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Las contradicciones del Premio Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado

Maldito País

octubre 24, 2025

Una lectura desde la oposición de izquierda

El 10 de octubre se anunció el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado. El comité alegó que premiaba su “trabajo incansable promoviendo los derechos democráticos” y su “lucha por una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”. Le atribuyó además oponerse al militarismo. Como veremos, Machado se opone al militarismo venezolano pero apoya otros, como el israelí, y cree que la “transición”, o sea la caída de la dictadura, depende de la intervención militar estadounidense, una perspectiva no muy pacífica o democrática.

Machado dedicó su premio al presidente estadounidense, Donald Trump. Una semana después de recibir el premio, llamó telefónicamente al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, un genocida con orden de captura de la Corte Penal Internacional, y lo felicitó por “sus decisiones y firmes acciones durante la guerra, así como por los logros de Israel”. Desde 2020, el partido de Machado, Vente Venezuela, está vinculado al Likud de Netanyahu por una alianza formal.

Machado también apoya al grupo parlamentario europeo de extrema derecha Patriots, del que forman parte el partido español Vox, la ultraderechista francesa Marine Le Pen, y otros trumpistas europeos. En su mensaje a la cumbre de Patriots en febrero de este año, Machado afirmó que su lucha y la de Patriots forman parte de una misma “lucha global”: “las (luchas) que ocurren en Europa, como las que damos en Venezuela tienen los mismos valores, propósitos y enemigos”. Reivindicó que tanto Patriots como ella representan “movimientos y liderazgos fuertes, basados en valores”.

Machado, siendo una importante dirigente política de un país con alrededor de 8 millones de migrantes forzados, una cuarta parte de la población venezolana, no solo apoya a partidos xenófobos y racistas, sino que directamente instrumentaliza a su favor la xenofobia estadounidense y europea. “Venezuela es hoy la mayor amenaza que enfrenta occidente (…) Maduro ha promovido intencionalmente la migración como un mecanismo de debilitar nuestra sociedad y nuestras familias y de desestabilización hemisférica”, afirmó Machado en su mensaje a Patriots.

También ha apoyado la persecución de Trump contra la migración venezolana. En marzo de este año, Machado firmó un comunicado repitiendo la tesis de una supuesta exportación de “criminales empleados por el régimen de Maduro para delinquir en el extranjero”, justamente mientras Trump estaba enviando a venezolanos inocentes a ser torturados en Guantánamo y El Salvador. Contradictoriamente llamó a no criminalizar indiscriminadamente a los migrantes venezolanos, pero la teoría conspirativa de que Maduro desestabiliza “el hemisferio” exportando criminales abona a un clima de persecución y sospecha general.

Otra muestra de esta disposición a apoyar la violación de los derechos humanos de los venezolanos, si quien los viola no es el régimen dictatorial de Maduro, se evidencia en el apoyo a los crímenes de guerra de Trump en el Caribe. En las semanas previas y posteriores al otorgamiento del Premio Nobel de la Paz, el gobierno de Trump bombardeó al menos nueve embarcaciones en el Caribe y el Océano Pacífico, asesinando a 37 personas, en su mayoría venezolanas, pero también colombianas, trinitenses y posiblemente de otras nacionalidades. No se conocen evidencias de que fueran narcotraficantes y las embarcaciones han sido bombardeadas sin representar una amenaza militar inminente para EEUU. Al menos un sobreviviente ecuatoriano de un bombardeo estadounidense fue repatriado sin ser acusado de ningún delito, lo que aumenta el escepticismo sobre el discurso oficial estadounidense.

El 22 de septiembre Machado y Edmundo González emitieron conjuntamente un mensaje apoyando la designación trumpista del gobierno venezolano como un cartel narcoterrorista, el “Cartel de los soles”. También apoyaron “el cerco antinarcóticos en el Mar Caribe liderado por EEUU” al que calificaron como “una medida necesaria para el desmantelamiento de la estructura criminal (del gobierno venezolano)”. En ese momento ya 14 venezolanos habían sido asesinados en aguas internacionales por EEUU.

Machado también ha abrazado a la extrema derecha latinoamericana. Cuando el ex presidente colombiano Álvaro Uribe fue condenado, en julio de este año, por manipulación de testigos para encubrir sus lazos con el narco-paramilitarismo, Machado le envió un mensaje público de “solidaridad, confianza y afecto”. Bajo el gobierno de Uribe, miles de jóvenes colombianos fueron ejecutados y presentados falsamente como guerrilleros mediante los llamados “falsos positivos”.

La designación del gobierno venezolano como una entidad narcoterrorista por parte de Trump, y por ende una amenaza para EEUU, guarda similitudes con los argumentos que sirvieron de pretexto para invadir Irak en 2003. Venezuela es fundamentalmente un país de tránsito en el tráfico de las drogas que EEUU y Europa consumen con fruición, pero su rol es mucho menor al de regímenes aliados de EEUU, como Ecuador. La denominación del Cartel de los Soles surgió antes de la llegada del chavismo al poder, como una forma de referirse a la corrupción militar relacionada con el tráfico de drogas. En los propios círculos de inteligencia estadounidenses se sabe que no es un cartel productor y exportador de drogas. En cuanto al crimen organizado, hay evidencias de que el gobierno venezolano ha entrado en acuerdos y negociaciones con organizaciones como el Tren de Aragua, entregándoles el control de cárceles, o de “zonas de paz” liberadas de presencia policial, incluso estableciendo acuerdos relacionados con la explotación ilegal del oro en el sur del país, pero la propia inteligencia estadounidense niega que se trate de un brazo del gobierno venezolano, como pretenden Trump y Machado, o que opere como banda en EEUU. Gobiernos aliados de EEUU, como el de Bukele, también han pactado con pandillas.

Machado está comprometida con una estrategia política que descansa sobre la presión militar estadounidense. A tal punto, que cuando el régimen venezolano perpetró un escandaloso fraude electoral en julio de 2024, tanto Machado como Edmundo González se negaron a apoyar las grandes movilizaciones espontáneas del pueblo venezolano en defensa del resultado electoral, abandonándolas a su suerte, sin orientación y expuestas a la represión salvaje del régimen. Una irresponsabilidad política que eclipsa el gran éxito organizativo de haber logrado no solo un amplio triunfo electoral sino además documentar con las actas electorales ese triunfo. Se demostró que en la consigna de Machado, “ganar y cobrar”, no había ningún plan para “cobrar”, más allá de esperar por una intervención extranjera.

Generalmente los seguidores de Machado, como los de todo liderazgo carismático, proyectan sobre ella sus propias ideas. De ahí que cuando sus orientaciones, discursos y alianzas resultan incómodas por su contenido antidemocrático, por ejemplo su apoyo al genocidio en Gaza, muchos prefieran creer que se trata de amagues tácticos o decisiones forzadas por las circunstancias, que no reflejan las convicciones de Machado. Esas racionalizaciones las conocemos bien en Venezuela porque durante muchos años fueron habituales entre los seguidores de Chávez.

En realidad, la trayectoria de Machado es bastante coherente desde su participación en el golpe de Estado de 2002 como firmante del decreto de autoproclamación de Carmona, a la apuesta por el “capitalismo popular” thatcheriano en 2012, pasando por su llamado a anexionar El Esequibo en 2013, desde sus críticas a Guaidó en 2019 por no llamar a una invasión estadounidense, hasta su actual apuesta a la presión militar trumpista. Todas esas posiciones se reflejan en sus alianzas internacionales y en una estrategia que dota de un rol mesiánico a la intervención imperialista. Los contornos de ese programa se definieron mucho antes de que Machado obtuviera en 2023 más del 92% de los votos en las primarias opositoras para escoger un candidato presidencial.

Ciertamente, la complicidad de sectores corruptos de la izquierda internacional, que han continuado apoyando al chavismo luego de su giro dictatorial de 2015, contribuye a alienar al pueblo venezolano, harto del gobierno autoproclamado “cívico-militar-policial” y acostumbrado a asociar la experiencia catastrófica del chavismo con un cierto tipo de demagogia pseudo-izquierdista. Pero también es cierto que la alineación de Machado con liderazgos como los de Netanyahu y Trump aísla a la lucha popular venezolana, al generar una falsa identificación entre una causa genuinamente democrática y su coyuntural dirigencia derechista y antidemocrática.

Las izquierdas latinoamericanas y del mundo tienen poderosas razones para apoyar la causa del pueblo venezolano, enfrentado a la depauperación extrema como consecuencia de la destrucción de tres cuartas partes de la economía en los últimos doce años y una extrema flexibilización laboral impuesta por el chavismo. Se trata de un retroceso histórico de la clase trabajadora, consumado antes de las primeras sanciones económicas de Trump en 2017. Prácticamente ninguna organización de izquierda en Latinoamérica, Europa o EEUU aceptaría un salario mínimo de menos de un dólar mensual en su país, o la persecución contra los sindicatos y la destrucción ambiental que se padece en Venezuela.

Hay que reconocer que la debilidad del apoyo internacional de la izquierda a la causa venezolana se debe también en parte a la debilidad de la propia izquierda venezolana. Por muchos años, la mayor parte de la izquierda local fue cooptada por los dos polos capitalistas en disputa, la burguesía tradicional de la que forma parte Machado y la nueva burguesía bolivariana representada por Maduro. Solo en los últimos cinco años la mayoría de las organizaciones de izquierda han adoptado una perspectiva de oposición independiente, pese a que sigue primando la atomización, por razones históricas.

Mientras equivocadamente se asocie la lucha del pueblo venezolano con el apoyo a Trump y a Israel, será muy difícil concitar simpatías más allá de los círculos derechistas. La izquierda opositora venezolana, en sus distintas corrientes, tradiciones y estrategias, organizaciones como el Partido Comunista de Venezuela, el Partido Socialismo y Libertad, Patria Para Todos o incluso organizaciones de base chavistas opuestas a Maduro, representa un interlocutor fundamental para la izquierda latinoamericana, pues es un sector que refuta en la práctica el dilema de escoger entre apoyar a Maduro y a Putin, o a Machado y a Trump.

Se puede adversar al mismo tiempo la intervención imperialista y la dictadura boliburguesa. La oposición a las invasiones yanquis contra Irak o Panamá, casi nunca estuvo condicionada a un apoyo a Hussein o Noriega, ni requirió minimizar sus crímenes dictatoriales. Toca hacer lo propio ahora.

El desastre que ha representado la contrarrevolución chavista, con su legado de miseria y desigualdad, es explotado por las derechas del mundo para desacreditar las luchas por la        justicia social, la defensa del ambiente, los derechos de las mujeres y en defensa de las libertades democráticas. La oposición de derecha venezolana ha alimentado teorías conspirativas que adjudican al gobierno venezolano la autoría de los estallidos sociales de la región, y acostumbra intervenir en los procesos electorales con melodramáticas alertas de que no votar por la derecha implica “convertirse en Venezuela”. Debe resultar cade vez más evidente que solo oponiéndonos firmemente a dictaduras como las de Maduro y Ortega, sin apoyar a Trump y sus delirios imperialistas y fascistoides, condenando tanto los bombardeos estadounidenses en el Caribe y como las amenazas de bombardeos en tierra firme, es posible levantar alternativas más sólidas y creíbles ante el avance de la extrema derecha en la región.