Teresa Villatoro, la salvadoreña guerrillera que luchó en Nicaragua
septiembre 30, 2021
17 min
Libro: Buenas al pleito: Mujeres en la rebelión de Sandino (Spanish Edition). Alejandro Bendaña
Teresa Villatoro Dupont nació en el puerto de La Unión, El Salvador. Se desplazó a inicios de los años veinte a la zona minera de San Juan de Limay y allí contrajo matrimonio, nos dice su hija Lidia, con Santiago Raudales, un empresario de medios procedente de Masaya. Tuvieron tres hijos: Julio, Lidia y Santiaguito. Calculamos que a finales de 1925 Teresa se separó de su esposo y se trasladó, con Lidia y Santiaguito, al Mineral de San Albino donde estableció su propio negocio: una “comidería” con hospedaje y venta de enseres. Allí conoció a Sandino.
Augusto Calderón Sandino era el encargado de bodega de la empresa minera. Alrededor del mes de junio de 1926. Doña Daisy Godoy, amiga con quien Teresa convivió hasta su muerte en Managua en 1973, recuerda haberle escuchado: “Mire Daisita… yo lo miré venir… un hombre chaparro, de botas, y dije ese hombre va ser mío”. Para entonces Teresa, de 25 años, mantenía una relación con un trabajador de la mina. Contando con un arreglo con la empresa, la comidería y hospedaje de teresa Villatoro no tenía competencia. El negocio marchaba bien, aun cuando seguramente dependía del sistema de vales o cupones empleados por la empresa para minimizar el pago en metálico.
Con Teresa laboraban su sobrina Amalia, y su hermana Alicia, ambas menores que ella. Las tres Villatoro se incorporaron desde el inicio al contingente femenino que acompañó al puñado de hombres, también estafados por la compañía, que formaron el núcleo del futuro Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua. En sus Memorias, el coronel Santos López recuerda que las tres Villatoro formaron parte del contingente de quince mujeres que acompañaron a Sandino. Teresa llegó a formar parte del primer Estado Mayor de Sandino en El Chipote.
Le decía Augusto y no “General”, evidenciando un carácter fuerte con opiniones propias, no siempre coincidentes con las del Jefe Supremo. “Me enojaba con Augusto”, le decía a Daisy, “Él tenía un carácter fuerte pero yo me imponía”. Otras veces se disgustaba cuando “miraba las cosas de cierta manera y él las hacía de otra manera”.
Ningún disgusto más grande para Teresa que enterarse de que, después de más de un año de vida conyugal con él, Augusto se iba a casar con Blanca Aráuz. “No me di cuenta”, confesó Teresa a Daisy, “pero de haberlo sabido le monto una serenata de balazos”.
Sólo resta imaginar los altercados cuando un Sandino campante regresó de San Rafael al campamento y, probablemente herida en su orgullo y considerándose compañera y no concubina de Sandino, Teresa amenazó con marcharse. Tal vez se produjo una separación, pero los testimonios y los eventos corroboran lo expresado por Daisy al recordar a Teresa, ya de avanzada edad, erguida, firme y “fachenta”, con las manos sobre su delantal relatando lo que, hasta donde sabemos, nunca confió a nadie.
“Augusto para todo me necesitaba”
No exageraba demasiado. Aparte de la convivencia marital, Teresa veló por el bienestar y salud del hombre que consideró su compañero. Afecto y amor que fue correspondido. Asumió también tareas delicadas de logística, inteligencia, finanzas y aprovisionamientos de los diversos campamentos.
En los momentos más difíciles de su vida Sandino buscó a Teresa: durante los angustiosos meses de cautiverio y aislamiento en Mérida (julio de 1929 a mayo de 1930) la mandó a llamar. Cuando acudía al llamado, Teresa incluso sufrió en accidente vehicular a su paso por El Salvador, acompañada de su hijo Santiago y su sobrina Amala.
En carta a una colaboradora, quien pregunta si Teresa era esposa de Sandino, el General responde :“Es cierto que me acompaña una señora y un niño, como lo han dicho los periódicos. Pero conviene hacer la aclaración que no es mi esposa Blanca, sino Teresa, la que me ha acompañado a través de las montañas de las Segovias en mi lucha contra el invasor, y el niño, un hijo adoptivo mío. Teresa ha sido mi compañera de lucha y tengo para ella cariño y reconocimiento. Es mi esposa, por el afecto que para ella tengo en el corazón”. Hace una distinción entre Blanca su “esposa” y Teresa su “compañera de lucha”, indicando “cariño” para Teresa y “afecto” para Blanca, lo cual no indica gran disparidad en el sentimiento hacia cada una, al menos en esa etapa de su vida.
En abril de 1930, Sandino emprendió el regreso desde México a Nicaragua. Ya Teresa había regresado a El Salvador. La relación entre ellos se había deteriorado y Sandino llegó a las Segovias en mayo, sin ella. Pero el 19 de junio fue herido en la pierna izquierda por un charnel de bomba en el combate en El Saraguazca. Una infección agregó gravedad al caso. Sandino envió un mensaje urgente a Teresa en San Salvador, implorando que con urgencia regresara al campamento para atenderle. Meses después, en carta a su madre del 9 de marzo de 1931, Sócrates no reparó en informarles que “Teresa Villatoro, mujer de Augusto”, ya se encontraba con él. En el camino fue detenida y expulsada por las autoridades hondureñas.
En una carta a su representante en México, Sandino explica que Teresa se había quedado en El Salvador “por haber creído yo que no me haría falta, pero últimamente y principalmente en los días que estuve empeorado de la herida… comprendí su falta para atender los pequeños detalles del Cuartel General, que por su carácter de pequeños, me es penoso mezclarme en ellos, pero que al fin llegan a ser el motivo de cosas grandes. Teresa, pues, debe no separarse de mí mientras la guerra esté, pues ella se encuentra muy interiorizada del manejo de los campamentos y eso no lo puede hacer ni Santa Blanca, aun cuando yo quisiera”. No queda claro al lector si la referencia que hace Sandino es a Santa Blanca de Castilla o a su esposa Blanca Aráuz.
Un alto galardón
Nadie negaba la valentía de Teresa Villatoro y el respeto que consiguientemente se le tenía. Una de las ocasiones en que se evidenció esa valentía fue durante un combate en El Chipote. Bajo el fuego de las bombas, Teresa salió a un claro para socorrer a una de sus compañeras, pero uno de los aviadores lanzó una bomba de 25 libras y “se vio a Teresa elevarse en el espacio envuelta en fuego, humo y fango cual una visión y luego desplomarse en tierra y cubrirse de sangre al estallido del artefacto bélico. ʻ¡Muerta!ʼ, fue el grito que al unísono salió de las bocas de los autonomistas que miraban el espectáculo”, citó un testigo que estaba a pocos pasos de Sandino.
Con una gran herida en la frente provocada por la casilla de la bomba, Teresa fue llevada a un lugar seguro y, tras unos días de recuperación, sanó. “Luce, por causa de la herida, una cicatriz en figura de estrella, cicatriz que en el campamento era la envidia de muchos, viéndose como un alto galardón recibido por su dueña…”, se dijo. El proyectil le dejó un hueco visible en la frente y, a partir de entonces, Teresa acostumbró tapar la cicatriz adaptando el peinado.
El periodista norteamericano Carleton Beals narra cómo, al llegar a El Chipote, fue abordado por una muchacha “vivaz”, acompañada de su hijo. Ella le preguntó “audazmente”:
—¿Y Ud. es americano? ¿Cuánto tiempo lleva sin fumar?
—He perdido la cuenta de los días —respondió Beals.
—¿Y esto qué le parece? —le dijo Teresa, sacando dos cajetillas de cigarrillos marca Camel.
—¿De dónde diablos sacó eso?
—Se los quité a un Marine muerto —contestó Teresa, indiferente.
Morena de ojos ardientes
En sus memorias, el combatiente Gregorio Gilbert conjetura que fue Teresa “la mujer que más amó el libertador”. “Una joven vivaracha y esbelta”, la describe. “Fuera blanca si no tuviera una ligera ligadura con indio, de pelo largo y no enteramente negro porque tira a castaño”. Pese a cicatrices y problemas de dentadura, “podría decir que su conjunto físico es hermoso…”, escribió Gilbert.
Por su parte, el venezolano Gustavo Machado, quien estuvo unos meses con Sandino en 1928, recuerda: “Había muchas mujeres y niños [en el campamento] y una de pelo en pecho, cuyo nombre era Teresa Villatoro, jefa del campamento femenino”. El mexicano Andrés García Salgado la describe como la “heroica compañera [de Sandino] en los duros años de la montaña”.
Otro internacionalista, el peruano Esteban Pavletich, que por un tiempo fue secretario de Sandino, recuerda a Teresa de la siguiente manera: “Era mujer de gran coraje, que lo acompañó durante toda la campaña. La esposa, la telegrafista, se había quedado en la ciudad, porque era una mujer de complexión delicada. La Villatoro era una gran compañera. Incluso podía intervenir en algunas decisiones”. El peruano confirma el papel político jugado por Teresa.
El mexicano José de Paredes, por su parte, en declaraciones de prensa concedidas al diario El Universal de México el 5 de diciembre de 1928 y recogidas por los marines, describe a Teresa como “una morena con ojos ardientes” que acompaña a Sandino mientras su esposa Blanca Aráuz está en su casa, en tanto su matrimonio sólo fue un gesto del General, que buscaba silenciar los chismes y visitaba cuando podía a la bella Blanca Aráuz. Pero fue Teresa Espinal [Villatoro] quien le ha acompañado a través de los peligros”.
Hubo separaciones impuestas por las circunstancias. O tal vez por desavenencias, siendo seguramente la relación con Blanca una de ellas. Sandino, sin embargo, enviaba a Teresa notas amorosas. Una postal desde México que dice “con todo mi amor”. Otro mensaje fue capturado entre los papeles que los marines sustrajeron al ser detenido el Coronel Abraham Rivera el 14 de agosto de 1928: un papel de libreta ordinaria con un mensaje de puño y letra del General Sandino, que dice “Señora doña Teresa Villatoro: Mi amor, El señor Abraham Rivera va para llevarte donde yo estoy que es en Montecillos de Oro. Tuyo, A.C. Sandino”.
Y en un afiche del supuesto semblante de Sandino elaborado en Alemania y que fue reproducido por la Liga Antiimperialista en México. Allí se logra leer a Sandino, que escribe a manera de novio malcriado que pide disculpas: “A la compañera Teresa, ojalá no nos guarde rencor”.
La separación y el recuerdo
Dos años después de la separación definitiva entre Teresa y Augusto, el General recordó a Teresa confiando a Román en 1933: “La he querido mucho, haría cualquier cosa por ella, pero se tiene un carácter [de] la chingada y simplemente no somos el uno para el otro, por eso la regresé a El Salvador y partimos para siempre”.
Teresa se trasladó a Tegucigalpa donde vivió con familiares trabajando en la confección de delantales que vendía luego en el mercado. En julio de 1969 estalla la guerra del fútbol o de las 100 horas entre Honduras y El Salvador. Teresa, de nacionalidad salvadoreña, pero con hijos criados hondureños, decide trasladarse a Nicaragua pidiendo posada a la nicaragüense Daisy Cárdenas, veinte años menor que ella, trabajadora comerciante con quien confeccionaba y distribuía delantales en el mercado de Tegucigalpa.
Daisy recuerda cómo Teresa preservaba una mochila y una chaqueta que habían sido de Sandino, junto a fotos que quedaron en manos de familiares. Los hijos de Teresa, en particular Santiago, le insistieron en disimular aquel pasado y fue cuando, aparentemente, tiró a una letrina de la casa de enfrente fotos y documentos que guardaba de Sandino. Aún así, según Cárdenas, era contraria a la dictadura somocista. “Desde esa época me decía ‘hay que apoyar la liberación de Nicaragua’. Tenía un rechazo hacia la aristocracia, hacia la gente que trata, decía ella, de encubrir sus sinvergüenzadas, sus robos, sus cosas, como en ese tiempo estaba Somoza ella me decía que todo ese montón de gente eran unos delincuentes, que ella recordaba lo que le había pasado cuando andaba en la lucha”, dice Daisy Cérdenas.
Teresa sobrevivió al terremoto de 1972 y murió un 19 de julio en casa de Daisy en las cercanías del Cementerio Oriental de Managua. “Era bien seria la viejita”, aseguraban los vecinos. La guerrillera salvadoreña murió a los 72 años, el 19 de julio de 1977 y está enterrada en una esquina olvidada del Cementerio Oriental de Managua, Terraza 14, Grupo 24, Lote 3. Los gastos del entierro fueron asumidos por su hijo Santiago, quien murió atropellado por un bus en el barrio Waspam en 1990.
Haber amado a dos mujeres extraordinarias podrá haber estado reñido con la doctrina eclesiástica y convenciones sociales, o con lo que Sandino llamaba la falsa moralidad, pero no con la moral considerada verdadera por Sandino. Sin embargo, Sandino tampoco pudo imponerse sobre el medio y comenzó a sentirse incómodo con la situación, sobre todo a partir de su afiliación a la Escuela Magnético Espiritual de la Comuna Universal (EMECU). Posiblemente fue cediendo y, expresó estar incómodo por las apariencias ya que la relación íntima con Teresa nunca fue secreta.
La imagen y palabras de Teresa quedaron grabadas en la mente de Daisy Cárdenas o Godoy: “Mire Daisita, en la vida usted tiene que ser una mujer fuerte, siempre mirando hacia el frente, ¡jamás viendo para abajo! Al enemigo nunca se le da la espalda. Se le mira de frente” dice ella que le dijo teresa. Antes de morir, la salvadoreña le entregó a Daisy una foto de Sandino que hasta el día de hoy guarda como un tesoro. “Cuídemela mucho, Daisita”, le encomendó.