El genocidio en tiempo real no solo es negado sino que subrayarlo conlleva sanciones de parte de la nación con más cabezas nucleares en el planeta.
Los exterminadores se victimizan diciendo que sufren campañas de desprestigio, una muestra de que en estos tiempos todo cabe en una interpretación desquiciada.
Cualquiera es capaz de relativizar un hecho notorio y los principios fundacionales, como el respeto, la verdad, la coherencia y la empatía, son volátiles y su significado depende de quién los enuncie. La justicia es mancillada sin pruebas, manipulada por la última ocurrencia.
Para sobrevivir debes cerrar el pico o de lo contrario te anula la fuerza imperial; mientras, el emperador puede repetir la peor mentira, a sabiendas de que es falsa, y el resto de las voces aplauden o callan de manera cómplice. Los pequeños países intentan no reñir con el jefe máximo, firman tratados migratorios y reciben a los migrantes que les tocan.
Las potencias se muestran anuentes a cooperar. Abrazan el arancel colocado a sus productos y se toman fotos con el pulgar erguido; agradecidos anuncian que invertirán más en armas quitándole fondos al seguro social.
Criticar la insensatez tiene su consecuencia; miles de voces están siendo en este momento silenciadas por el fascismo rampante.
Borran publicaciones en redes sociales que denuncian el genocidio para poder continuar con la visa de estudiante; las universidades reducen la crítica para mantener los fondos federales; todos se cuidan, no vaya ser que un tuit provoque tu expulsión.
Ocurre, entonces, una genuflexión en un manto de languidez y se observa el aterrizaje de otro avión que regresa a compatriotas que caminaron hasta el norte huyendo de la miseria endogámica que mantiene fortalecidas a las oligarquías locales.
La revolución de antes es la dignidad de ahora.
Cómo desarrollar coherencia en medio del humo digital en el cual la validación es tener un abdomen nítido, miles de likes, un carro del año.
Nadie quiere vivir pobremente.
Aun con eso, Fromm nos sigue repitiendo: el amor es la única respuesta sensata al problema de la existencia humana.
Parecería que no hay alternativas a este hundimiento universal, que es la muerte del espíritu.
Pienso esto escuchando la violineta de Bob Dylan.
Alguien decía que se demanda que nos presentemos al frente para pelear por el alma del universo.
Este texto es eso. Una ratificación de principios. A pesar de estar en medio del remolino de púas y codazos, mi energía sigue palpitando junto al ser más profundo. Nada quebrará esa chispa, que resuena en las frases de Dylan.
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