Trabajás repartiendo pedidos de restaurantes, lo hacés mediante una de esas aplicaciones nuevas que se hicieron populares, te pagan por cada entrega así que arreglás directamente con la empresa que ofrece el servicio en línea. No hay prestaciones, no tenés seguro, no pagan la gran cosa pero es lo que hay.
Vas pensando en cómo pagar la cuota de la lavadora que le sacaste a tu mamá, está cara y te enjaranaste como por tres años pero la compraste porque le lava a todo el barrio y con eso se ayuda a pagar los gastos de la casa. Tu mamá te dio un pedacito de tierra del solar, para que hicieras tu casita ahí. Al inicio no querías, pero ideay, tenés a tu novia embarazada y necesitan un lugar propio.
Tenés que terminar de pagar la moto, todavía le debes esos 500 dólares a la microfinanciera (que a este punto ya le pagaste dos veces esa cantidad), te tirás dos semáforos en rojo, ni te fijaste que casi te levanta una prado que iba manejando una señora copetuda. Finalmente llegás a Metrocentro a recoger el pedido… cuando en lo que te lo entregan sentís que te ruge el estómago. Abrís tu billetera y te sacás los 50 pesos que andas para comprarte unas papas fritas, a tragar rápido antes que lo sepa el diablo, y el diablo lo supo.
Hoy en la mañana abrí el video del muchacho repartidor, Andrew es su nombre y aunque el resto de su historia me la inventé mientras esperaba que se bajara un archivo del trabajo, a la gente le tomó la misma cantidad de tiempo repartir el video en las redes sociales y crucificar al chavalo.
Cultura empresarial
Observo una tendencia a enmascarar prácticas bien establecidas en las empresas que no hacen más que explotar a sus trabajadores. Si no, vean cómo la gente toma con normalidad el hecho de que el joven Andrew tenga que tragar su bolsita de papas para poder ganarse unos rialitos más.
Hagamos el ejercicio. Todos pueden hacer recuento de una experiencia donde la empresa se pasó por donde no brilla el sol todos sus derechos como trabajador. Despidos masivos solo para contratar personal por menor salario, largas jornadas laborales sin derecho a horas extras, disponibilidad 24/7, abusos por parte de superiores, favoritismos, competencia desleal y los típicos Recursos Humanos que piensan que rifar un juego de vasos con un pichelito cuenta como Responsabilidad Social Empresarial.
En un despliegue de la cultura colonial y esclavista que todavía inunda nuestra sociedad -presente en las empresas privadas- se cuentan las pérdidas económicas por sobre la salud y estabilidad emocional de los trabajadores.
En Nicaragua uno es esclavo del trabajo, de la necesidad y de la pobreza que se asoma a la esquina, aún para los que estamos un poco mejor acomodados.
No hay palos en que ahorcarse
Para mí -que estoy en una posición económica más cómoda que la de Andrew- sería hipócrita decir que experimento exactamente lo que siente al tener que tragarse su almuerzo mientras con las manos ocupadas lleva sus pedidos. ¿Pero saben qué? La verdad ni tanto. He presenciado casos similares y es que parece que las empresas en este país están acostumbradas a jugar con la necesidad de sus colaboradores y a eso hay que añadirle la cultura de culpa, donde si emitís cualquier expresión que parezca a queja se te reprende inmediatamente con la idea de que podrías estar mucho peor, igual que otros menos afortunados que vos.
No hay opciones, nos empujan a todos a un ritmo vertiginoso, al borde de un acantilado donde la pobreza extrema nos espera con los colmillos afilados. Lejos quedaron las ideas de sindicatos que protegen los derechos de los trabajadores… y si aún existen solo velan por los intereses de dichos sindicalistas. Lo peor del asunto es que las empresas saben muy bien que la cultura de culpabilización está arraigada en nosotros y para colmo por la misma necesidad siempre va a haber alguien dispuesto a comerse sus papitas mientras corre trabajando, eso sí, antes que lo sepa el diablo, no vaya a ser y terminés en las redes sociales.