El 03 de enero el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ordenó desmantelar el Monumento a la Reconciliación, una escultura que conmemoraba el fin del conflicto armado, la firma de los Acuerdos de Paz en 1992 y el proceso de democracia y reconciliación que iniciaba el país después de 12 años de guerra civil. Bukele dijo públicamente que el monumento simbolizaba el pacto entre quienes se dedicaron a “asesinar al pueblo”. También mencionó que en su lugar inaugurará un espacio de entretenimiento al aire libre para los salvadoreños.
Cuando Nayib Bukele tomó el poder en 2019 dijo: “Hemos pasado la página de la posguerra”, refiriéndose a que su gobierno había acabado con el bipartidismo de los últimos 30 años entre el FMLN y ARENA. Casi cinco años después, el desmantelamiento del monumento confirma sus declaraciones, pero deja ver que sus intenciones van mucho más allá de poner fin al bipartidismo histórico. Sus acciones pretenden enterrar el pasado y silenciar la búsqueda de justicia que las víctimas y sus familiares han llevado durante décadas. Son cientos de personas que durante años han exigido reconocimiento, reparación, verdad y justicia por parte del Estado salvadoreño. Hasta la fecha sigue siendo una enorme deuda pendiente.
Se calcula que la guerra civil dejó en El Salvador un saldo de entre 70 000 y 75 000 víctimas mortales y al menos 9 000 desaparecidos, en este último grupo se desprenden los casos de 888 infantes, de los que se ha podido ubicar el paradero de 370. Posterior al fin del conflicto se instaló en el país una Comisión de la Verdad que tuvo como tarea esclarecer las violaciones a derechos humanos, su papel no fue judicial, sino que brindó recomendaciones que ayudarían a reconciliar a la sociedad salvadoreña. Durante sus ocho meses de trabajo, la comisión recopiló 22 000 denuncias de hechos violentos y 20 masacres. El 85% de los casos fueron atribuidos a las Fuerzas Armadas y un 5% a los integrantes del Frente Farabundo Martí.
Pese a estos esfuerzos, los procesos de pacificación se centraron en los victimarios, dejando de lado el resarcimiento de las víctimas1 . En los acuerdos firmados por ambas partes no se habló de una reparación integral. En el año 2010 se creó una Comisión Nacional de Reparación a las Víctimas de Violaciones a los DDHH, pero el eje principal de esta comisión fueron las indemnizaciones económicas donde la obtención de justicia siguió siendo omitida.
En el año 2016 la Sala de lo Constitucional declaró inconstitucional la Ley de Amnistía, abriendo así una oportunidad para la obtención de justicia, pero desde entonces a la fecha, muy poco se ha avanzado. El gobierno se ha negado a poner a disposición de los jueces los archivos sobre el conflicto armado que están en poder del ejército. Al igual que los gobiernos anteriores, Bukele ha respaldado la negativa de las fuerzas armadas para abrir los archivos de la Masacre de El Mozote, una matanza en la que los militares asesinaron a 978 personas, de las cuales 533 eran niñas y niños.
Además del derecho a la verdad y la justicia, la memoria ha sido otro de los derechos negados a las víctimas del conflicto. Las Naciones Unidas reconocen el proceso de memorialización como el quinto pilar de la justicia transicional. En su informe de 2020, el Relator Especial de la ONU, Fabian Salvioli, señaló la obligación de llevar procesos de memoria en situaciones de transición y conflicto además de incluir recomendaciones dirigidas a los Estados sobre estos temas. Dentro de las recomendaciones del informe se menciona que “la política pública de memoria debe ser multidimensional e incluir medidas en espacios públicos (monumentos conmemorativos, parques, plazas, etc.)2”.
Pese a que el Monumento a la Reconciliación fue un intento del gobierno del FMLN por hacer un reconocimiento a las víctimas, la realidad es que dicha iniciativa no estuvo exenta de polémicas por la forma en que fue realizado. Me interesa describir dos monumentos valiosos para comprender las disputas sobre la memoria que siguen presentes en El Salvador: primero el Monumento a la Reconciliación. Luego el Monumento a la Memoria y la Verdad. Ambas propuestas ejemplifican cómo el gobierno ha hecho muy poco para intentar sanar el pasado y cómo las víctimas siguen en la búsqueda de reconocimiento.
Monumentos pensados desde y para el Estado
La memoria también está ligada al espacio, sobre esto escribe Pierre Nora en su célebre obra Les lieux de mémoire3 . Para él, los espacios de memoria son sitios donde se condensa, se ancla y se expresa la memoria colectiva. Un lugar de memoria puede referirse a los sitios donde ocurrieron los hechos que quieren ser recordados o puede hacer referencia a espacios construidos por la voluntad humana con el afán de traer el pasado al presente, en este caso podemos referirnos a archivos, museos, cementerios, santuarios y por supuesto monumentos.
Susanne Buckley-Zistel4 considera que los memoriales son parte importante de la justicia transicional, su existencia sirve como una manera de reparación simbólica para las víctimas, además de evidenciar el reconocimiento público de la herencia de un pasado violento. Los memoriales han sufrido importantes cambios en el último siglo que van, desde dejar de vanagloriar el pasado bélico para enfocarse en las víctimas, hasta las transformaciones estéticas de los monumentos.
El Monumento a la Reconciliación inaugurado en el año 2017 surgió como parte de una política de Estado. Se desprende de una polémica Ley de Reconciliación que fue discutida en el 2016, aprobada en el 2020 y posteriormente derogada ese mismo año. Entre las propuestas de la ley se incluía reducir hasta en un 75% las penas a quienes confesaran y pidieran perdón por haber cometido crímenes durante el conflicto; además de conmutar condenas a quienes alegaran problemas de edad o de salud.
El monumento está ubicado en una zona alejada de la ciudad, específicamente al lado de la autopista Monseñor Romero. Su diseño no fue sometido a un concurso público y fue realizado por el Ministerio de Obras Públicas. Se trata de tres figuras de bronce, las dos centrales de 7 metros de altura son un hombre y una mujer abrazados usando uniforme militar, que caminan mientras lanzan palomas a su paso. Detrás de ellos, está una mujer azul de 12 metros de altura, es el símbolo de la Mater Civis, es decir la patria o la ciudadanía, que con el dedo acusador reprende a quienes en el pasado se enfrentaron. Lejos de las esculturas está un mural con las imágenes de políticos y luchadores sociales de la historia reciente de El Salvador como Monseñor Romero, Roque Dalton, Mélinda Anaya Montes, entre otros.
Sin duda, el Monumento de la Reconciliación pertenece a lo que Buckley-Zistel llama “imposing memorials” o memoriales impositivos. Se trata de enormes monumentos que no dejan lugar a la duda de quiénes o qué se quiere reflejar en estas figuras. La alusión a la nación/patria/ciudadanía es evidente y las dos figuras antagonistas abrazadas, lanzando palomas al aire son un gesto que representa claramente la idea de un pasado superado, pero la superación del pasado o la supuesta reconciliación es solo eso, una idea no una realidad. ¿Cuándo puede decirse que el pasado está superado o que una sociedad ya se ha reconciliado? Es una pregunta difícil de responder, pero sin duda, lo que el monumento propone es un deber de mirar hacia un futuro donde las víctimas no son parte importante.
Monumento pensados desde y para las víctimas
A diferencia de un monumento de carácter estatal creado con la intención de establecer una política de memorialización desde arriba, en 1997 un grupo de familiares de víctimas y organizaciones de derechos humanos de El Salvador se unieron para exigir el cumplimiento de una de las recomendaciones de la Comisión de la Verdad: construir el Monumento a la Memoria y la Verdad. El monumento está conformado por un muro de 85 metros donde se encuentran grabados y organizados por años los nombres de 194 masacres y los de las 30 000 víctimas civiles del conflicto. Al principio fueron 25 965 nombres, pero en el año 2008 se sumaron nuevos paneles con los nombres de 3 169 personas. En ese año también se introdujo un mural de 17 metros de largo donde se reconstruyen algunos de los eventos más significativos de la historia salvadoreña reciente; al centro se encuentra la imagen de Monseñor Romero en un retrato sostenido por mujeres usando pañuelos en la cabeza, un símbolo muy significativo usado por las madres de los asesinados y desaparecidos en América Latina.
Por más de 20 años el monumento ha sido un punto de encuentro y acogida de distintas luchas sociales. Es importante señalar que, a diferencia del Monumento de la Reconciliación, el Monumento de la Memoria se encuentra en una zona céntrica de la capital salvadoreña y de fácil acceso, eso le ha permitido a la población generar una relación más cercana con el memorial. Cada 30 de agosto (Día internacional de las víctimas de desaparición forzada) los colectivos se reúnen para conmemorar a sus familiares desaparecidos o asesinados. Aquí radica la principal diferencia con el Monumento de la Reconciliación, que tiene como eje central la firma de los Acuerdos de Paz, donde las figuras protagonistas de las negociaciones son los elementos centrales.
Ambas propuestas son un ejemplo de cómo las disputas y heridas sobre el pasado continúan abiertas, en ellas se ven cristalizadas las ideas sobre el pasado, la reconciliación y el olvido. Mientras el Monumento a la Reconciliación demuestra los intereses políticos, morales e ideológicos del Estado, el Monumento a la Memoria y la Verdad demuestra, en contraposición, cómo los colectivos de derechos humanos y los familiares proponen lecturas mucho más amplias sobre el pasado, enfocadas en el papel de las víctimas y la búsqueda de memoria y justicia.
Las discusiones sobre el pasado, las formas de recordar y el papel de los monumentos están lejos de terminar. Las acciones de Bukele son, una vez más, una imposición de olvido que sigue sin resarcir las demandas de las víctimas.
Notas
[1] Carlos Gómez-Rojas. (2016) Justicia transicional y Derechos Humanos en el proceso de paz de El Salvador: Deuda a las víctimas 26 años después. https://repository.usta.edu.co/handle/11634/5912
[2] Fabian Salvioli. (2020) Los procesos de memorialización en el contexto de violaciones graves de derechos humanos y del derecho internacional humanitario: el quinto pilar de la justicia transicional. Naciones Unidas. https://documents-dds-ny.un.org/doc/UNDOC/GEN/G20/175/73/PDF/G2017573.pdf?OpenElement
[3] Pierre Nora. (2008). Les Lieux de mémoire. https://horomicos.files.wordpress.com/2020/07/nora_lugares_memoria.pdf
[4] Susanne Buckley-Zistel. (2020) Memorials and Transitional Justice. https://doi.org/10.1007/978-3-030-11795-5_13-1