Una frase que no deja de describir nuestra penosa situación está en las primeras líneas del 18 Brumario de Luis Bonaparte de Karl Marx, aquel texto escrito hace casi 170 años es una extensa crónica sobre el golpe de Estado dado por el sobrino de Napoleón en su intento de acabar con la República y restaurar los sueños imperiales bajo la figura de un solo hombre.
“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”.
Karl Marx
En nuestro caso, ya no sabemos si la historia se ha repetido dos veces, veinte o si en realidad nunca ha cambiado. Lo que no está en discusión es que ante nuestros ojos y los del mundo entero se gestó la patética figura de un hombre que se parece más a un hijo de Somoza que a una figura revolucionaria, si no fuera porque este teatro le ha costado la vida, la libertad y el exilio a cientos de nicaragüenses, hablaríamos de esta situación como quien cuenta un mal chiste o recuerda una pesadilla.
En su crónica, Marx describe como la burguesía y la clase conservadora de la época le permitieron “a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe”. Para nuestra desgracia, la heroicidad de Ortega llegó de la mano de la iglesia y el empresariado a quienes por años los tuvo sin cuidado la voluntad popular, el derecho a organizarse o la libertad de expresión. Desde hace mucho el exguerrillero solo es una caricatura de los ideales que alguna vez representó, la única diferencia es que ahora salta a la vista que el rey va desnudo, como dice el cuento de Christian Andersen. Y cada vez son menos quienes apoyan al régimen de Nicaragua.
Ya no queda dignidad en la figura del hombre que apenas se sostiene en pie y habla una vez al mes en televisión nacional rodeado de flores porque ya no le quedan compañeros. Ortega que hizo del terror la manera de conservar el poder está más solo que nunca, y en medio de esa soledad está dispuesto a llevarnos al abismo porque no concibe vivir de otra manera que no sea en su papel de dictador vitalicio. Pero son los operarios de la maquinaria del régimen quienes más deberían temer de este acto suicida de Ortega, porque no es solo su poder lo que está en juego, sino su dinero, sus empresas y su futuro. No es llenando las cárceles de presos políticos como se gana legitimidad, tampoco secuestrando, amenazando ni torturando a quienes desde los barrios o las comunidades se atreven a mostrar su descontento.
Nos enfrentamos de nuevo al hombre atornillado en el poder, aunque ya sabemos cómo acaban esos relatos. Ni la dinastía de los Somoza fue eterna y Luis Bonaparte fue el último monarca de Francia, el tiempo es implacable, aunque avance despacio, la historia no los absolverá y tampoco nosotros, porque seremos quienes escriban esa historia.