Es todo-blanco o nada-nos enseñaron los blancófilos
(sin embargo yo tengo un arcoiris
que es producto del mismo sol y la misma lluvia que todos)
Carlos Rigby (Odio Clasial)
Los huracanes Iota y Eta colocaron a la Costa Caribe en el centro de los reflectores mediáticos, los relatos sobre esos terribles ciclones parecían decirnos que las desgracias nunca vienen solas y que se ensañan con los más desprotegidos. Luego, con el paso de las semanas aquella región se desvaneció como suele suceder cuando no pasa ninguna desgracia que para los medios nacionales valga la pena contar, porque las desgracias cotidianas en el Caribe son tantas, tan profundas y tan antiguas, que es difícil escribir un titular lo suficientemente impactante como para abarcarlas todas.
Pero la vida es más compleja que un pequeño titular, por eso, durante las siguientes semanas hemos decidido adentrarnos en el mundo de quienes han sido catalogados como “los otros”, esos que han sido nombrados como indígenas , negros o afrodescendientes y que desde sus lenguas, historias y cosmovisiones pueden enseñarnos más de lo que creemos saber de nosotros mismos. Sostenemos firmemente que no puede existir una Nicaragua distinta sin cuestionar los relatos que nos han sido impuestos sobre el progreso, el género, el espíritu nacional y el mestizaje. Sobre este último relato se sostiene el racismo y la aspiración a ser más blanco, o al menos, menos indio o menos negro para dejar atrás la estela de estigmas y estereotipos que cargan quienes no pertenecen al modelo del sujeto civilizado ejemplar. Esta es una oportunidad para que el mestizaje deje de ser un lastre para convertirse, entonces, en un profundo cuestionamiento de quiénes somos, qué linajes podemos recuperar y qué historias censuradas podemos traer al presente y promoverlas en el futuro.
Son muchas las historias que continúan censuradas en nuestro país, y la historia de la lengua es una de ellas. No tenemos cifras recientes de cuantos hablantes de otros idiomas además del español hay en nuestro territorio, desconocemos las genealogías de esas lenguas, sus usos, significados, transformaciones y las historias de esos hablantes. Por ejemplo, cada vez hay menos hablantes de mayangna, los nietos no han aprendido el idioma porque los abuelos consideran que de nada les servirá esa lengua en el mundo de los mestizos. Cuando muere una lengua también muere una cosmovisión y un conocimiento ancestral, pero el habla no desaparece por sí misma ni por voluntad propia, como el bosque donde habitan los mayangnas no ha decidido talarse a sí mismo.
La otra historia que debe contarse es la historia de la tierra y la invasión del territorio por quienes, con la venia del Estado han acabado con propiedades comunales y han desplazado a decenas de familias dejándolas sin sustento. La guerra de los colonos contra los indígenas parece no tener fin y amenaza con acabar con quienes desde sus formas de vida se oponen al proyecto del oro, del extractivismo y la agricultura extensiva. En menos de 10 años 49 indígenas han sido asesinados y miles han huido a la frontera con Honduras. Un etnocidio se fragua de forma silenciosa mientras la urgencia de lo importante nos nubla la empatía, porque todo parece ser más importante o más urgente.
La exclusión histórica y el despojo sistemático que ha sufrido la Costa Caribe no puede repararse con los apoyos circunstanciales en tiempos de tragedia, porque no podemos detener a la naturaleza pero sí a quienes obran sobre ella. Debemos ver a la Costa Caribe no como lo otro, lo ajeno, lo extraño, sino como quienes son, acompañantes nuestros en este transitar por la tierra, con quienes compartimos un hogar; su dolor no nos es ajeno, porque solo teniéndolos siempre presentes podremos encontrar algún arreglo a esta trágica nación.