El 2021 inaugura un nuevo capítulo de la política nicaragüense. Algunos grupos opositores ya empezaron a candidatearse, presentando la contienda electoral como el escenario ideal para desterrar al orteguismo y que nos hará el milagro de amanecer al día siguiente en una “nueva Nicaragua”. Un nuevo capítulo de una historia muy vieja, tan antigua como los pactos y la corrupción en nuestra cultura política. Es inevitable pensar en los paralelismos con el escenario electoral de hace 31 años, en 1990, cuando Nicaragua atravesaba un espinoso proceso en el que se pretendía dejar atrás la guerra y abrirse camino a la democracia por la vía electoral.
En ese entonces, Daniel Ortega también tenía el control de todo el aparato estatal y la voz cantante para desplegar turbas y provocar actos violentos, con la finalidad de presentarse como la opción más viable para controlar la violencia que él mismo activaba. Al mismo tiempo, existía un discurso electoral polarizante, entre los que aspiraban a ser vencedores y no vencidos, pero nadie pudo advertir que en ese momento no habían victorias posibles cuando el fracaso de un proyecto nación se había llevado la vida y esperanza de miles. El objetivo era derrotar al otro, el bando malo, traidor de la patria, que ya no sería parte de la “nueva Nicaragua”. Pero en la vida cotidiana fue el pueblo quien puso el cuerpo, mientras las cúpulas para ganar legitimidad, sólo se apropiaron de las vidas entregadas.
En 2021 esa narrativa polarizante vuelve a ser reciclada en la campaña electoral que ya iniciaron algunos grupos de oposición que apelan a una narrativa que maneja la política en términos de enfrentamiento: se habla de “barrer el sandinismo”, desplumar “gallos amurriñados”, como si lo que estuviera en juego es la presentación de un gran espectáculo que presenciamos desde las gradas en una gallera llamada Nicaragua, y no realmente el futuro de pueblo nicaragüense que ya puso su cuota en esta lucha al resistir los embates de la crisis política y económica que golpea directamente sus vidas.
El problema también es continuar el ciclo repitiendo los mismos errores históricos y sin proyectos políticos que puedan plasmar un horizonte, aunque sea a largo plazo, porque sabemos que ningún país se reconstruye a lo inmediato. Las consignas y futuras candidaturas no alimentan ninguna esperanza de cambio para el pueblo nicaragüense, que posiblemente volverá a ver dentro de algunos años un escenario similar al actual, solo que con nuevos caudillos y un nuevo régimen aferrado al poder que seguirá aplastando la voluntad popular. Lo que no nos dice la oposición en sus campañas, es que entran a una contienda con los pies amarrados y que lejos de hacer tambalear al régimen, solo lo harán más viable como “alternativa” para parte de sus bases, que aún no se desencantan del orteguismo porque no hay otro proyecto político al que el pueblo se pueda vincular.
«Las consignas y futuras candidaturas no alimentan ninguna esperanza de cambio»
En resumen, en el futuro escenario electoral, el orteguismo, lejos de ser “barrido”, tomará un nuevo aliento para retomar una «legitimidad» que no tiene, interna y externamente. En el menú electoral que parece cerrado al mínimo cambio, es Ortega quien lleva la delantera y que posiblemente solo va a ceder algunos escaños decorativos en la asamblea nacional, lugares reservados para quienes se aventuren en una carrera electoral perdida de antemano. La posibilidad de elegir proyectos o candidaturas populares es nula, después que la suscripción popular fue suprimida en el pacto Alemán-Ortega.
Las elecciones parecen empacar el país en una versión más presentable y consumible de sí misma para los organismos internacionales, donde hay que dejar todo atrás para prepararnos para la reconciliación y el futuro, pero no hay futuro para Nicaragua con Ortega en el poder y las viejas formas caudillistas de hacer política, lo que queda es una eterna herida que no sana y que nos imposibilita imaginar que las cosas pueden y deben ser distintas.