Agricultura capitalista y la era de las pandemias
marzo 15, 2021
Laura Eco /
13 min
«El desarrollo capitalista mundial, especialmente el de la agroindustria internacional y sus granjas industriales, ha devorado tanto del mundo natural que ha llevado a nuestra sociedad a una creciente proximidad con ecosistemas anteriormente aislados. Esto permite que los virus se trasladen de animales salvajes que anteriormente estaban aislados, al sistema alimentario y a los trabajadores agrícolas y luego, a través de productos alimenticios y viajeros, se muevan por todo el mundo en cuestión de semanas. En otras palabras, la era del capitalismo global es una era de pandemias».1
Ahora entrando en su segundo año, la pandemia global COVID-19 aún perdura, reforzada por mutaciones de coronavirus, por políticas estatales negligentes que ponen a la economía por encima de la vida humana, y por el lanzamiento tardío e inicuo de la varita mágica de las grandes farmacéuticas: “la vacuna”. Pero los últimos veinte años han ilustrado –con la aparición anual de virus como H1N1, H7N9, SARS, MERS, Ébola Makona, Chikungunya y Zika– que las fórmulas mágicas médicas no nos protegerán por mucho tiempo en la era de las pandemias. Tampoco las explicaciones xenófobas, los remedios milagrosos o las teorías conspirativas. Es hora, argumentamos, de mirar hacia arriba al «panorama más amplio» para comprender cómo llegamos aquí y cómo podríamos avanzar.
En este ensayo exploramos el panorama más amplio -la naturaleza de la agricultura capitalista en las raíces del COVID-19 y otras pandemias- basados en gran medida en el trabajo del biólogo evolutivo y ecosocialista Rob Wallace. Luego postulamos la potencial aplicabilidad de sus ideas en el contexto nicaragüense, y terminamos explorando los principios del ecosocialismo como un camino a seguir. Proponemos este bricolaje de ideas para provocar un pensamiento más profundo sobre alternativas, en lugar de ofrecer soluciones.
Grandes granjas hacen grandes gripes: Rob Wallace
A lo largo de veinticinco años, las incisivas obras del biólogo evolutivo, filogeógrafo de salud pública y ecosocialista Rob Wallace, -incluyendo Grandes Granjas hacen grandes gripes: Despachos sobre enfermedades infecciosas, agronegocios y la naturaleza de la ciencia (2016) y Epidemiólogos Muertos: Sobre los orígenes del Covid-19 (2020)- plantean un hecho esencial sobre las pandemias pasadas, presentes y futuras: el capital global y local impulsa el modelo de agricultura y deforestación necesaria, la pérdida de biodiversidad y el desplazamiento de la vida silvestre que nos exponen cada vez más a nuevos patógenos virales. La ciencia recombinante de Wallace2 -que se mueve de secuencias genéticas, a geografías económicas del uso de la tierra, a la economía política de la agricultura global, a la epistemología de la ciencia- ilustra meticulosamente que esos patógenos, aunque nuevos, no son casos aislados con etiologías independientes. Más bien, la aparición acelerada de patógenos transcontinentales virulentos está interconectada con los flujos de capital y la intensificación de la agroindustria globalizada. Por eso, “todo aquel que pretenda comprender por qué los virus son cada vez más peligrosos debe investigar el modelo industrial de la agricultura y, más específicamente, la producción ganadera”.
De hecho, los virus del siglo 21 han surgido «de la pezuña» de nuevos modelos de operaciones ganaderas intensivas como las enormes consolidaciones integradas verticalmente al estilo Tyson, las cuales no sólo fabrican cerdos genéticamente idénticos y «pollos explosivos» diseñados para producir más carne y un rápido crecimiento, sino que también actúan como incubadoras para patógenos de escala industrial. El trabajo de Wallace está dedicado a ilustrar cómo y por qué es así. Muy simplificado aquí, sus bien fundamentados argumentos ilustran cómo la homogeneidad genética crea animales inmunodeprimidos. Esa predisposición, combinada con el hacinamiento y las deficientes condiciones higiénicas en las que se crían estos animales industriales les causa estrés, lo que compromete aún más su sistema inmunológico y efectivamente elimina la inmunidad natural a los brotes virales que se pueden encontrar en poblaciones más diversas. Estas poblaciones ganaderas genéticamente idénticas también son incapaces de evolucionar la resistencia a los patógenos circulantes y no pueden transmitir su resistencia a sus crías. Pero la falta de biodiversidad facilita unos excelentes y rápidos esfuerzos virales de recombinación y proliferación.
El gran tamaño de las operaciones ganaderas, la integración de la industria y la concentración corporativa también es alucinante. En los Estados Unidos, sólo cuatro empresas que utilizan 12 plantas producen más del 50% de la carne vacuna, y en otras 12 producen más del 50% de la carne de cerdo del país. En China, una empresa privada agregará a sus dos operaciones de cría de cerdos de siete pisos un «hotel de cerdos»de trece pisos en el que criarán mil cabezas por piso utilizando «una empresa agrícola y ganadera basada en tecnología de cadena industrial completa la cual integra cerdos reproductores, cerdos de engorde, semen, y equipos de granja porcina”. En todo el mundo, las gallinas ponedoras se almacenan en graneros de hasta 250.000 aves. Y en Nicaragua, la planta de procesamiento de pollos TipTop propiedad de Cargill cuenta con la capacidad de sacrificar hasta 14,000 aves por hora. Como señala Wallace, estas «verdaderas ciudades» de aves de corral y ganado representan actualmente el 72% de la biomasa animal global, muy superior a la de la vida silvestre de vertebrados. Y eso tiene un costo: de 39 transiciones documentadas de plazos bajos a altos en gripe aviar a partir de 1959, por ejemplo, todas menos dos ocurrieron en operaciones avícolas comerciales con decenas o cientos de miles de aves.
Pero mientras que el capital de Nueva York a Pekín a Managua se beneficia de esta expansión cada vez mayor, y mientras la ciencia lo apoya deliberada o inadvertidamente contribuyendo con investigaciones sobre bioseguridad y promulgando caminos agroindustriales para «alimentar a la gente del mundo»[3], los verdaderos costos se externalizan a los trabajadores y al medio ambiente. Los trabajadores racializados necesitan los empleos mal pagados y los alimentos baratos que ofrecen las granjas industriales, pero sus condiciones de trabajo los convierten en las principales víctimas de la proliferación viral y de un número desproporcionado de muertes por COVID-19. En la profundamente deforestada «república de la soja» de Brasil, el cuarto mayor productor de carne de cerdo del mundo, por ejemplo, en octubre de 2020, el 20% de los trabajadores de las plantas productoras de carne de cerdo estaban infectados. En Canadá, las plantas empacadoras de carne albergan los brotes más grandes y en los Estados Unidos, donde el 80% de los empacadores de carne son personas de color y el 52% son inmigrantes, cientos de miles de trabajadores se han infectado con COVID-19. En julio, incluso antes de la segunda ola de la pandemia, los investigadores informaron que las plantas ganaderas en todo el mundo estaban asociadas con 236.000 a 310.000 casos de COVID-19 (6 a 8% del total) y de 4.300 a 5.200 muertes (del 3 al 4% del total).
Mientras tanto, la deforestación en el otro extremo de estas relaciones agrícolas capitalistas altamente intensificadas altera los cortafuegos hasta ahora naturales entre animales salvajes y domésticos, permitiendo que determinados patógenos salten de especies, seleccionando genes para mayor virulencia e infectividad a medida que avanzan. Y como Wallace y otros ya han ilustrado, también son tales procesos de recombinación (de genes murciélagos con los de civetas, que actuaron como intermediarios (Centro de Investigación Genómica, 2021), lo que se presume ha llevado a la aparición tanto del SARS-1 como del virus SARS-Cov-2 en humanos (Davis, 2020). Pero el SARS no es el único ejemplo. De hecho, el SARS, el MERS, el Chikungunya, la fiebre Q, el Zika y el Ébola, entre otros, han estado vinculados a tales procesos4. Como Wallace señala: hay 1.6 millones de virus desconocidos que circulan en animales salvajes, la mitad de los cuales tienen potencial zoonótico (transmisión de animales a personas) (Wallace, 2021).
Pero - ¿Existen condiciones para la aparición y propagación viral en Nicaragua?
Una mirada rápida al estado de la propiedad de la tierra nicaragüense, la agroindustria corporativa, la seguridad de los trabajadores y los niveles de deforestación sugieren un hipotético sí. Un ejemplo que facilita la exploración de esa hipótesis es Cargill, una empresa con algunas de las mayores operaciones ganaderas –y brotes de COVID-19– en el mundo; que posee y controla dos tercios de la altamente industrializada y concentrada industria avícola de Nicaragua; que defiende su propiedad concentrada del sector avícola nicaragüense como «natural»5y que parece ocultar su verdadero historial de seguridad laboral con dudosas prácticas administrativas y sindicales.
Como parte de nuestra investigación, entrevistamos a un ex ejecutivo de Cargill6 quien reveló que: «…a pesar de los rigurosos procedimientos de higiene y seguridad, la escala de las operaciones industriales de la empresa hace que la prueba o muestreo de cada animal para enfermedades infecciosas sea simplemente imposible. Al igual que con las operaciones ganaderas en todas partes, los pollos Cargill también son casi genéticamente idénticos, pertenecientes a un único código de raza de pollo llamado Cobb 500». Debido a que la homogeneización genética es el caldo de cultivo perfecto para enfermedades infecciosas, se aplican cantidades masivas de antibióticos en cada etapa del desarrollo de las aves. A pesar del uso generalizado de antibióticos, nuestra fuente afirma que «un número no especificado de pollos mueren en el proceso de crecimiento» y «no hay procedimientos de autopsia llevados a cabo en pollos que se encuentran muertos; simplemente se descartan». También existe un «alto riesgo de contaminación en el transporte de los criaderos a los mataderos donde las aves están aún más hacinadas en pequeñas jaulas, una encima de la otra, cubriéndose unas a otras en heces en el largo viaje…»
Al igual que con innumerables países del mundo que acogen operaciones ganaderas intensivas por un lado mientras invaden los bosques tropicales por el otro, Nicaragua también podría ser el próximo Wuhan.
Sanando la brecha metabólica
«En general, debemos sanar las brechas metabólicas que separan nuestras ecologías de nuestras economías. En resumen, tenemos un planeta que ganar».7
La rápida urbanización, las industrias extractivas y las prácticas de acaparamiento de tierras, la consolidación de la agroindustria empresarial y, especialmente, el auge de las granjas industriales a gran escala –todas integrales al capitalismo neoliberal globalizado– han creado el caldo de cultivo perfecto para la aparición y propagación de nuevas cepas de patógenos altamente virulentos, las cuales actualmente se están acelerando a un ritmo insuperable. La uniformidad genética y el hacinamiento facilitan la transmisión viral rápida, mientras que la deforestación erosiona los cortafuegos naturales y ayuda a los patógenos animales salvajes a saltar de especies. La propia naturaleza de la producción agrícola capitalista garantiza así que las enfermedades virales se propaguen y proliferen a través de vectores animales o a través de los propios trabajadores. Y en ninguna parte se está exento.
Mientras tanto, a medida que los especuladores capitalistas consolidan su control sobre nuestros alimentos y salud, la comunidad de salud pública convencional se consume y agota con apagar los fuegos de cada pandemia sucesiva, mientras que el ambientalismo convencional (inteligentemente resumido como ‘plantar un árbol, comprar una bicicleta, salvar el mundo‘ por Maniates (2001) promueve el eco-negocio y el ecoconsumo. Y así, el panorama más amplio –las causas estructurales– no se cuestionan.
No descartar, sino confrontar estas ideas convencionales es ecosocialismo, un conjunto de ideas científicas y un movimiento que señala abiertamente al capitalismo como la causa de la degradación ambiental, y el camino a seguir como la movilización colectiva hacia una transición justa, la propiedad colectiva y la planificación democrática8. El ecosocialismo está arraigado en la preocupación de Marx por la brecha metabólica –la ruptura de las complejas relaciones interdependientes entre humanos y la naturaleza que se crea por la creciente brecha urbano-rural y la agricultura capitalista, que «socava simultáneamente las fuentes originales de toda riqueza- el suelo y el trabajador»9. Como hemos presentado, la agricultura capitalista no sólo roba al suelo y al trabajador, sino que su robo a la naturaleza se vincula directamente a pandemias virales.
Rob Wallace nos ha proporcionado vínculos empíricamente bien contemplados entre el modo capitalista de producción agrícola, la destrucción ecológica y la aparición de patógenos como el COVID-19 que afectan desproporcionadamente a los trabajadores, y hace un llamado a la gente a pensar profundamente, a desafiar el sistema y a trabajar colectivamente hacia alternativas. Su análisis ecosocialista reconoce que la solución a esta y futuras pandemias debe incluir necesariamente un desafío a la naturaleza ecológica y socialmente explotadora del capitalismo. Se debe comenzar por poner a los trabajadores en primer lugar, no sólo al frente de las líneas de vacunación, sino también al definir, organizarse y beneficiarse de manera autónoma de una distribución y control más democrático de la tierra y recursos y en la promoción de los pequeños agricultores y de prácticas agroecológicas que sustentan la vida.
Nuestro caso hipotético sugiere que Nicaragua tiene las condiciones para incubar un futuro contagio viral, pero también tiene una historia de David y Goliat. La actual lucha anticapitalista por el control de la tierra y los recursos en manos de los trabajadores –en lugar de conglomerados corporativos o compinches partidarios – no es una lucha reflejada en la plataforma electoral de ninguno de los partidos políticos en este momento. Con el ánimo de evitar otra pandemia global, ¿debería serlo?
Notas
[1] https://tinyurl.com/54d69bru
[2] Para nosotros, en su dominio de la ciencia, Wallace utiliza la investigación multidisciplinaria en una «recombinación» que rivaliza con el dominio viral de esa hazaña biológica. Los virus son básicamente genes parasitarios que secuestran y proliferan dentro de la maquinaria genética de las células que invaden. Los términos recombinante y reordenamiento se refieren a dos procesos mediante los cuales los virus o los segmentos virales pueden recombinarse dentro de una célula huésped que puede resultar en la generación de nuevos virus (Davis, 2020). La capacidad de los coronavirus para recombinarse rápidamente, junto con su alta tasa de mutación, les permite adaptarse fácilmente a nuevos huéspedes y nichos ecológicos. Metafóricamente, el trabajo de Wallace hace un llamado a la ciencia para que también recombine creativamente sus métodos y cánones para permitir análisis más profundos de la etiología viral. El provocativo título de su libro “Epidemiólogos muertos”, por ejemplo, no es tanto un rechazo de la útil investigación que se produce en esa rama de la ciencia médica, sino una denuncia impaciente de sus deficiencias, derivadas de la compartimentación de la ciencia misma.
[3] Las Naciones Unidas, la FAO y otras agencias mundiales de renombre han establecido de manera contundente que son los pequeños agricultores los que “alimentan al mundo”, pero la investigación y los subsidios gubernamentales apoyan abrumadoramente la agroindustria. Ver también: https://tinyurl.com/46hutn4
[4] El virus Zika se originó en un mosquito que se encuentra en los bosques de Uganda antes de llegar finalmente a Brasil, donde un mosquito diferente le permitió causar estragos; el virus del Ébola circuló en murciélagos forestales en el Congo años antes de que la tala intensa interrumpiera su hábitat y apareciera con nueva venganza en franjas de África occidental.
[5] Ver minuto 3:00
[6] El entrevistado pidió permanecer anónimo
[7] https://tinyurl.com/7ezkkzy9
[8] Para más información sobre ideas ecosocialistas ver también https://tinyurl.com/4fbv82mu
[9] Karl Marx, Capital: Volume I (London: Penguin Books, 1990), 638
Referencias
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Laura Eco
(Pseudonym) is a university professor and long-term Nicaraguan solidarity activist with a farming background. She lives in a northern temperate rainforest of cedars and pines.
Juan Sintierra
has been living and working in the Nicaraguan pacific coast for the last 20 years. To survive, he sometimes teaches at a local University and sometimes works as a consultant for 'development' projects. Most of the time he focuses on living according to the socialist principles to try to change this mostly unjust, capitalist world.