Desde hace un par de años muchos nos despertamos con un deseo: encontrar nuestro celular repleto de mensajes donde nos dicen que han liberado a los presos políticos en la madrugada, mientras dormíamos. “Los liberaron” era la frase que queríamos escuchar, como el niño que se va a la cama esperando que Santa lo visite esa noche de Navidad o ansiando que el ratón de los dientes se lleve la muela que dejó debajo de la almohada para darle un par de monedas a cambio. Durante días que se convirtieron en semanas, después en meses y finalmente en pesados aniversarios, abrimos los ojos esperando encontrar algo que pudiera devolvernos la esperanza de verlos fuera de la cárcel y sin el uniforme azul, pero el tiempo pasaba y los calcetines seguían vacíos, no encontrábamos monedas debajo de la almohada y nuestra bandeja de mensajes no celebraba ninguna liberación.
Un milagro es como llamamos a un hecho sobrenatural, es algo que parece ir en contra de toda lógica y en un país que ya no es regido por la razón, sino por la voluntad del dictador, parecía que solo un milagro podría hacer que viéramos a cientos de presos políticos fuera de las mazmorras. El día 9 de febrero, durante la madrugada, llevaron a 222 presos en un avión con rumbo a Estados Unidos, lo que soñamos por tanto tiempo era ahora una realidad: verlos libres. Pero el crédito de esta liberación es humano, porque la lucha de las familias no fue estéril, no lo fueron quienes incansablemente denunciaban la situación de los presos, ni quienes aún en medio del temor y del silencio ansiaban también presenciar este día.
Con una agilidad y eficiencia pavorosa, la Asamblea Nacional legisló contra la propia Constitución para despojar de su nacionalidad mediante decreto a los cientos de presos políticos que no tuvieron otra opción más que el destierro o la cárcel. Convertir en apátridas a quienes se oponen a la dictadura es una de las tantas estrategias de deshumanización del régimen, mientras tanto, los diputados aplauden al monstruo que han alimentado durante años pero que un buen día puede devorarlos, como lo ha hecho con otros súbditos que terminaron en las celdas de El Chipote. Los caprichos del capataz son repentinos, porque nadie puede tener la certeza de que está seguro en Nicaragua, ni siquiera sus aliados, en el país solo hay lugar para él y su propia familia.
Hoy 9 de febrero podemos finalizar el día sabiendo que 222 personas estarán fuera de las cárceles del dictador, pese a que no fueron liberadas sino desterradas y que intentan arrebatarles sus derechos como nicaragüenses y como seres humanos. Son casi 40 los presos políticos que aún continúan en las cárceles y son casi 40 familias las que añoran ver a sus seres queridos en libertad. Celebrar hoy es recuperar las esperanzas y las fuerzas para no olvidar cuál fue el inicio de esta odisea: un país en libertad.