Los candidatos presidenciales y sus propuestas ocupan los titulares de los medios de nuestro país y al parecer, todos nos vestimos y disfrazamos para la puesta en escena de una obra que ya sabemos cómo terminará. Y aunque todo sea una ficción en la que fingimos soñar con la posibilidad de un cambio a corto plazo, ni aún así los protagonistas de este teatro pueden imaginar un guión distinto al del sistema que ya conocemos. Los mismos apellidos, los mismos relatos y las mismas promesas, se repiten en esta espiral interminable que parece llevarnos, no al futuro, sino al pasado donde todo estaba mal pero al menos no nos reprimían tanto. En medio de este espectáculo no podemos perder de vista que la lucha de las mujeres sigue y seguirá estando viva, mientras nos sigan ofreciendo palabras vacías y cambios que no cambian nada.
Para Ortega y los candidatos de la oposición es muy sencillo olvidar que las mujeres y sus demandas existen, o más bien, es muy sencillo para ellos decir que ese asunto no es urgente porque hay cosas que deben ser resueltas de inmediato. Quizás ellos desde sus privilegios puedan esperar, pero no la vida de las mujeres que denuncian un abuso para posteriormente ser asesinadas, tampoco pueden esperar las niñas violadas y condenadas a dar a luz; y mucho menos puede esperar el derecho que las mujeres tienen a decidir sobre su maternidad.
Este 8 de marzo nos recuerda que las mujeres nunca han esperado de brazos cruzados a que las cosas cambien por sí mismas o por la voluntad de los poderosos. La lucha feminista en Nicaragua ha establecido la dignidad como un valor que no es intercambiable ni con prebendas ni con discursos, más de 20 años le dan la razón, el enemigo sigue siendo el mismo y no hay transformación social posible dejando de lado a las mujeres y sus demandas.
Mientras los poderosos se disputan el poder, las mujeres siguen construyendo comunidad desde sus espacios, continúan encabezando sus hogares, movilizando la economía, cultivando la tierra, exigiendo la liberación de quienes han sido injustamente encarcelados y reclamando justicia para sus familiares asesinados. La lucha de las mujeres no es un teatro ni una ficción de año electoral, es una realidad tan tangible que atemoriza al poder desde sus cimientos.