La rabia del pueblo chileno: aniversario del 18 de octubre
octubre 19, 2020
9 min
Al ver las fotos de hace casi un año guardadas en mi celular, me doy cuenta que el 18 de octubre marcó un categórico antes y después en todo lo que hacíamos y percibíamos. Fue la primera vez que la ciudadanía decidió parar en seco su agitada cotidianidad, para decir basta. Sin embargo, tuvieron que darnos un empujón los más jóvenes. Y es que las nuevas generaciones ya no son como las antiguas. No aceptan el abuso ni la injusticia, no tienen miedo de perder. ¿Qué podrían/podríamos perder?, si el costo de vida es tan alto en Chile que no tenemos nada a nuestro nombre.
La acumulación de años y años de esfuerzo, en contraste a los abusos de las autoridades y de los altos mandos fue como poner a hervir una tetera. A veces demora, pero cuando el agua hierve, no hay vuelta atrás. Eso fue lo que pasó el 18 de octubre de 2019 en Chile.
El aumento en $30 pesos chilenos del pasaje de Metro (USD 0.038 a valor actual, aproximadamente), el medio de transporte que mueve a casi tres millones de personas a diario, fue el detonante.
Estallido social
El 16 de octubre comenzaron las protestas en contra de la medida aplicada por el gobierno de Sebastián Piñera y el descontento avanzó rápidamente hasta la tarde de ese viernes 18.
Los más adultos perdieron el pudor y se unieron a los escolares bajo la consigna “evadir, no pagar, otra forma de luchar” y Metro decidió cerrar las estaciones donde había conflicto, dejando a muchos chilenos sin poder llegar a sus casas. Una vez más, las autoridades en vez de agua, echaron bencina.
Más a la noche la gente se fue reuniendo en plazas y lugares icónicos, con carteles, sartenes y cucharas de palo. Al mismo tiempo, una fotografía del Presidente Piñera cenando con su familia en una pizzería del barrio alto se viralizaba por Twitter y otras redes sociales. Todo mientras la ciudadanía exigía que la escucharan. El contraste era indignante.
Aún tengo el video de una pareja de adultos mayores, de aproximadamente 80-85 años, caminando por la calle, protestando y dejando registros de aquel despertar en su celular. La gente tenía rabia, pero de esa que enorgullece. De saber que ya no les verían la cara de tontos, de saber que habían abierto los ojos y la mente, y que no dejarían que el abuso siguiera cómodamente en sus rutinas.
Durante un largo rato no se divisó ni un solo carabinero. Algunas estaciones de metro fueron incendiadas junto con un edificio de Enel y buses del Transantiago. El rumor de que Carabineros y militares del Ejército estaban acuartelados en Grado 1 era cada vez más fuerte. La rabia del pueblo chileno también. Todo el escenario político-social conllevó a algo que muchas generaciones nunca habían visto, más allá de lo ocurrido durante los terremotos del 2010 y 2015 en Chile: el gobierno decretó toque de queda y sacó a los militares a la calle.
Aquella imagen revivió traumas en los mayores, de esos que los más jóvenes que no alcanzamos a vivir bajo la dictadura de Augusto Pinochet intentábamos entender. “Un militar en la calle no es lo mismo que un Carabinero. No salgan por nada del mundo” nos decían, dejando ver claramente el temor en sus rostros. El caceroleo, ahora desde las casas y departamentos, duró hasta altas horas de la noche. La presión de la ciudadanía en las calles no sólo fue contra el gobierno de Sebastián Piñera -considerado de derecha-, sino contra la clase política a nivel general, incluyendo la izquierda.
La desconfianza era -es- evidente. El estallido social los obligó a no seguir haciendo vista gorda de las necesidades urgentes de la población y puso al Congreso a sesionar con el pie en el acelerador para intentar bajar la tensión en el país. Lo primero que se logró fue anular el aumento al pasaje de Metro y posteriormente, Piñera anunció el aumento al salario mínimo.
Incluso aquellos que se resistían a cambios, como la derecha más conservadora del país, tuvieron que ceder. Así fue como se logró, después de los primeros 29 días de crisis, un histórico acuerdo entre parlamentarios del oficialismo y de la oposición -a excepción del Partido Comunista que se restó del pacto- para lograr la Paz Social y una nueva Constitución para Chile, la cual, en el caso de que se aprobara en el plebiscito del próximo 25 de octubre de 2020, reemplazaría a la elaborada en 1980 durante la dictadura de Pinochet.
Primera línea
Si bien el epicentro se gestó en Santiago, los chilenos de regiones tanto del norte como del sur se unieron a las manifestaciones, y el toque de queda se decretó en más de una región.
Los primeros meses, la televisión en gran parte de los hogares estaba encendida para saber el minuto a minuto de los enfrentamientos entre los ciudadanos y las fuerzas policiales y militares, principalmente en Plaza Baquedano -que fue rebautizada por la gente como Plaza de la Dignidad-.
Las denuncias sobre violaciones a los Derechos Humanos reabrieron la herida que aún no había cerrado, tras la vuelta a la democracia en 1990. Según cifras del Ministerio Público de Chile, 29 personas fallecieron durante las manifestaciones sociales, 4 fueron por acción de agentes del Estado y 2 más se encontraban bajo custodia.
Otra de las cifras que dio vuelta al mundo fue la cantidad de mutilaciones oculares por parte de la policía: más de 400 perdieron la vista por manifestarse en las calles. El gesto de la mano sobre un ojo fue rápidamente utilizado por la ciudadanía, para dar cuenta del nivel de violencia que se estaba ejerciendo en contra de ellos. Cantantes y personas del mundo del espectáculo lo utilizaban en actos internacionales para denunciar lo que estaba ocurriendo en Chile.
De ahí nació también el término “primera línea”. Se trata de los hombres y mujeres que forman parte de la resistencia física más directa contra la represión policial de Carabineros.
A excepción de los sectores más conservadores, los primera línea -o encapuchados- tomaron un rol protagonista durante los meses siguientes, muchas veces siendo reconocidos y valorados por el riesgo que conlleva enfrentarse a la fuerza policial chilena: ser abusado, golpeado, mutilado o asesinado.
Cuesta creer que ya haya pasado un año de aquel despertar, porque la pandemia también vino a poner en pausa las manifestaciones. Sin embargo, la conmemoración del 18-O nos viene a recordar a los que ya no están, simplemente por ejercer su derecho a protestar. Nos viene a recordar que aún queda muchísimo por hacer, muchísimo por cambiar y muchísimo que exigir de nuestro país. Un país que siete días después, deberá tomar la decisión de si aprueba o rechaza eliminar la Constitución escrita en dictadura.