Lo primero que se me viene a la mente cuando escucho la palabra juventud en Nicaragua es resiliencia. Desde mi experiencia podría decir que, como joven, no estaba preparada para algo tan fuerte como lo que estamos viviendo desde el 2018, tampoco me imaginé la posibilidad de una pandemia justo cuando estamos atravesando una crisis sociopolítica. Todo lo que hemos vivido los jóvenes nicaragüenses nos ha obligado a transformar nuestra vida. Ahora no vivimos, sobrevivimos. Y nos ha tocado adaptarnos para seguir luchando.
A pesar de tener energía porque somos jóvenes, adaptarse a las nuevas circunstancias trae muchos retos a nivel personal y colectivo que podrían resultar extenuantes. Uno de los principales retos es hacer escuchar nuestra voz, lograr tener credibilidad y atención de parte de los “grandes líderes políticos”. No me gusta generalizar; pero he notado reiteradas veces que los jóvenes somos menospreciados en los espacios políticos o de trabajo porque consideran que no tenemos experiencia suficiente para opinar o proponer y por eso se invalidan nuestras ideas.
Para las mujeres jóvenes es aún más complicado porque desvalorizan nuestras opiniones y aportes por razones de género, esto limita nuestra incidencia en la toma de decisiones. En este sentido, también me preocupa que, a pesar de que hay muchos movimientos liderados por mujeres jóvenes, a la hora de escoger representantes para espacios de incidencia nacional no se ve reflejado este liderazgo femenino porque nos relegan a puestos secundarios.
Se ha olvidado la importancia de la juventud para la transformación de los múltiples conflictos preexistentes en Nicaragua. Los jóvenes, además de ser el futuro, somos el presente y no solo podemos; sino que también debemos contribuir en la formación de una sociedad más justa, libre y democrática. Tenemos un compromiso histórico con las víctimas y también con las futuras generaciones, que radica en trabajar para garantizar la no repetición de los hechos ocurridos antes y después del 2018.
En conversaciones con amigos y amigas que participan en algunos grupos juveniles, me di cuenta de que otro de los grandes retos que perciben, es hacer entender a las otras organizaciones que la unidad no significa que todos deben pensar lo mismo y trabajar sobre la misma agenda. Me parece clave mencionar esto porque hay una fuerte crítica en torno a la supuesta falta de unidad de los grupos juveniles. Lo cierto es que existen intereses diversos; pero también hay puntos en común.
La unidad debe consolidarse de manera consensuada, no debe ser impuesta, no se puede obligar a los grupos juveniles a trabajar juntos, si realizan procesos conjuntos por obligación serán insostenibles, además también se debe considerar que cada grupo tiene su autonomía y hay que respetarla. Desde mi perspectiva, se debe fomentar el diálogo entre organizaciones, así como la construcción de consenso para que se puedan sumar esfuerzos en los asuntos de interés nacional. También se debe respetar el interés específico de cada movimiento. Puede haber un alto grado de complementariedad si nos tomáramos el tiempo de analizar y observar las agendas juveniles. Algunas están orientadas a la autonomía universitaria, la reestructuración del Estado, justicia para las víctimas, libertad para los presos políticos, temas electorales, entre otras cosas, y lo que podemos notar de esto es que ninguno de esos puntos va en contra de la formación de un mejor país. En mi opinión, la democracia se pone en práctica en la convivencia y el respeto a la diversidad de ideas, intereses y opiniones.
Pero ojo, no todo es política. Como dije, también hay retos de carácter personal y con eso me refiero a los grandes obstáculos que enfrentamos las y los jóvenes nicaragüenses cuando queremos insertarnos en el mundo laboral o cuando queremos acceder a educación de calidad. En palabras más sencillas, las y los jóvenes que tienen un trabajo remunerado en Nicaragua es porque son “suerteros”, y aún estos no siempre reciben las garantías de un trabajo digno. Quienes pueden ir a la universidad y recibir una educación de calidad también son de cierta forma privilegiados, porque a algunos otros les toca renunciar a sus sueños para buscar la manera de apoyar a sus familias, aunque eso implique trabajar en la informalidad.
Con respecto al coronavirus, lo referente a la educación y el empleo se agravó, porque algunos centros educativos migraron a clases virtuales o teleclases. No todas las personas tienen acceso a tecnología en Nicaragua, y una buena parte de las escuelas públicas mantuvo la presencialidad, arriesgando la vida de las y los estudiantes. Según FUNIDES, en su Informe de Coyuntura publicado en agosto de 2020, las y los nicaragüenses identifican como los principales problemas de nuestro país, los siguientes: no alcanza el dinero para cubrir las necesidades básicas, el coronavirus, la migración de nicaragüenses a otros países, la falta de fuentes de trabajo y la educación que reciben las y los jóvenes no es buena. Un porcentaje considerable de quienes opinan que el empleo es uno de los principales problemas corresponde a jóvenes de entre 16 a 39 años.
Por otro lado, a raíz de la pandemia se tomaron medidas como la autocuarentena y el distanciamiento social, aumentó el uso de las redes sociales y los medios digitales empezaron a tomar un protagonismo clave en nuestras vidas; sin embargo, todos estos cambios tan repentinos de alguna manera han afectado nuestra salud mental agudizando cuadros de ansiedad, depresión, agotamiento, entre otras cosas. Probablemente por el temor al contagio.
Ante todos los retos que tenemos, se pueden impulsar propuestas desde los espacios juveniles para desafiar la forma tradicional de abordar las problemáticas sociales. Personalmente, propongo el enfoque del diálogo generativo para desarrollar nuestros procesos internos y con otros actores. Esto nos permitirá deconstruir la forma violenta y conflictiva en que se han abordado los problemas sociales históricamente en nuestro país y nos ayudará a reconocer y abordar nuestras diferencias desde una visión positiva y creativa. Además, considero que trabajar en la empatía y la humanización de nuestros iguales es clave para construir una Nicaragua mejor, sobre todo mientras nos encontramos en una emergencia sanitaria.
Finalmente, creo que podemos seguir expresando nuestra resiliencia creando y promoviendo espacios de debate para conversar los grandes temas de interés nacional como cultura de paz, justicia, participación juvenil, liderazgo democrático, entre otras.
¡Educar y debatir, también es luchar y resistir!