Para construir los cimientos de una dinastía se necesitan siete años de represión y una reforma constitucional que demuela el Estado de derecho. Ese es el tiempo que le ha tomado al régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo moldear un proyecto autoritario familiar, muy lejano del movimiento revolucionario que marcó a las generaciones de jóvenes de las décadas de los sesentas y setentas en Nicaragua. Un proyecto que para muchos ya no es un partido político, sino un esquema basado en una lógica de control y poder absoluto.
“Eso ya no es un partido político, es un proyecto político familiar de un grupo de nuevos oligarcas en el país”, analiza el abogado Yader Morazán, antiguo funcionario del Poder Judicial de Nicaragua hasta 2018. En la actualidad vive en el exilio y es uno de los 94 nicaragüenses cuya nacionalidad fue despojada en febrero de 2023.
Morazán considera que las reformas constitucionales que el régimen implementó desde 2019 han creado las bases de ese proyecto autoritario, conformado por una nueva élite de partidarios. “Desde las reformas realizadas en 2019 desaparecieron los pesos y contrapesos internos que existían en el Frente Sandinista. Actualmente se premia la obediencia y la complicidad, no la lealtad, porque la lealtad es un valor orientado al bien, y aplaudir acciones criminales es complicidad”, enfatiza.
Las reformas a la Constitución nicaragüense han sido el andamiaje de un proceso de erosión institucional máximo, con represión como complemento. A finales de 2024, Ortega y Murillo transformaron la Carta Magna que afectó a más de 100 artículos. Entre ellos, resaltó la legalización de la figura de “copresidenta”, cargo que ostenta Rosario Murillo, quien también tiene funciones de primera dama y vocera de gobierno.
Según las reformas, los copresidentes cuentan con un mismo nivel de poder y ambos son elegidos bajo sufragio. Algo lejos de la realidad, debido al control que ejerce el Ejecutivo en todos los demás poderes del Estado. Desde 2012 —cuando Ortega se reeligió tras su llegada al poder—, los resultados electorales han sido cuestionados. En 2021, el régimen eliminó a la oposición al encarcelar a precandidatos presidenciales de los movimientos surgidos en las protestas de 2018.
“Las reformas constitucionales de noviembre de 2024 buscan ese control absoluto del Estado… constituyen la ruptura de la continuidad jurídica del sistema constitucional nicaragüense, colapsando la institucionalidad democrática”, explica a su vez el abogado Juan Diego Barberena, litigante en materia constitucional y civil, también exiliado por el régimen.
Barberena ve todo en un conjunto: tanto las reformas constitucionales como las purgas dentro del partido se interpretan como “un mecanismo para eliminar obstáculos internos que puedan afectar la estabilidad de Rosario Murillo como futura gobernante”.
Las purgas del FSLN contra antiguos integrantes del círculo de poder llegaron hasta antiguos y leales cuadros históricos, como Bayardo Arce, uno de los comandantes de revolución y asesor de temas económicos. Sin embargo, no se detuvieron con él. La más reciente ha sido la presunta captura de Néstor Moncada Lau, asesor de seguridad del régimen y uno de los personajes más temidos dentro de las filas del FSLN. De acuerdo a publicaciones periodísticas, Moncada Lau fue interrogado el jueves 14 de agosto en la Dirección de Auxilio Judicial, conocida como El Chipote, luego fue enviado a su casa el viernes; y finalmente el sábado fue trasladado a la cárcel La Modelo, en Managua.
Moncada Lau es un antiguo oficial cuya trayectoria se remonta a la Seguridad del Estado en la década de los 80. Es también uno de los hombres de mayor confianza de Ortega, tanto así que durante la represión de 2018 fungió como uno de los principales operadores políticos entre la Policía Nacional, el Ejército e instancias de investigación. Su perfil, aunque trascendental para el control del régimen, ha permanecido siempre en las sombras, fuera de los focos y las comparecencias públicas.
La percusión también trastoca a una pieza clave en las operaciones de inteligencia, como lo es Rodolfo Castillo, coronel retirado y mano derecha de Lenin Cerna, alto mando de la antigua Seguridad del Estado y pieza clave del FSLN hasta su expulsión del complejo presidencial de El Carmen en 2011. El 1 de agosto, la Policía Nacional detuvo a Castillo en medio de las purgas que la dictadura ha desatado las últimas semanas. De acuerdo a una fuente entrevistada por Confidencial, la captura de Castillo y la de su sobrina Nadezna Obando Cerna, han sido para él “golpes bajos”.
A finales de julio, medios de comunicación nicaragüenses reportaron la fuga de Cerna tras la escalada contra figuras del círculo de poder del partido. Sin embargo, actualizaciones recientes relatan que fue visto en Managua el 10 de agosto. De acuerdo a los medios, fue visto en la zona del Estadio Nacional y en Carretera a Masaya.
“Lo que nos revela esto es que también se está produciendo una reestructuración, y valga la redundancia, en la estructura de poder. En otros momentos esa estructura estaba integrada tanto por personas de la confianza de Daniel Ortega como de Rosario Murillo. Pero ahora es más claro que las personas afectas a Ortega están siendo sustituidas por otras personas que son más afectas a Murillo”, explica la investigadora y socióloga Elvira Cuadra, quien en los últimos años ha analizado los mecanismos represivos del régimen.
Tras el escalamiento de las purgas y la consolidación de un proyecto dinástico, solo queda preguntarse quiénes quedan en el partido que Ortega y Murillo han transformado completamente. Atrás ha quedado el ímpetu revolucionario que marcó a jóvenes nicaragüenses y de otras partes del mundo que no dudaron en involucrarse en el proyecto sandinista. Un ideal que, para muchos, es parte de sus orígenes y su historia personal.
Mónica Baltodano tenía 15 años cuando se incorporó a un naciente movimiento que se perfilaba como la vanguardia contra una dictadura. Era 1969 y Latinoamérica ardía en revoluciones y dictaduras. Su ingreso a las filas del Frente Sandinista tuvieron que ver inicialmente con el movimiento estudiantil de principios de los setentas y con la organización de barrios marginales. Como muchas jóvenes, llegaron al movimiento inspiradas por la teología de la liberación. Su objetivo: defender a una población afectada y reprimida por el somocismo.
“La juventud nicaragüense de aquel entonces había venido tomando conciencia sobre los efectos que la dictadura somocista tenía en la sociedad nicaragüense por diferentes vías. Una era la vía del movimiento estudiantil, y otra fuente de concientización fue la teología de la liberación y la influencia que tuvo entre los jóvenes cristianos que se organizaron en diferentes movimientos. Nos integramos más por la vía del rechazo a la extrema pobreza que vivía la mayoría de los nicaragüenses, la exclusión de los campesinos, el analfabetismo. Es decir, por motivaciones sociales más que políticas”, relata Baltodano, quien llegó a ser comandante durante los años que estuvo en la militancia.
Hoy, su destino es el de casi todos los disidentes: el destierro. Baltodano tuvo que dejar el país, con su familia, en 2021. Ese año ocurrió una escalada represiva en la que fueron arrestados activistas, precandidatos presidenciales y cuadros históricos del sandinismo como los excomandantes Hugo Torres y Dora María Téllez, entre otros. Torres falleció en prisión, tras una prolongada enfermedad y condiciones carcelarias que agravaron su salud.
Su caso ejemplifica una represión total no solo hacia nuevos y actuales opositores del sandinismo, también hacia quienes militaron desde sus orígenes y se convirtieron en disidentes. Fueron motivaciones con un gran componente de transformación social y con un fuerte sentido de lucha contra una dictadura drástica.
“Después del terremoto (de 1972, que destruyó Managua) se aceleraron muchísimo las contradicciones en Nicaragua, se puso en evidencia que al Somocismo no le interesaba la situación de la gente. Fue un momento en que muchos nos incorporamos primero al Frente Estudiantil Revolucionario y después directamente al Frente Sandinista”, relata.
En el libro “Students of Revolution”, de la académica Claudia Rueda, pululan anécdotas y registros de historias similares de jóvenes de secundaria y universitarios que encabezaron una lucha frontal contra la dictadura de los Somoza. Un ejemplo de ello, recopilado por Rueda, se enmarca en una protesta que encabezaron estudiantes de la Universidad Centroamericana, en 1970, que entraron a la antigua catedral de Managua, acompañados de algunos sacerdotes, con el fin de tomársela en protesta por una ola de arrestos que el régimen cometió la noche anterior. Fue un éxito que provocó que diversos sectores de la sociedad, incluidos sacerdotes jesuitas y obreros, simpatizaran con la causa de los estudiantes.
Rueda también brinda tres claves para entender a esa generación de jóvenes nicaragüenses que, en un tiempo como en el que transcurre la Guerra Fría, “es difícil de caracterizar. Primero, esos estudiantes no eran precisamente marxistas o comunistas. Segundo, había un componente religioso y democrático, que despertaba la simpatía de sectores amplios de la sociedad. Y tres, ellos eran el resultado de décadas de participación política estudiantil”.
“Los jóvenes encontramos, digamos, un vínculo entre la lucha social, la conciencia social por los problemas de las desigualdades, y la convicción de que la dictadura era la principal responsable en el país de esa situación y de la ausencia de libertades políticas y democráticas”, recalca por su parte Baltodano.
Desde la televisión, en cadena nacional, las banderas rojinegras ondean en la avenida de Bolívar a Chavéz un 19 de julio de 2025. En cámara, aparece la camioneta plateada Mercedes Benz con Ortega y Murillo en su interior. A su alrededor, un cordón de oficiales corren mientras custodian el vehículo. Otro cordón de fuerzas especiales de la Dirección de Operaciones Especiales Policiales (DOEP) separan al comandante de su pueblo.
El acto se extiende por más de cuatro horas. Un desdibujado Ortega apela nuevamente a la retórica que recuerda más a la Guerra Fría que a la situación real que atraviesa el país. La mesa es meramente familiar y de los nuevos aliados chinos. No hay camaradas ni viejos cuadros. Tampoco desmovilizados del Ejército Popular Sandinista, como en años anteriores. La vieja militancia fue desempolvada para las distintas operaciones represivas que ocurrieron entre 2018 y 2019, y nuevamente fueron guardadas en la estantería.
En las distintas ramas del partido, tanto dentro de la Asamblea como en su esquema de propaganda, surgen algunos nombres cuya afiliación es reciente, y en algunos casos controvertida. Uno de ellos es Wilfredo Navarro, actual diputado del FSLN cuyo inicio en la política se remonta a las filas de las juventudes del Partido Liberal Constitucionalista (PLC).
Recientemente, Navarro dijo durante un plenario en la Asamblea Nacional que si él estuviera en la oposición “estaría preso” o “volando verga”. No se percató que tenía el micrófono encendido mientras el presidente Gustavo Porras conducía una votación.
Otro cuadro liberal dentro de las filas del FSLN es Enrique Quiñonez, un antiguo crítico y opositor del gobierno de Ortega hasta 2016, cuando estrechó lazos políticos cercanos al partido. El 2018 fue juramentado para ocupar por dos años el cargo de Secretario de la Junta Directiva del Consejo de Pequeñas y Medianas Empresas, afín al partido.
El fin de las críticas hacia Ortega lo marcó un hecho comercial. El FSLN alquiló uno de los autobuses de su empresa NicaBus para un acto conmemorativo del 19 de julio, en el cual Ortega utilizó para realizar la ruta del repliegue táctico hacia masaya, una acción militar y estratégica acontecida durante los últimos días de la dictadura de Somoza.
A la lista de nuevos aliados que hoy conforman el esquema del partido también se perfilan Moisés Absalón Pastora y Elida María Galeano Cornejo. Pastora, quien tiene diversos espacios de opinión en medios de comunicación oficialistas, funge como una especie de divulgador de propaganda. Mientras que Galeano tiene un pasado dentro de la Resistencia Nicaragüense —o la Contra—.
Pastora tiene un origen vinculado al liberalismo-somocismo, pero se ha posicionado como un férreo defensor y propagandista del régimen. Galeano, por su parte, ha transitado de la resistencia armada a formar parte del FSLN como diputada nacional y diputada del Parlamento Centroamericano (Parlacen). Sin embargo, también ha sido señalada de mover influencias para liberar a colonos que invadieron territorio indígena, en medio de un incremento de asesinatos de comunitarios asesinados por invasores de sus tierras.
Estas son las nuevas caras del sandinismo: en su mayoría, individuos que alguna vez militaron en corrientes políticas opuestas al FSLN y que hoy han cruzado de acera por conveniencia propia, o por negocios. Los comandantes históricos y las figuras con auténtica trayectoria revolucionaria e ideología sandinista han quedado en el pasado. En esta nueva etapa, ni siquiera es necesario ser de izquierda para formar parte del Frente; basta con repetir discursos vacíos y acatar sin reservas las órdenes de los Ortega-Murillo para convertirse en un “camarada” de honor.
Mientras tanto, una nueva fase represiva se abre en el círculo de poder del partido, una cuyos alcances siguen siendo objeto de estudio. “Están reorganizando toda la estructura de poder con personas que sean leales a Rosario Murillo. Quien sea que tuviera algún vínculo con Ortega, algún vínculo de lealtad, independientemente de la institución o del lugar donde esté, va a ser sustituido. En algunos casos de buena manera, en otros casos a las malas”, proyecta la socióloga Cuadra.
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