Decidimos no olvidar
Maldito País
abril 19, 2023
En mayo de 1969 un grupo de madres de presos políticos realizó una huelga de hambre en las instalaciones de la Cruz Roja en Managua exigiendo la mejora de las condiciones carcelarias de sus hijos. Pasarían 10 años desde entonces en los que nuevos presos y asesinados políticos se sumarían a la lista de víctimas de la dictadura de Somoza Debayle. A finales de abril y principios de mayo de 1971 el movimiento de presos organizó huelgas de hambre, tomas de iglesia y colegios privados de forma simultánea, a estas acciones se sumó que miles de estudiantes se declararon en paro. En 1977 el consulado de Nicaragua en Nueva York fue tomado para pedir el fin de las condiciones de aislamiento para los encarcelados.
A miles de kilómetros, un grupo de mujeres se reúne en la Plaza de Mayo frente a la casa presidencial Argentina, es finales del mes de abril de 1977, esas mujeres son madres, hermanas o abuelas de personas que fueron desaparecidas por la dictadura militar de Rafael Videla, esa fecha marcaría el inicio de cientos de manifestaciones en la emblemática Plaza de Mayo a la que fueron sumándose cada vez más personas que buscaban a sus familiares. Hasta el día de hoy, muchas de esas mujeres continúan luchando por encontrar a sus nietos y por conocer la verdad de lo que pasó con sus hijos e hijas.
Unos años antes, en 1975 el dictador Francisco Franco moría un 20 de noviembre después de una larga agonía, sus aliados usarían todos los medios posibles para retrasar su fallecimiento para hacerlo coincidir con la de Primo de Rivera, fundador de La Falange, un partido fascista como muchos pero a la española. Apenas muerto el dictador, los familiares de las víctimas de la guerra civil salieron a los campos para remover con sus propias manos la tierra de más de 2500 fosas comunes que se repartían en todo el país, el objetivo era buscar a esos familiares que aún después de 36 años no habían sido olvidados.
A mediados de 2018 un grupo de madres y familiares se reunió en las calles de Managua para transmitir al mundo un mensaje, eran personas que no se conocían unas a otras hasta que la muerte de alguno de sus seres queridos vinculó sus vidas para siempre. Esas madres, padres y hermanos pudieron haberse quedado en casa, llorando a sus familiares en silencio, en cambio, decidieron organizarse y juntos exigir justicia públicamente, su duelo ya no sería un asunto privado. Cinco años después el luto de esas familias sigue vivo, y lo estará para siempre porque nada podrá regresarles a la persona que amaban, solo la justicia y el reconocimiento de los crímenes cometidos por el Estado podrá aliviar el dolor de esa pérdida. Al igual que las familias que salieron a arañar la tierra para desenterrar cuerpos una vez muerto el dictador, las familias de abril no podrán olvidar nunca, no importa el tiempo que deban esperar para ser reconocidos.
El olvido no puede instalarse por decreto aunque la tiranía instaure leyes y despliegue policias con el objetivo de vigilar cada esquina de cada barrio, el olvido es una decisión y en un país que ha decidido no olvidar, todo intento de represión de la memoria parece inutil. Han pasado cinco años desde el levantamiento popular de abril del 2018 que dejó cientos de asesinados, presos políticos y personas en el exilio. Si bien la violencia del estado ha impedido la organización y movilización política, no ha doblegado nuestras voluntades ni la consciencia de que nuestro derecho es vivir en libertad. No importa cuán pocos parezcan ser, los que luchan siempre serán los suficientes para atemorizar al poder.
¿Cómo puede explicarse que aún después de cinco años los ecos de abril sigan resonando? Quizás la vigencia de aquella fecha resida en que aquel estallido nos enseñó que vivir con dignidad no es una utopía sino una posibilidad, y una vez que la dignidad dejó de ser un sueño ya ni las balas ni los espejismos pudieron detener las ansias de construir algo distinto. Finalmente abril fue el consenso de todo un pueblo que dijo no estar dispuesto a más humillaciones y que además reconoció la urgencia de emprender algo nuevo. Para muchos ese fue el inicio de un despertar y de la posibilidad de imaginar una sociedad donde exigir, reclamar o disentir no es un delito. En abril la desobediencia se volvió una necesidad y la lucha por la memoria el compromiso de toda una sociedad.