La muerte y la posibilidad de justicia en tiempos de terror

Maldito País

octubre 6, 2024

Ni siquiera Humberto Ortega se salvó de la crueldad y el horror que han desatado Daniel Ortega y Rosario Murillo. En el país de las maravillas de Nicaragua, Humberto muere al mismo tiempo como criminal y como víctima, reflejo claro de la polarización política del país.

Recuerdo a mi padre, que estuvo con Sandino y cuando éste murió. Toda esta generación quedó sola con la dominación total de Estados Unidos y el somocismo. Mi padre me decía que Sandino murió en terribles condiciones, y por lo tanto el temor de esta generación era el saber que morirían igual, sin poder dejar ninguna herencia a sus hijos, ni material ni de un rumbo que tomar.

Humberto Ortega Saavedra, Revolución y Democracia, 1992. 

La carreta que lleva a la madre de Darío

con dolores de parto hasta Metapa.

El camión que lleva a Sandino atado

desde el cuartel de la Guardia hasta el

lugar emboscado donde lo fusilan

La Patria que pensó la madre sintiendo

los dolores del amanecer

la Patria que pensó el guerrillero

sintiendo las angustias de la noche.

Esta es tu patria

Pablo Antonio Cuadra, Riverside, 1988.

La cita que abre este texto es un extracto de las palabras que compartió Humberto Ortega (HO) a los efectivos del Ejército Popular Sandinista (EPS) que comenzaban a desarmarse para reintegrarse a la vida civil, luego de casi una década de guerra en el país. La primera vez que me encontré con esta cita interpreté que HO estaba buscando justificar su devenir empresario luego de los acuerdos de paz de 1989 y las elecciones de 1990 que perdió el Frente Sandinista de Liberación Nacional. Hoy en día, luego de morir HO como un “paciente” en el Hospital Militar, y tratado como un “criminal” que “no vio la justicia” por algunas organizaciones de la oposición nicaragüense en el exilio, me inclino por pensar que HO también consideraba cierta noción de memoria y justicia con estas líneas, un tenue anhelo por dejar no solo bienes materiales, sino un rumbo a tomar demarcado por la incesante relación entre el pasado y el  presente, que el General en retiro constantemente estructuró mediante su trabajo como historiador e intelectual. Ahora, noto estas líneas el miedo en las palabras de Ortega a morir en condiciones terribles. Fuesen condiciones materiales o ideológicas, parece que su miedo se materializó, pero no por los enemigos de la revolución que  identificó en los años noventa.

En estos primeros días después de su muerte, me pregunto si HO, a las 2:30 am de su fallecimiento, cerró los ojos y se entregó a la oscuridad, sintiendo los dolores del amanecer o sintiendo las angustias de la noche, como recita PAC en su poema, “Riverside”. Por un lado, puede ser que HO se preocupó por no ser borrado de la memoria histórica, como le sucedió al líder guerrillero, Sandino, cuya memoria fue enterrada durante los 43 años de dictadura de la familia Somoza. Por otro lado, pensando en Rubén Darío y su consagración como figura de la nación moderna nicaragüense –como bien apunta Erick Blandón –, HO tal vez imaginó que podría ser absorbido por un proyecto de modernización que borraría todas las complejidades de su historia y su relación con Nicaragua. Posiblemente, imaginemos, se despidió susurrando a su hermano y verdugo, Daniel Ortega, en el estertor, los versos de Pablo Antonio Cuadra: “Fuimos guerreros que cortamos la garra / del león para colgarla de nuestra cintura / Pero los jefes juraron en vano el nombre de nuestros muertos / La opresión volvió de noche con su uniforme”. Sin embargo, ¿cómo hacerle justicia en tiempos de terror a una figura tan polarizante como HO? Como afirma PAC, también, “el tiempo en sus orillas hiede”. A diferencia de algunos artículos como el de Mónica Baltodano, es ahí –las orillas hediondas del tiempo– donde la mayoría de personas se han detenido para enjuiciar la vida y muerte de HO. 

Ha muerto el asesino de mi tío afirma el editorial de Natalia Cuadra. Algunos comunicados como los de la Gran Confederación Opositora Nicaragüense o de la Plataforma de Unidad por la Democracia (PUDE), enuncian a HO como “criminal de guerra” y lo responsabilizan directamente por la Navidad Roja, la movilización y masacre de la población miskita en los años ochenta. Los mismos comunicados rescatan el asesinato de Jean Paul-Genie a manos de la seguridad de HO, ocurrido a inicios de los noventa. Es certero afirmar que HO fue una persona compleja, cuyas sombras son largas y profundas. Sobre todo, que su accionar durante la guerra de los años ochentas y en los primeros  años de la transición todavía no ha sido estudiado, documentado y enjuiciado de una manera esclarecedora, la cual determine sus responsabilidades como Jefe del Ejército. Pero, ¿estamos exponiendo esa complejidad y apelando a la comprensión de su rol en nuestra historia reciente al hacerlo responsable de todos nuestros traumas recientes? Son estas acusaciones suficientes para afirmar, como Juan Sebastían Chamorro, ¿que HO no tiene derecho a ser nombrado con la categoría de preso político? Los calificativos de asesino, criminal o la negación de su estatus como preso político me advierten que no estamos en el momento para evaluar complejidades y responsabilidades. Estamos en el tiempo de la denuncia. Parece que la oposición se está viendo en el cuerpo muerto de HO y el al verse en su adversario político, sólo encuentran las palabras para deshumanizarlo como enemigo, reflejando su polarización y ansias de venganza que simplifican el relato histórico y los márgenes de lo político que enmarcan a HO como sujeto clave de nuestra convulsa historia reciente. 

HO murió como Hugo Torres, como Eddy Montes o como otros presos políticos que han muerto después de su liberación. Sufrió casa por cárcel, y lentamente le dejaron morir sus propios amigos, familiares y compañeros de armas, algunos que estuvieron con él en el momento que definió su vida para siempre, la insurrección final contra la dictadura somocista. Ni siquiera HO se salvó de la crueldad y el horror que han desatado Daniel Ortega y Rosario Murillo. En el país de las maravillas de Nicaragua, HO muere al mismo tiempo como criminal y como víctima, reflejo claro de la polarización política del país. De alguna manera, pienso que estamos proyectando todas nuestras ansias por Nicaragua sobre la muerte de HO, hasta el punto que opositores en Miami salieron a las calles a “celebrar”. A lo mejor, estos opositores pensaron falsamente que su muerte traería el fin de la dictadura, al igual que sucedió con su arresto en mayo de este año –el “cisne negro” que espera Oscar René Vargas –. Dichas reacciones solo resaltan la centralidad de HO para el presente del país, porque él es Nicaragua o, al menos, un cuerpo que nos relata la historia de Nicaragua que hiede a las orillas. 

Ciertamente, HO salió del proceso revolucionario y de transición convertido en todo un empresario e intelectual al tope de las clases sociales nicaragüenses. Todos recordaremos las frases de esos años, las cuales resuenan constantemente para denunciar el vuelco ideológico de HO, quien abrazó la ideología neoliberal. Esas frases que nos explicaron que no “todos cabían en el palco” –donde él estaba– de un estadio, pero lo importante era que todos vieran el partido. O cuando afirmó que no se iría “en bicicleta” al terminar la revolución. Fueron los años en que HO llamó a los efectivos del EPS a ser “buenos empresarios” porque eso significaría ser un “revolucionario” en democracia al iniciar los años noventa. No los revolucionarios que se guiaron por “valores retorcidos” en las décadas anteriores, haciendo alusión al “vivir como los santos”, la “mística de los pobres” y la muerte ideada como el ritual de paso para consagrar a los de héroes y mártires de la revolución. No, HO mismo afirmó en esos años que era revolucionario aspirar a vivir bien. Por ello vendió helicópteros y armamento, apropió tierras para el Ejército y heredó toda la estructura del brazo empresarial de las fuerzas armadas al fundar el Instituto de Previsión Social Militar (IPSM). El ser empresario para HO sería un concepto aglutinador del país, como afirmó en el mismo discurso de 1992: “Debe ser entre todos, no sólo los sandinistas, sino también de gente como doña Violeta, como Antonio Lacayo, que no son sandinistas, pero que también son gente que quiere a Nicaragua”.

Antonio Lacayo se sorprendió al identificar que HO actuaba como todo un empresario nicaragüense al plegarse al Plan Económico, mientras los empresarios del COSEP (parte del gabinete del Ministerio de la Presidencia) no comulgaron de la misma forma. El COSEP, cabe recordar, fue la representación en el gabinete del Plan Económico de los partidos articulados en la Unión Nacional Opositora (UNO) que llevó a Violeta Barrios de Chamorro al poder. En sus memorias, Lacayo no reserva palabras para describir esta situación inusual: “Sólo en Nicaragua se daban esas cosas: los políticos depositando su representación en empresarios a los que, a menudo, se les decía que no se metieran en política”. Además de su apatía por HO, los empresarios afiliados al COSEP no estuvieron de acuerdo con que los grandes productores dependieran de los bancos privados, reabiertos recientemente por el gobierno de Chamorro, mientras que los pequeños y medianos productores tuviesen más fácil acceso a los créditos y préstamos de los bancos estatales. Lacayo sugiere como explicación que “el sandinismo había acostumbrado a los productores a las condonaciones periódicas de los bancos estatales”. Esta última afirmación parece indicar una cierta miopía histórica de Lacayo. Como afirma Trevor Evans, en la historia de Nicaragua “todos los nuevos pasos en el desarrollo económico en Nicaragua se realizaron con el apoyo del Estado”. Particularmente los grandes proyectos de desarrollo fueron en su mayoría impulsados por el Estado, como el café o el azúcar en el siglo diecinueve, el algodón en los años cincuenta, la ganadería y las empresas manufactureras en los años sesenta, o los incontables intentos de construir un canal interoceánico. Todos fueron proyectos provistos de generosas contribuciones fiscales para las élites de poder en el país o se formaron gracias a la coerción de policías o ejércitos a su mando, quienes avanzaron sobre tierras indígenas, promulgaron leyes de vagancia o desplazaron a poblaciones enteras en el momento cúspide del auge algodonero. Misma forma de acumular riqueza que vemos hoy en el avance de la ganadería y sus colonos sobre tierras indígenas en el Caribe nicaragüense. 

Lo cierto es que HO entendió mejor que nadie lo que significa ser empresario en Nicaragua. En una sociedad que se explota a sí misma debido a la desigualdad exponencial entre ricos y pobres, toda riqueza acumulativa de tierra, trabajo y capital nace de la violencia al amparo de un Estado heredero de las estructuras coloniales de poder. A su vez, se requiere una buena falta de escrúpulos para acumular dicha riqueza y para mantenerla como capital a largo plazo. Si hablamos de palcos, fueron empresarios como Pedro Solórzano quienes los construyeron, para que empresarios y dirigentes del gobierno se entretuvieran viendo a la población competir en el infame Ben Hur. Esto es, que los empresarios vieron como el abismo de su sentido de reconocimiento como élites los volteó a ver desde HO para mostrarles quiénes son realmente. 

Más que  su ambivalencia ideológica o su capacidad de adaptación, tal vez fue esa forma de decir las cosas sin complejos lo que incomodó a los opositores que hoy denuncian a HO como criminal, sin detenerse a reflexionar en la figura central que significó para bien o para mal en la historia reciente del país.. Me sorprende ver a varias organizaciones en el comunicado de PUDE que pueden estar integradas por antiguos cuadros de la Contra o por apologistas de la dictadura somocista. Este detalle puede expresar un cierto sueño velado de algunas partes de la oposición por reinstaurar el somocismo en Nicaragua – la reciente entrevista de Nicaragua Investiga a Álvaro Somoza es un indicador de este lado de la oposición –. Aunque, de enjuiciarse a HO por crímenes cometidos en los ochentas, muchos integrantes de estas organizaciones tendrían también que enfrentar a la justicia por crímenes cometidos durante la dictadura somocista o durante la guerra en los años ochenta. 

Humberto Ortega siempre mantuvo esta relación pasado-presente en su trabajo como historiador del sandinismo y en sus interpretaciones de la historia nicaragüense a la luz de la ideología sandinista. Sus últimas palabras a Baltodano, así como su último artículo, clamaban por un alineamiento al centro, evitando extremismos y volvió a proponer la idea de una tregua santa pactada entre los actores claves de la crisis política actual. En su trabajo, HO fue constante en definir un rumbo según los principios del sandinismo que él identificó: pluralismo político, economía mixta y no alineamiento. Como ha analizado Hora Cero en otros espacios, HO defendió repetidas veces la propuesta de una cohabitación pactada mediante indultos, amnistías y borraduras. En las palabras HO en una entrevista, su oficio de intelectual se resume en: “Yo lo que trato es no tanto de estar lamentándome de lo que pasó, sino de ver cómo no vuelva a pasar nunca y que Nicaragua no se derrumbe de nuevo”. Hoy, ante la muerte cruel que hemos evidenciado, ya muchas veces quizá, nos damos cuenta que estaba equivocado. Podemos estar siempre en desacuerdo con sus interpretaciones de la historia y sus usos de la memoria, pero, ¿por eso merece que no se le reconozca como víctima de la dictadura actual? 

Lo que las distintas reacciones a la muerte de HO muestran es que estamos proyectando la noción de que la memoria se incrusta en medio de la cuestión sobre la justicia y la paz, ya que pregunta enfáticamente si ambas – justicia y paz – pueden estructurarse y alcanzarse luego de un evento traumático mediante el recuerdo de los sucesos y su debido enjuiciamiento o, en oposición, solo se logra mediante una tregua demarcada por amnistías que sobrellevan un proceso de olvido. En palabras de la estudiosa de la memoria en América Latina, Elizabeth Jelin, “si un pasado reciente está marcado por un conflicto político que implicó una dura represión estatal, puede ir seguido de muchos intentos de ‘resolver’ y suturar las heridas y rupturas del pasado, y de ‘reconciliarse con el pasado’”.

Los comentarios ante la muerte de HO me confirman que estamos lejos de reconciliarnos con nuestro pasado. Más bien, las reacciones demuestran la desigualdad de nuestra sociedad, la polarización de la oposición y el espectro andante de un somocismo o un estado colonial que acecha cualquier opción de transición política en Nicaragua. Algún día tendremos la oportunidad de evaluar a HO en toda su complejidad; como hijo mayor de una familia que perdió a dos hijos debido a la pobreza; el estudiante que se hizo guerrillero debido a las mismas condiciones de injusticia que le tocó vivir; el guerrillero que cargó con las balas de la Guardia en su cuerpo desde 1969 por intentar rescatar a Carlos Fonseca; el comandante de la Tendencia Tercerista que derrocó a la dictadura más duradera del continente; el General del Ejército Popular Sandinista; el General en  retiro convertido en empresario; el historiador e intelectual de “centro”; el preso político que murió a manos de su hermano, el dictador Daniel Ortega. El responsable del asesinato de Jean Paul Genie; sus implicaciones y deciones en el Servivcio Militar; o los turbios orígenes de su riqueza. Quizá, logremos comprender a HO en  su rol complejo de nuestra historia reciente y lograr brindar justicia por sus actuaciones a las víctimas y personas perjudicadas; así logremos  saber en consenso y con miras a la justicia y reparación, los crímenes que cometió. En medio del terror actual, parece que proyectamos todos nuestros fantasmas producto de guerras, exilios y crímenes sobre el cuerpo ausente – pero siempre presente – de HO, por lo que se nos hace imposible hacerle justicia en medio  del terror, como al resto de muertos que cargamos, especialmente desde 2018.  



Referencias

Jelin, Elizabeth. “The Past in the Present: Memories of State Violence in Contemporary Latin America”. En Memory in a Global Age: Discourses, Practices and Trajectories, editado por Aleida Assmann y Sebastian Conrad, 61–78. Palgrave Macmillan Memory Studies. London: Palgrave Macmillan UK, 2010. 

Lacayo Oyanguren, Antonio. 2005. La difícil transición nicaragüense en el gobierno con Doña Violeta. Serie Ciencias humanas, no. 12. Nicaragua: Colección Cultural de Centro América.

Lafuente, Javier. “Humberto Ortega: ‘Si Daniel Ortega no rectifica, se va a aislar y le va a ser difícil gobernar’”. El País, el 12 de marzo de 2023. https://elpais.com/internacional/2023-03-12/humberto-ortega-saavedra-si-daniel-ortega-no-rectifica-se-va-a-aislar-y-le-va-a-ser-dificil-gobernar.html.

Ortega Saavedra, Humberto. 1992. Nicaragua: Revolución y Democracia. 1aed. México: Organización editorial mexicana.

Ortega Saavedra, Humberto. “Tregua santa”. La Prensa, el 7 de marzo de 2023. https://www.laprensani.com/2023/03/07/opinion/3115004-tregua-santa.