseguró que Francisco Ortega Menaldo le mandó a colocar una bomba, en los noventa, cuando, en la primera versión del periódico Siglo XXI, empezó a publicar sobre crímenes cometidos durante el conflicto armado. Quienes llevan los procesos en su contra, la Fundación Contra el Terrorismo y su vocero Ricardo Méndez Ruiz, son chihuahuas que ladran sin recato y que a la hora de saldar cuentas serán los primeros sacrificados, al igual que la fiscal general Consuelo Porras. Detrás de ellos, hay un aparato militar-económico-criminal que está sentando las bases para robustecer un Estado criminal a prueba de organización social, futuras investigaciones y de fiscales independientes con ayuda internacional. 

Aprendieron las lecciones de los casos que armó la CICIG y sofisticaron la forma de corrupción; ahora todo lo pagan en “cash” para no dejar rastro; saben que las protestas de la clase media urbana sumada a la fuerza indígena rural pueden hacer tambalear a cualquier gobierno; que las redes sociales son poderosas pues mueven influyentes corrientes de opinión; que el plano internacional es esencial neutralizarlo con concesiones migratorias; que es importante mantener aliado-chantajeado al sector privado para que pongan la cara diplomáticamente en favor de las redes de impunidad; y saben que el periodismo es una cancha que no han logrado ganar, y ahí Zamora ha sido el que puso el dedo en la llaga sobre estos poderes ocultos y que es algo que no se volverá a tolerar. Con su detención, envían el mensaje de que si encarcelaron a Zamora, pueden ir contra cualquiera, quizá nadie haya tenido más protección mediática e internacional que él y por eso valió la pena correr el costo político de la aprehensión. 

El proceso de Guatemala se parece al de otros países. Por ejemplo, el de la Primavera Árabe, que, tras protestas masivas y autoconvocadas que lograron derribar a presidentes corruptos, se vino un contraataque tras la imposibilidad de cambiar los cimientos de estos sistemas que sostienen a los regímenes criminales. Esta venganza avanza fuerte y ante los ojos del mundo, que está ocupado en otros asuntos.