
Donald Trump no reparte democracia en las esquinas: tendencias autoritarias en el nuevo presidente de Estados Unidos
Maldito País
enero 23, 2025
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ocurre en un contexto internacional mucho más polarizado que la primera vez, donde los liderazgos extremistas han ganado terreno a nivel mundial, incluida América Latina, con tres dictaduras consolidadas: Nicaragua, Cuba y Venezuela. En la región también se posicionan dos de los portavoces más fuertes de la extrema derecha, Nayib Bukele y Javier Milei; en El Salvador, Bukele ha prolongado el Estado de excepción, perseguido a defensores de derechos humanos y se reeligió a bajo el uso discrecional de la interpretación de la constitución. Javier Milei en Argentina, sostuvo propuestas de campaña controversiales como cerrar el banco central, ha sostenido ataques a la presa y una vez en el gobierno ha promovido medidas extremistas como la ley ómnibus. Sin importar el color político, todos tienen en común su predilección, autoproclamarse como salvadores de la patria y justicieros de la historia.
Uno de los temas centrales de los discursos de Donald Trump ha sido la migración, señalando especialmente a América Latina como un «problema» debido al incremento de de personas que ingresan a Estados Unidos en busca de nuevas oportunidades..Su retórica deshumaniza y coloca las personas migrantes como peligros para la sociedad estadounidense que se sostiene sobre la premisa “América para los americanos”.
Analizar el impacto de la política estadounidense en la región y, en particular, en Nicaragua, requiere ir más allá de la dicotomía simplista, en donde las sanciones son algo positivo o negativo contra el régimen de Ortega-Murillo. Es fundamental considerar otros elementos, como los canales humanitarios que Estados Unidos podría abrir para las personas perseguidas políticamente en Nicaragua o el cierre de estos mismos.
El nombramiento de Marco Rubio como secretario de Estado proyecta un escenario en el que la política exterior priorizará nuevamente a Cuba, Nicaragua y Venezuela. Este rumbo no resulta inesperado, ya que ha sido parte de la agenda de Donald Trump desde su primer mandato y a lo largo de su campaña presidencial para regresar a la Casa Blanca, acompañado de un fuerte discurso de odio y discriminación hacia la población migrante.
Por su parte, el papel de Rubio desde la secretaría de Estado como el brazo operativo de la política exterior de Estados Unidos es clave, considerando como antecedente que fue uno de los senadores que más promovió sanciones para Cuba, Nicaragua y Venezuela, por su interés y vinculación con la región. El pasado 15 de enero, en su comparecencia ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado se refirió a los cambios a la Constitución hechos por la dictadura de Nicaragua y señaló que “Nicaragua se ha convertido en punto de entrada para personas de todo el mundo que transitan a Estados Unidos”, lo cual representa una amenaza para la región, por el aumento del tráfico de personas migrantes, sobre todo provenientes de África y Sudamérica. Este contexto genera un doble beneficio para la dictadura Ortega Murillo: un ingreso económico significativo y una herramienta de presión frente a Estados Unidos en respuesta a las medidas implementadas en los últimos seis años.

La estrechas relaciones comerciales con China, la cooperación militar y estratégica de Nicaragua con Rusia y el tráfico de migrantes promovido por el régimen Ortega Murillo como una de las nuevas ideas de negocio de la pareja de dictadores, representan una amenaza para los intereses y políticas de Estados Unidos, por ello, este escenario sostiene aumento de sanciones para Nicaragua y el círculo de poder de Ortega Murillo. En simultáneo la Oficina del Representante de Comercio de los Estados Unidos (USTR) continúa la investigación abierta sobre los actos, políticas y prácticas de Nicaragua relacionados con los derechos laborales, derechos humanos y el Estado de derecho, lo que podría representar sanciones de carácter económico y mayor tensión en las relaciones entre Estados Unidos y Nicaragua.
Después de años de lucha en contra de la dictadura, Venezuela está atravesando un momento político crucial para determinar el futuro de su país; la caída de Maduro parece estar más cerca y una de las posibilidades a corto plazo es que la mayor parte de la política exterior de Estados Unidos en América Latina se centre en Venezuela, y Trump seguramente buscará capitalizar cualquier cambio político en el país como un logro de su administración; dejando en segundo o tercer plano a Nicaragua.
En cualquiera de los escenarios planteados es importante diferenciar un aspecto relevante: que el discurso antimigrantes que llevó a Trump nuevamente al poder, será materializado. Esta vez regresó con mucha más fuerza, con más alianzas para ejecutar sus políticas y sobre todo, con una estrategia de “mano dura” muy definida. En su toma de posesión entró fuerte refiriéndose al canal de Panamá y la ruta comercial de China, también dejó claro que reforzará el despliegue de las fuerzas militares de Estados Unidos a la frontera sur por donde entran cientos de miles de migrantes que huyen de las condiciones inhumanas a las que están expuestos y que tienen que elegir entre iniciar el largo trayecto a Estados Unidos o quedarse en sus países.
El impacto de estas políticas no solo se traduce en sanciones, sino también en el día a día de los nicaragüenses, quienes buscan salvaguardarse. En este escenario, bajo la estrategia de “mano dura” de Trump, la reunificación familiar es cada vez más lejana.
El liderazgo de Trump apuesta por el retroceso en el reconocimiento de los derechos humanos, un ejemplo claro de ello fue la mención en sus discursos de toma de posesión de la “eliminación de temas como género y raza de las instituciones”, desde su primer periodo ha arrastrado discursos de odio y discriminación en contra de pobalciones vunerables y en contra de la comunidad migrante, que es la mano de obra barata de Estados Unidos y que sostiene su economía.
Como lo señalan Levitsky y Ziblatt en Cómo mueren las democracias, Trump cumple con indicadores clave de comportamiento autoritario, «el rechazo a las reglas democráticas del juego, la negación de la legitimidad de sus adversarios políticos, la tolerancia a la violencia y la predisposición a restringir las libertades civiles, incluida la libertad de prensa» (Levitsky & Ziblatt, 2019). Estas características dejan claro que un liderazgo con tendencias autoritarias como Trump, no reparte democracia en las esquinas.
