49 años de la masacre estudiantil de 1975 en El Salvador: un grito latente
Maldito País
julio 30, 2024
San Salvador, miércoles. El sol quemaba las calles alrededor de la Universidad de El Salvador. Pese al calor, cientos de estudiantes se preparaban con pancartas, boletines y altavoces para marchar hacia el parque Libertad, en el centro de la capital. Sin embargo, la esperanza de cambio y transformaciones sociales de las y los jóvenes fue ensombrecida por tanquetas y fusiles del ejército salvadoreño. La represión estatal silenció el grito de las juventudes que, 49 años después, siguen esperando justicia por sus desaparecidos, desaparecidas y masacrados el 30 de julio de 1975.
1975 fue un año difícil para El Salvador, la situación social y política del país era crítica y, en diferentes momentos, tuvo mayor tensión, como el 10 de mayo, cuando asesinaron y desaparecieron al poeta Roque Dalton, o con los reclamos que diferentes sectores realizaban al gobierno por la realización del certamen Miss Universo, cuyo emblema para promocionar al país era “El país de la sonrisa”.
Los preparativos para Miss Universo trajeron consigo el desalojo de ventas en las calles, la colocación de semáforos de última tecnología y el esconder bajo la alfombra toda la crisis política y social que vivía el país, como la represión militar, violaciones a derechos humanos, persecución de personas defensoras, secuestro de empresarios, elecciones fraudulentas, entre otras.
En esos años, Mirna Perla se incorporó al movimiento estudiantil para luchar por las y los becarios. “Pero no nos quedamos en la academia, nuestro esfuerzo acompañaba también a los trabajadores y trabajadoras del campo y la ciudad”, expresó la ahora doctora, defensora de Derechos Humanos y sobreviviente de la masacre, en una de las actividades conmemorativas que se realizó en la UES este mes de julio.
“En ese momento, también había despojo contra las y los campesinos. Nuestra mayor fuente de formación fue acompañar las luchas de ellos y ellas, defendiendo su legítimo derecho a la tierra”, dijo.
La Universidad de El Salvador se había convertido en un bastión de la disidencia, la crítica, y el epicentro de las protestas estudiantiles. Una de estas protestas se preparaba en la sede del departamento de Santa Ana, el 25 de julio de ese año. Era un desfile bufo en contra de los gastos de fondos públicos para el desarrollo de Miss Universo, así como para hacer una sátira del régimen de turno.
El desfile bufo no se realizó. Militares tomaron el Centro Universitario de Occidente, destruyendo pancartas y carrozas, lo cual fue considerado una violación al campus universitario. Días después, el presidente de turno, Arturo Armando Molina, negó que el campus fuera invadido por agentes del ejército y dijo que solamente se utilizó “una granada de gas lacrimógeno”, para quienes obstruían el tránsito.
Este hecho llenó de indignación a los y las estudiantes del campus central en la capital, por lo que prepararon una marcha en respuesta a la acción militar contra los estudiantes de Santa Ana. “En ese momento, discutimos seriamente, ideológicamente, prácticamente, cuál es el papel del revolucionario, de la revolucionaria en el país, y nos planteamos que podíamos enfrentar la muerte, porque ese año hubo varias masacres en comunidades rurales”, recordó Mirna.
“Y en las ciudades no habíamos tenido esa represión que respondía a mantener la calle callada. Pero recordamos que la UES, en 1950, logró la autonomía universitaria en lo académico, político, científico y económico gracias a la lucha de los y las universitarias. Con la claridad de que un derecho que no se defiende, se pierde, salimos a la calle a enfrentarnos con las tanquetas, a enfrentarnos con la propaganda ideológica de la oligarquía que decía que no podíamos salir o nos atenemos a las últimas consecuencias”.
A los universitarios se unieron estudiantes de secundaria del Instituto Nacional General Francisco Menéndez (INFRAMEN). “Los estudiantes de secundaria eran los más aguerridos y aguerridas”, recuerda Mirna Perla.
Salieron de la Facultad de Ciencias y Humanidades entre las 2:00 y las 4:00 de la tarde. Cada consigna hacía eco en las calles alrededor de la Ciudad Universitaria. Fueron cientos de estudiantes que exigían un alto a la represión, respeto a la autonomía universitaria y a la población en general que vivía una grave crisis social, económica y política.
“¿Por qué salimos, porque éramos unos suicidas? No, queríamos mucho la vida, nuestros compañeros y compañeras que cayeron amaban la vida. Yo misma amaba la vida, pero no estaba dispuesta a ser esclava, no estábamos dispuestos a callarnos, a entregar lo que con mucho sacrificio, con sangre, con trabajo tenaz habíamos logrado en nuestra universidad”.
Mirna recuerda que, desde el inicio de la marcha, notaron la presencia de policías infiltrados. Además, sobrevolaban aviones del ejército para ubicar el recorrido de la marcha e informar en tiempo real. “Eran como las 5 y cuarto de la tarde, fue un operativo de 15 minutos”.
La marcha pretendía llegar hasta el centro de la capital, pero al llegar a la 25 avenida norte, en el paso a desnivel sobre la Alameda Juan Pablo II, les esperaban las tanquetas, los gases lacrimógenos, la macana y el fusil militar.
“La gente de los hospitales de la zona y de las comunidades nos ayudó a salvar a muchos compañeros. Yo salté el puente y estaba muy afectada por los gases lacrimógenos. Traté de salir corriendo pero no podía caminar porque tenía la rótula en tres pedazos. Dos compañeros me llevaron a un lugar seguro, ahí vimos cómo los soldados pasaron revisando si habían quedado estudiantes. El compañero que me cuidó, me dijo: Aquí no hay más que meternos a la lucha armada”, expresó Mirna.
La que se considera una de las muchas batallas por la libertad y la democracia en El Salvador, es recordada cada 30 de julio por la comunidad universitaria. En los últimos años, la universidad ha realizado esfuerzos para recordar a estudiantes víctimas de la masacre y para conocer la verdad sobre lo ocurrido. “No tenemos el dato de cuántas personas salieron heridas, de cuántos fueron los muertos, de cuánta gente desapareció. Hasta la fecha, no hemos logrado superar la impunidad en relación a esta masacre y otras”, dijo Mirna.
Entre 2018 y 2019, la UES entregó títulos post mortem a familiares de estudiantes víctimas de la masacre. En 2020, las autoridades de la universidad presentaron un aviso con más de 60 casos a la Fiscalía General de la República, para que se investigue lo ocurrido durante ese trágico día.
La masacre del 30 de julio fue un punto de inflexión en la historia de El Salvador. Marcó el inicio de una espiral de violencia que desembocaría en una cruenta guerra civil. Los estudiantes asesinados se convirtieron en mártires, sus nombres quedaron grabados en la memoria colectiva como símbolos de la lucha por la libertad y la justicia.
Hoy, a 49 años, la comunidad universitaria recuerda a las víctimas en medio de la austeridad. Son más de 55 millones de dólares los que el Gobierno de Nayib Bukele adeuda a la única casa de estudios superiores estatal, lo que ha llevado a recortar fondos para proyectos, becas, programas de estudios, entre otros. Además, la universidad ha sido ocupada desde hace dos años por el Gobierno para diferentes actividades de corte internacional como los Juegos Centroamericanos y Miss Universo, dejando a un lado la presencialidad del estudiantado para continuar con sus clases.
El derecho a la educación superior y el respeto a la autonomía universitaria por la que lucharon las y los estudiantes en 1975, sigue en vilo en la Universidad de El Salvador. Por ello, las y los sobrevivientes del 30 de julio insisten en preservar la memoria histórica para impulsar a las nuevas generaciones a luchar por sus derechos.
“Tenemos que rescatar los momentos históricos de nuestro país. No podemos decir que la juventud está perdida. Hay esfuerzos que se atreven a decir aquí estamos, estamos defendiendo nuestra universidad y el derecho a la educación superior de nuestras y nuestros jóvenes que no tienen recursos, que es la mayoría en el país”, concluyó Mirna.