A una década de la sentencia a Ríos Montt
Maldito País
mayo 10, 2023
Hace exactamente diez años, el 10 de mayo de 2013, siendo reportero, acudí, junto a Gerson y Carmen, a cubrir la sentencia contra el exdictador Efraín Ríos Montt, quien gobernó Guatemala de marzo de 1982 a agosto de 1983. Carmen, gallega, llevaba poco tiempo en este lado del mundo y se cruzó la calle camino a tribunales con incredulidad creyendo que los carros se detendrían ante un peatón, como sucede en otras partes del planeta. Guatemala no es así, es un paraje violento; un ejemplo es que presenciaríamos después la condena de un general por dirigir un genocidio contra la etnia ixil.
Ingresamos al salón horas antes de que empezara la audiencia; mucha gente no alcanzó a entrar y se quedó afuera sobre la plaza de los Derechos Humanos en el Centro Cívico de la capital guatemalteca. Las butacas de la Sala de Vistas de la Corte Suprema de Justicia estaban repletas; personas de pie se recostaban en las altas paredes que detienen el Palacio de Justicia que es una bóveda sobre un hemiciclo como tribuna griega. Me había tocado sentarme a media sala, cerca de mí estaba el escritor Rodrigo Rey Rosa quien parecía nervioso; a mi lado, dos mujeres mayas se tomaban las manos. Esta tensión había crecido cuando los integrantes del tribunal, presidido por Yassmín Barrios y acompañado por los jueces Pablo Xitumul y Patricia Bustamante, caminaron hacia sus sillas. La jueza Barrios arrancó la lectura de la sentencia sin vacilaciones.
Con la voz aguda y directa, como un láser que destrababa los nudos ancestrales, Yassmín Barrios enumeraba hechos, testimonios, invocaba pruebas, peritajes. Aún no usábamos WhatsApp y por mensaje de texto le escribía a una amiga: creo que van a condenar. ¿Será?, me preguntaba. En cierto momento, todos los silenciosos escuchantes lo supimos: “Tuvo el poder para detener las masacres y no lo hizo…” Un remolino se torneó en nuestras tripas. Siguieron oyéndose los dictámenes hasta que se confirmó: “50 años de cárcel por genocidio y 30 por delito contra los deberes de la humanidad”.
Una energía rotunda, nunca más vuelta a sentir, circuló en esa Sala de Vistas en donde se revelaban los gritos de miles de desaparecidos del conflicto armado interno que duró más de 30 años, de las personas en las fosas clandestinas, de todas las aldeas y los niños incinerados. Un manto de dignidad sobrecogía el edificio que era un verdadero altar que destapaba la Historia escondida de los libros de las escuelas.
Las mujeres maya-ixiles dijeron “yantix (gracias)” en ixil y se mostraron resarcidas. Habían contado de sus violaciones, de las mutilaciones, desapariciones, huidas; más de tres décadas después un tribunal les daba, impensablemente, la razón. Luego el público entonó el poema musicalizado del poeta Otto René Castillo: “solo queremos ser humanos” y los periodistas rodeamos la mesa donde estaba Ríos Montt y sus abogados quienes lo bancaban como si fueran sus guardaespaldas; el general dijo a penas unas palabras contra la comunidad internacional.
Diez días después, la Corte de Constitucionalidad anuló la sentencia. Un domingo previo, estando de turno, me tocó cubrir la conferencia de prensa que dio la patronal, el Cacif, en la que pidió la anulación de la condena y se declaró “en sesión permanente”. Ahí le pregunté a Santiago Molina, entonces presidente del Cacif, si pedían esto porque en la sentencia se había dicho -en línea de lo declarado por el perito Héctor Rosada, negociador de la paz del lado del gobierno- que el genocidio se había cometido para proteger los grandes capitales de la zona ixil. Azorado, Molina respondió que no, que era “para guardar el debido proceso” como si alguien le creyera, como si el Cacif se metiera en cualquier caso de la nada, llamara por pura buena gente y con vocación humanista a respetar el debido proceso a todos sus agremiados y presionara a la máxima corte para que emitiera una resolución sin ningún interés.
Una década después, vaya si no ha corrido agua bajo este mismo edificio. El presidente de elPeriódico José Rubén Zamora está siendo enjuiciado sumariamente acusado por Ricardo Méndez Ruiz, uno de los personajes que estaba apoyando a Ríos Montt el día de la sentencia; quien era presidente en esa época, Otto Pérez Molina, fue condenado a 15 años de cárcel por corrupción, Ríos Montt murió y su hija Zury, a pesar de que recibió un puñetazo con la última encuesta electoral que la bajó de las gradas hasta el cuarto lugar, usará todos los métodos -así como chantajeó a empresarios en ese tiempo para lograr apoyos en favor de su padre- para pelear por la presidencia en las votaciones del 25 de junio.