La noche del 08 de noviembre el dictador pronunció su discurso de victoria que fue todo menos victorioso, mientras ladra llamando “hijos de perra” a los presos políticos, mientras sus aliados hablan de una abrumadora participación electoral en su favor, el mundo observa junto a nosotros la rápida decadencia de un hombre casi octogenario que apenas puede sostenerse en pie y que incita la misma simpatía que podría generar la imagen geriátrica de Franco o Pinochet. Viejos, desgastados y principalmente: repudiados. Ni el tiempo ni la historia son amigos de los dictadores, peor aún cuando se amasa tanto desprecio.
En el circo electoral del 7 de noviembre el pueblo de Nicaragua le dijo al dictador que ni las amenazas ni los secuestros de la noche anterior serían suficientes para obligar a las personas a legitimar su farsa. Después de las protestas de 2018, quizás esto sea la evidencia más contundente sobre el rechazo de todo un país a un hombre que si llega al 2026 en el poder habrá cumplido 31 años en la silla presidencial con 19 años de forma ininterrumpida. ¿Por qué Ortega habla tan enfurecido si ganó las elecciones con un contundente 76%? Ni las mejores intenciones de sus operarios para fabricar votos pudieron ocultar el hartazgo de quienes aún bajo el miedo, no pueden ni quieren mostrarle respeto a la lamentable caricatura de un gobernante. Ya lo dijimos una vez, ni la confianza ni los votos se ganan con cárcel o decretos. Mientras el dictador arma un berrinche en televisión nacional, el país entero se convence del peso y las consecuencias de su decisión.
Más de 150 presos políticos continúan en las cárceles del régimen, muchos de ellos sometidos a torturas sin permiso de ver a sus abogados y sus familiares. Más de 350 familias siguen buscando justicia por las vidas arrebatadas por las balas de la policía y los paramilitares. Más de 100 mil nicaragüenses transitan por el mundo, obligados a huir y dejar sus hogares, aún así, no han dejado de soñar con volver porque es su derecho a vivir sin miedo. Quienes no votaron este 7 de noviembre lo hicieron pensando en quienes ya no están, en quienes no pueden elegir y en quienes no pueden regresar; pero en ellos también pensaban quienes fueron obligados a votar, quienes anularon su voto como forma de protesta, quienes tuvieron miedo de quedarse en sus casas. Si podemos hablar de un ganador de estas elecciones entonces tendremos que decir que fue la dignidad, y específicamente la dignidad de un pueblo que aún en medio de la persecución y el horror no ha perdido la oportunidad para evidenciar su desprecio frente a un gobierno que debe desaparecer.
Daniel Ortega fue el mayor perdedor en estas elecciones presidenciales, aunque el Consejo Supremo Electoral hecho a su medida diga lo contrario. La población nicaragüense le cerró las puertas en la cara y demostró su rechazo con un 81.5% de abstención, según lo reportado por el Observatorio Urnas Abiertas. Por eso aunque las autoridades estatales digan que el FSLN ganó por barrida, lo cierto es que estas elecciones vuelven a confirmar que Ortega no tiene apoyo popular y se mantiene en el poder únicamente por las armas. ¿Entonces quién ganó? Ese 81.5% que se abstuvo de votar porque ninguna opción en la boleta representaba sus sueños de una Nicaragua libre y democrática, ganó el NO a la dictadura y el SÍ a la vida, a la memoria, a la justicia y la verdad. Este resultado demuestra que si nos unimos somos más grandes que ellos, y que en unas próximas elecciones realmente libres el FSLN quedaría barrido para la historia.