
El país de las jacarandas no se quiere ver al espejo
Maldito País
marzo 17, 2025
¿Dónde se pregunta por un país? ¿Dónde puede interpelar cómo se vive en ese determinado lugar donde pega el sol, donde caen las noches y se instalan los silencios? ¿Dónde pueden verse al espejo las jacarandas, esas flores moradas que florecen en primavera en Guatemala y que se encargan de tapizar las calles por donde caminan las mujeres de este país?
Cada 8 de marzo, después de lo que atestiguamos en 2017, donde 56 niñas vivieron un infierno provocado por el Estado de Guatemala, con la directriz de las autoridades que estaban a cargo de cuidarlas, nada es igual para muchas de nosotras. En el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, una casa de cobijo para niñas con problemas con la ley, o bien abandonadas por sus padres o acogidas mientras se resolvían conflictos familiares, se les encerró por levantar su voz contra las injusticias de trata, de maltrato y de abuso que vivían. Se les quemó por no callar. Y poco ha cambiado desde entonces.
En el país de las jacarandas, las niñas no sólo se enfrentan a una realidad que carece de reconocer que su vida es digna de ser cuidada, sino que son blanco de violencias múltiples. A la falta de educación y de salud -ni siquiera especializada y con enfoque de pertinencia cultural- se suma el ser madre a corta edad: entre enero y febrero de 2025, 365 niñas entre 10 y 14 años han sido madres. Seis niñas al día. Una primavera muy corta para cualquiera.
Crecer siendo mujer tampoco es un camino de plenitud, todo lo contrario. En 2022, solo el 31, 6% de las jóvenes guatemaltecas tenían acceso a la educación básica, y para el diversificado las aulas se cierran para más de 6 de cada 10 adolescentes. La educación, como espacio de amor y de esperanza, pero también el lugar para soñar y construir quiénes somos, no es una opción.

A las raíces estructurales también se suman las violencias que vivimos diariamente. En estos días, hemos seguido el caso de Floridalma Roque, hondureña de origen, quien entró a un consultorio de una zona pudiente de la Ciudad de Guatemala por una cirugía estética y no volvió a salir. Ante las pruebas irrefutables de su cruel asesinato, la justicia de mi país otorgó la pena mínima: poco más de tres años de cárcel o bien, pagar Q5 por cada día (alrededor de 750 dólares en total). Una condena de burla. O el caso de los jueces que abusaban de niñas y que el sistema de justicia -sus pares- no fueron suspendidos, omitiendo todo el daño y el sufrimiento que han hecho. Una justicia que no es abono en esta sociedad, sino que atrofia cualquier vida; que no resarce ni cuida, sino que golpea en complicidad, mata en complicidad.
A eso se suma lo que nos hacen aprender con tanto dolor en las calles, en los buses, en la universidad, en las que escuchamos piropos que nos hielan la sangre, o nos hacen caminar más rápido. Todo se convierte en un espacio de lucha por nuestra vida. Los trabajos de cuidado no son reconocidos, los techos de cristal son sólidos como infranqueables, nuestras luchas manipuladas para ganar terreno en el conservadurismo de países que se rinden ante lo fácil de narrativas extremistas.
Cuando las mujeres levantamos la voz, señalamos la corrupción, lo cruel de esta realidad, el sistema apunta con todas sus fuerzas. Ahí viene la cárcel, el exilio, la persecución, las campañas de desprestigio. Las mujeres abogadas, periodistas, que han debido salir del país por defender la vida son testimonio de las luchas de muchas otras. Las mujeres autoridades indígenas que han parado un país o las mujeres que desde los espacios de fe han clamado por la coherencia, siguen abriendo raíz.
Las mujeres, aquí, no se callan. Ningún día, nunca. Ahora nos reconocemos en nuestras luchas, aunque sea en territorios diferentes. Nos sabemos más cercanas en el trabajo, en la casa (ese bello momento en que te ves en los ojos de tu mamá), en los colectivos, en los grupos de amigas, en el espacio virtual. Nos sabemos más y callamos menos. Mi generación ha aprendido de las más jóvenes y entendemos la brecha que abrieron quienes estuvieron antes. Hoy nos sabemos diversas y vamos conociéndonos más.
Este país debe verse ante el espejo, reconocer que la vida no se respeta y que el presente es siempre con nosotras y esto significa que también será de un modo diferente al que las lógicas impuestas nos han determinado. Si el país de las jacarandas no se quiere ver al espejo, no pasa nada. Muchas nos encargamos de que el reflejo incómodo siempre esté presente para poder cuestionarnos quiénes queremos ser y cómo queremos vivir, para decidir el rumbo de nuestra vida hacia horizontes más dignos, más justos, más auténticos y generosos.
